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Chile: El corazón sangra pero no muere

El Ciudadano

Por Taroa Zúñiga Silva y José Roberto Duque

El despecho que nos invade a quienes nos identificamos como militantes de izquierda en Latinoamérica cada vez que nuestras opciones electorales resultan derrotadas, se acaba de renovar este domingo con la nueva victoria – democrática – de la extrema derecha en Chile.

Buena parte de este despecho, tiene su origen en una visión rectilínea, cinematográfica e inmediatista de los procesos históricos. Como en las pelis hay una historia que comienza, se desarrolla y se resuelve en un lapso de tiempo asible y contemplable por cualquier espectador; cierto mecanismo psicológico de masas nos empuja a creer que ese formato, esa estructura y ese molde aplica también para los procesos políticos.

Acostumbradas como estamos a esa estructura, creemos que las nociones de victoria, derrota, heroísmo, bien, mal y justicia cumplen con requisitos inaplicables en el mundo real: las victorias “para siempre”, el amor eterno, el triunfo definitivo del bien sobre el mal (donde el bien somos nosotras, por supuesto).

Por medio de un dispositivo fantástico adicional, que incluso supera a Hollywood, tendemos a creer que, como nos han jodido tanto durante siglos, nuestra historia debe ser ahora una indetenible cadena de victorias, lo que convertiría a la historia y a las revoluciones en una línea recta y ascendente en la que no hay derecho ni oportunidad para sufrir un tropiezo, ni una derrota, ni un detenerse a pensar o a descansar.

“Detenerse es retroceder”, decía un megalómano del siglo XX; “Si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”, decía el padre simbólico de las luchas de emancipación de este continente. En ambos casos priva una visión extrema de la obligación de vencer, de avanzar, de no detenerse ante nada. Ambas visiones o propuestas se refieren al objeto final de la política y de la guerra: la conquista del poder.

Estos párrafos buscan aportar algunas ideas, justamente, para la reflexión que nos toca hacer sobre el poder, la democracia burguesa y la gran estafa contra los pueblos.

*

El momento de las inevitables y temporales derrotas (no hay victoria ni derrota que sea para siempre) suele propagar uno de los síntomas más lamentables de la política: asumir que hay pueblos estúpidos (los que votaron en contra de esta o aquella tendencia) y pueblos heroicos (los que votaron a favor).

Ahora mismo cierta izquierda (dentro y fuera de Chile) dice sobre el pueblo chileno lo contrario de lo que decía hace 4 años. El heroico pueblo que se tomó las calles y motorizó una Constituyente ahora, de pronto, no es heroico sino ignorante, porque ha votado mayoritariamente por una ultraderecha cercana al fascismo.

Esa corta, mutilada, clasista y preclara visión de los procesos desvía la atención de un hecho tan triste como desconcertante: las reglas mediante las cuales el pueblo elige (dicen) a los administradores de nuestros Estados Nacionales las diseñó, definió e impuso nuestro enemigo de clase y nuestro enemigo civilizatorio. Nuestros países, nuestros líderes y nuestros propagandistas y analistas se han adaptado dócilmente a las normas, exigencias y cánones de la democracia representativa o burguesa, imposición planetaria de los Estados Unidos y Europa.

Rufino Blanco Fombona acuñó hace un siglo una ilustrativa sentencia que no amerita mayores explicaciones: la lucha entre nuestros países moldeados por España y los países moldeados por los anglosajones es la lucha entre Estados Unidos y Estados Desunidos: la tendencia atávica a la disgregación versus la tendencia atávica a la aglutinación de territorios.

Tal vez esa sea la causa por la que cierta izquierda latinoamericana suele denunciar que otra cierta izquierda latinoamericana haya decidido romper el molde impuesto desde las hegemonías y replantearse el tema de la democracia y del poder.

Cuando has dicho y decidido públicamente que aceptas y juras respetar las reglas del enemigo, no te queda otra cosa que felicitar al enemigo que te destruirá y encarcelará, cuando éste gane las elecciones. Tú juegas limpio pero tus enemigos no: es una lección que hemos tardado en comprender.

Ecuador, Perú, Argentina, Brasil, Bolivia, Honduras, ahora Chile y mañana tal vez Colombia: si los movimientos, protagonistas y observadores de emancipación y liberación no detectamos rasgos comunes en el uso estrambótico de los recursos judiciales, militares e intervencionistas en estos diez años de revuelta continental, necesitamos buenos anteojos.

Pero si los detectamos, y seguimos creyendo que es importante seguir jugándoles limpio a las franquicias de Israel y EEUU, por vergüenza al “qué dirán”, no necesitamos anteojos sino medio siglo más de humillaciones, cárcel, demonización y bofetadas de “los países civilizados”: los que sí respetan reglas, porque las inventaron.

Es curioso, pero de ninguna manera sorpresivo, el hecho de que los Estados Unidos (el país que persigue y castiga a quienes no cumplen en toda regla los rituales de la democracia basada en elecciones) todavía elija a su Presidente mediante un laberíntico y críptico proceso que todo el mundo acepta como normal: si el pueblo elige con sus votos a un sicópata, pero los poderes fácticos deciden elegir a otro, el sistema establece que gana el segundo. Nadie solicita actas, revisión o reconsideración de nada.

El objeto de la democracia estadounidense no es el cumplimiento de la voluntad popular sino el sostenimiento de los dispositivos que garantizan la continuación de un proyecto hegemónico.

*

En el girar permanente de la historia le tocó a Chile regresar al señorío de la ultraderecha. Por muy desolador que resulte el panorama, conviene recordar dos claves: 1) nada es para siempre, ni las derrotas ni las victorias, porque la Historia no es una línea recta sino una serie de planos y ciclos cambiantes; 2) los procesos de emancipación continúan. Lenta, laboriosa y paulatinamente, pero avanzan.

Chile será gobernada por un nazi en los próximos 4 años (si antes no sucede “algo”: una luz cegadora, un disparo de nieve), pero el Chile de hoy está definitivamente más cerca de una transformación revolucionaria que el Chile de 2019.

No tiene que ver con Piñera o con Boric: tiene que ver con el desbloqueo de la visión del pueblo chileno, o de esta generación de chilenos y chilenas. Las personas menores de 40 años no tenían en sus cuerpos una información crucial, que no se adquiere mediante la lectura sino mediante el aprendizaje corporal: ya sabemos para qué sirve un estallido, una rebelión, un salto adelante cuya belleza ha sido su lastre. Chile se propuso cambios que tal vez serán viables en 30 años o más, pero ahora mismo son objeto de incomprensión. Muchos chilenos y chilenas pagaron la audacia con un ojo, con la muerte, con el linchamiento mediático y el abandono del Estado.

Sobre la victoria de la derecha después de todo ese proceso y ese dolor, hay una tercera clave, inseparable del análisis:

3) Lo que exigía el pueblo chileno en las calles no era solo un cambio de gobierno, sino una Revolución. Y efectivamente, hubo un cambio de gobierno y en teoría, la izquierda llegó al poder. Ahora bien: resulta que algunos gobiernos de “izquierda” – no solo el de Boric – lo que se han propuesto es tener éxito en el juego capitalista de las libertades económicas, pero eso no es una Revolución. El objeto de las revoluciones no es administrar el capitalismo mejor que la derecha. Se supone (o se suponía) que el objeto de la Revolución es acabar con el capitalismo. Pero para eso hay que jugársela.

Por cierto: hacer la revolución no sale gratis. La revolución no es agradable sino dolorosa. Coda: si el enemigo te aplaude (como Biden y Trump han aplaudido a Boric por “buen demócrata”) es porque algo estás haciendo mal.

*

Sobre las derrotas circunstanciales, también vale la pena recordar un momento clave de la historia de nuestro continente.

En 1814 Simón Bolívar, el gran Libertador, fue derrotado y expulsado de Venezuela. Lo derrotó José Tomás Boves, que además de ser un genio militar odiaba a la aristocracia criolla (de la que Bolívar era parte). Tal vez habría que decir que porque odiaba a la aristocracia llegó a ser un genio militar. La cosa es que Boves evocó todo el odio y el resentimiento de un pueblo que había sido humillado y explotado por la burguesía de la época y le quitó la República a un montón de muchachitos de élite que habían venido con ideas libertarias muy influenciadas por intelectuales europeos y etc. (cualquier parecido con cierta izquierda, es efectivamente, demasiado parecido).

En teoría, en ese momento el pueblo defendió a la Corona española, pero en realidad lo que hizo fue luchar contra la burguesía.

Bolívar se exilió en Jamaica y por ahí lo contactó el gran Pétion, primer Presidente de la primera República libre de América Latina: Haití. Pétion le ofreció todo su apoyo a cambio de que la independencia latinoamericana incluyera la abolición de la esclavitud, un detalle que al blanquito de Bolívar “se le había pasado”.

Con esta nueva consigna fue que Bolívar formó el verdadero Ejercito Libertador, que incluía descamisados, negros, indios y a todas y todos los que constituían el pueblo en esa época. En menos de 20 años habían liberado a 6 países y derrotado a uno de los poderes más fuertes de la época.

Por ahí a ciertos líderes de la región lo que les hace falta es una buena sacudida de un Pétion que les recuerde que sin ese pueblo que ahora tildan de fachos e ignorantes, no se va a poder nada.

Se retrocede, se avanza, se tropieza, se cae, se levanta: lo llaman Historia. Lenin decía: un paso adelante, dos pasos atrás. Los procesos de emancipación continúan, a veces en el poder y otras veces desde la resistencia. Volviendo al despecho, acotemos que ahí, bien a la izquierda, nuestro corazón sangra, pero no muere.

Por Taroa Zúñiga Silva y José Roberto Duque

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Diciembre 16, 2025 • 1 hora atrás por: ElCiudadano.cl 19 visitas

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