Corrupción y cárceles: el enemigo dentro
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Corrupción y cárceles: el enemigo dentro

SEÑOR DIRECTOR:
Durante una misión oficial en 2015 a un país hermano, visitamos uno de sus complejos penitenciarios más modernos, “La Nueva Joya”, junto a otros dos recintos colindantes, “La Joya” y “La Joyita”. El contraste entre estas cárceles -en infraestructura, tecnología y niveles de seguridad- era evidente. Pero lo que más nos marcó no fueron las diferencias visibles, sino las palabras crudas y directas del jefe de unidad que nos recibió: “Todas son igual de inseguras, porque la verdadera amenaza no está en muros más altos o bajos, sino dentro: la corrupción”.
Este jefe de establecimiento penal, lejos de maquillar la realidad ante visitantes internacionales, nos entregó un diagnóstico descarnado: los policías a cargo de la seguridad perimetral, enviados allí no por méritos, sino como castigo, eran los principales facilitadores del ingreso de objetos prohibidos, coludidos con funcionarios penitenciarios corruptos. Más allá de los barrotes, sensores o cámaras, la seguridad se desmorona cuando quienes deben proteger el sistema lo traicionan desde adentro.
Frente al avance del crimen organizado, no basta con cárceles modernas. Hay que desmantelar las redes de corrupción internas. La corrupción es un cáncer que se debe extirpar, aunque sea incómodo o impopular. Las autoridades tienen el deber de proteger a los funcionarios probos, que enfrentan grandes riesgos por mantenerse íntegros.
Minimizar la corrupción permite que el crimen organizado eche raíces. Si no se actúa con firmeza, se compromete la legitimidad del sistema penitenciario, policial y judicial. Como decía Confucio: “Quien asume autoridad debe controlar sus actos para evitar el mal. De lo contrario, provocará la ruina del Estado”.
Marta Canto Castro
Christian Alveal Gutiérrez
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