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Chile diverge

Es esperable que existan entre gremios empresariales convergencias positivas sobre el desempeño de las políticas comerciales que ellas mismas han empujado, dirigido y sobre la cual han acumulado grandes rentas a lo largo del tiempo. Es también esperable que las defiendan enérgicamente en el espacio público y que, incluso, guarden la ilusión de que esas convergencias entre pocos son, en efecto, una convergencia de la sociedad entera.

Sin embargo, la realidad es terca y no perdona ilusiones. Chile desde hace ya más de una década no ha parado de divergir en su trayectoria de productividad e ingresos con las economías desarrollada.

Este pobre desempeño de la economía es atribuible, como señala Manuel Agosín, a la temprana interrupción de la diversificación productiva y exportadora del modelo chileno. En efecto, como afirma el académico Fernando Sossdorf, a partir de la década del 2000, Chile muestra una pérdida de dinamismo de exportaciones de bienes y servicios: mientras en 1990-1999 éstas crecieron en un 10%, en el periodo 2010-2019 fue de sólo un 0.9%. Para el caso de los servicios, el desempeño ha sido más preocupante: en el mismo periodo (2010-2019) éstos han tenido un resultado de -3.5%.

Esto ha sido atribuido a diversas causas, resaltando una interna al modelo exportador: la rápida entrada de las principales exportaciones nacionales (forestal, cuprífera, y pesquera) en un ciclo de rendimientos decrecientes, como han señalado los académicos Ricardo Ffrench-Davis y Alvaro Díaz.

Este estancamiento estructural puede ser entendido nítidamente cuando atendemos, no a la pirotecnia de datos comerciales agregados y sobre-agregados, sino al tipo de productos en que nos especializamos (no es lo mismo exportar potato chips que microchips, concordemos en eso). En el sector de servicios, los economistas Mario Castillo y Antonio Martins han señalado que éstos se han concentrado en nuestro país en sectores poco complejos y de débil desparrame tecnológico. A su vez, desde los años 1990s, las exportaciones de materias primas y recursos naturales procesados han estado en torno al 90% de nuestra canasta exportadora, como se señala en el gráfico 2.O sea, en el plano de lo real, el modelo lleva 30 años en el mismo lugar. O, en otras palabras, las estrategias corporativas de los que dirigen este proceso de inserción económica (los conglomerados económicos nacionales) se han concentrado en acumular rentas y no en diversificar.

Lo anterior no es algo a criticar, ni mucho menos. Mal que mal, la única responsabilidad social de la empresa es el lucro, decía Milton Friedman, y los conglomerados no tienen por qué auto imponerse criterios de desarrollo nacional en sus cálculos de rentabilidad privada. Pero tampoco digamos que su desempeño ha sido algo que deba ser celebrado por sus resultados a nivel general de la sociedad. Nuestras elites económicas no han creado a partir del cobre empresas tecnológicas como la Outokumpu Oyj finesa (que, de producir cobre ahora produce bienes de capital y tecnológicas en torno al acero), o a partir de la celulosa una empresa como Nokia, o a partir de inversiones infraestructura no ha emergido una Hyundai coreana.

En este sentido, no es difícil concluir que la estrategia de nuestra política comercial de firmas de Tratados de Libre Comercio y de un Estado neutral ha favorecido la reducción de costos de transacción para los grandes exportadores, y brindado sobreprotecciones jurídicas a las inversiones extranjeras para, se sostiene, generar mayor certidumbre y mejores preferencias arancelarias para expandir las exportaciones y las inversiones. Pero el problema de esa agenda es que (1) ya no está, en la práctica, funcionando, (2) está siendo abandonada por los países que en su momento la impulsaron y (3) tampoco ha generado los frutos esperados. No está funcionando porque EEUU ha quebrado sus compromisos sin importarle, en sentido alguno, la red de TLCs (o sea, los TLC no cumplieron su objetivo principal: impedir acciones unilaterales de las partes). Está siendo abandonada por agendas crecientes de políticas industriales sectoriales y políticas comerciales estratégicas por la UE, EEUU y China. Por lo tanto, esa agenda de institucionalizar el libre comercio está cada vez más apareciendo, ante los ojos de los gobiernos, como una reliquia de museo (como la OMC hoy, por ejemplo). Finalmente, no ha generado los frutos que se esperaba: luego de 30 años de política comercial ortodoxa, Chile se queda atrás, exporta productos poco complejos y altamente concentrados, con débiles redes productivas internas, con empleos de baja complejidad y en un estancamiento con altos costos ambientales.

Creer que firmando más acuerdos comerciales se podrá solucionar eso, no es solo falta de creatividad (fenómeno presente en todos los sectores políticos, todo sea dicho), sino seguir creyendo que mejorando una carretera se puede solucionar el problema de un auto cuyo motor está roto.

En último término, Chile necesita una convergencia y un consenso, por supuesto. Pero uno que vaya más allá de Sanhattan.

Por José Miguel Ahumada, académico Instituto de Estudios Internacionales, Universidad de Chile.

Diciembre 10, 2025 • 2 horas atrás por: LaTercera.com 11 visitas

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