“Jamás de nuestra memoria, ha de olvidarse Gabriela”: Violeta Parra.
Kemy Oyarzún, Premio Amanda Labarca (2020), Lista Plan Cóndor (1976). Santiago. 10/12/2025. A 80 años de su Premio Nobel de Literatura (1945), Gabriela Mistral nos llama a repensar el país y la Patria Grande latinoamericana, la soberanía y la paz mundial. Y recordar que la Academia Sueca interrumpió el Premio Nobel de Literatura y el Premio a la Paz durante los años de la Segunda Guerra Mundial. Ese 1945 no solo marcó la primera distinción mundial a una mujer chilena y latinoamericana. Su premiación reinauguró, una vez derrocado el régimen nazi, el Premio Nobel de Literatura ese diciembre de 1945. En la ocasión, el secretario de la Academia Sueca, alababa su “amor maternal”, las rondas de Ternura (1924), los versos desgarrados y solidarios de Desolación -libro que ella dedicó a Pedro Aguirre Cerda, del Frente Popular, cuando él aun no presidía nuestro país. Su libro Tala también incluido en la obra cubierta por el premio, había sido publicado en Buenos Aires en 1938 con el reconocimiento de Victoria Ocampo, pionera intelectual de la igualdad de la mujer en nuestro continente. Gabriela dedicó ese libro a los niños y niñas afectados por la Guerra Civil Española y, en este sentido, se hermanaba con grandes poetas de América Latina: el peruano César Vallejo, los mexicanos Octavio Paz, Elena Garro, José Revueltas, y el propio Pablo Neruda, todos en defensa de la cultura contra el fascismo.
Para Gabriela, ser mujer no se agotaba en la maternidad biológica porque ésta era, a su vez, rebasada con creces en la creación cultural, ética y espiritual: “No tener un hijo y tener la tortura, el escepticismo y la inmensa tristeza de que el hijo y solo el hijo salvan” -dijo. Por eso releerla. Por eso volver a escuchar su pregunta al bies de la historia: ¿Es necesario ser madre biológica para solidarizar con los y las desposeídas, con los seres sin derechos, de carne y tierra, de sexo y raza, de aire y mar? Hoy la releo desde el feminismo igualitario y de la diferencia, eco-poética y descolonial: “es ley infecunda transformar pueblos y no tomar en cuenta a las mujeres”, había dicho ella tempranamente en 1906. Similar inquietud surgiría en los años setenta con las madres y abuelas de los desaparecidos durante las dictaduras de Chile y Argentina. Por eso quiero leerla hoy a contrapunto del mito ideológico de la mujer-madre en abstracto. No solo para renegar de la maternidad obligada, ella, que fue madre y cuidadora adoptiva, sino para hablar de cuidados y derechos, de solidaridad y soberanía.
Hacia 1938, en su libro Tala, inquietan sus preguntas por las identidades pre-envasadas, las soberanías de sexo, de país y continente. Eran los comienzos de las luchas entre las identidades biológicas, esencialistas, de una parte, y las identidades históricas, sociales y existenciales, por otra. Despuntaban en ella también los comienzos de las luchas interseccionales -luchas que hacen y hacían dialogar género y raza, territorio y clases. La solidaridad y la sororidad, el sentido comunitario, la justicia y la empatía le eran ayer- y nos son hoy más amplios que las identidades impuestas. Por eso la poeta nortina extiende la maternidad simbólica a la Cordillera de los Andes, a esa “Madre yacente” y a esa “Madre que anda”. Y la hace descender “alucinada”, convertida en “Madre espiritual”, leona madre nuestra, Madre Patria, “desollada” y mil veces vilipendiada.
Lejos, muy lejos de aquella Mistral que nos enseñaban en las escuelas, emerge “gitana o mora”, vasca-mestiza, asumiendo sus propias diferencias con los moldes imperantes, disruptiva, lectora del Antiguo Testamento y el Korán, “india” y “extranjera” en su país, bailarina de versos, alucinada y loca. Temprana eco-poeta, se identifica con el “ave loca del faisán”. Canta lengua “que solo entienden bestezuelas”. Caminante, ha dejado atrás su casa, pero nunca su Norte diaguita, recuperado de lleno en su póstumo, Poema de Chile. Viaja. Ha trabajado en el México post revolucionario por la educación pública y gratuita. Ha vivido entre refugiados de otras patrias e irónicamente, va a ser reconocida en el extranjero antes que en Chile cuando en 1951 recibe el Premio Nacional de Literatura, donando los recursos de esa distinción a los niños desposeídos del Valle de Elqui.
Por eso se asume siempre en ruta, en exilios voluntarios e involuntarios, aunque siempre soñando con su “higuera del Elqui”, fugitivos o huérfanos, siempre volviendo al lagar. ¿Qué exiliadas y exiliados, voluntarios o involuntarios, no se reconocen en esa extranjería identitaria en este Chile, en esta Nuestra América? ¿Cuántas y cuántos poetas se reconocerían en Chile descentrados y descentradas a partir de exilios voluntarios e involuntarios, desde nuestras múltiples regiones, aquí donde el capital sigue siendo centro de la capital?
Siempre en tránsito, como “árabe que deja su tienda”, Gabriela irá asumiendo los caminos de Chasquis, la América de José Martí, desde Anáhuac a Aztlán, también caminos mayas y caminos incas. Se va armando su propio mapa, un mapa visionario perdido, uno que simbólicamente se extiende desde Río Blanco en Aconcagua a los campos de Mitla en Puerto Rico, a las piedras de Oaxaca y Guatemala: “siempre hacia el Sur, yendo hacia el Norte, del Sur y del Norte, del uno y dos”. En su transitar y extranjería va desplegando desencantos nada ajenos. Lo muestra en el poema “Todas íbamos a ser Reinas” al desentrañar las falsas expectativas con que se nos criaba y se nos cría hoy, porque ninguna ha sido reina, “ni en Arauco ni en Copán”. No habrá de sorprendernos que a su muerte, Violeta Parra le haya dedicado en versos a lo humano y lo divino: “Hasta la consumación/Santa mistral coronada”.
¿Nos ha sorprendido la designación del Premio Nobel de la Paz hoy, a 80 años del Nobel a Gabriela Mistral? Tengo la carta que el argentino Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz de 1980, envió a la venezolana, Corina Machado, Premio Nobel de la Paz 2025, cuando ella dio a conocer que dedicó la distinción a Donald Trump. Y hago mía sus interrogantes. ¿Reconocemos la paz, la justicia, la soberanía en este premio? ¿Seguimos callando la radical importancia de querer construir democracias soberanas, que resisten convertir la Patria Grande en patios traseros por todo nuestro continente? El agresor a Venezuela “a quien tú dedicas el Premio” -agrega Pérez Esquivel- “miente y acusa a Venezuela de ser narcotraficante, mentira semejante a la de George Bush, que acusó a Saddam Hussein de tener ‘armas de destrucción masiva’. Pretexto para invadir Irak, saquearla y provocar miles de víctimas, mujeres y niños”. Pérez Esquivel cierra con una sentencia: “La peor de las violencias es la mentira”. Callar los asedios a la paz desde el Caribe a Gaza es el desafío a las complicidades culturales de hoy.
La entrada 80 años Premio Nobel. Patria y Matria se publicó primero en El Siglo.
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