Duele el odio
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Duele el odio

Quiero indignación y rabia, aullar contra los que vienen a linchar a mis hijos; pero, en vez de eso, me embarga un profundo dolor, una tristeza que viene de lejos y que intento apartar de mi memoria y mi conciencia. Es la tristeza de ser rechazados no por lo que hacemos sino por lo que somos, por nuestra piel, nuestras facciones, por haber nacido de nuestros padres. Uno puede ser juzgado por un delito y cumplir la sentencia correspondiente, pero ¿cómo se paga el delito de “ser”, de tener unos genesequivocados? Los inmigrantes y sus descendientes somos los nuevos bastardos por impuros e ilícitos, aunque nos sintamos ciudadanos españoles y no tengamos ningún lugar al que volver. Nuestros hijos son “de aquí de toda la vida”, no han vivido ni quieren vivir en ningún otro sitio, pero eso no les ahorra ni los insultos racistasni la discriminación en sus muy diversas formas.Cualquiera que se ponga en la piel de un joven “moro” y lo acompañe en su transitar diario por la vida se dará cuenta de queEspaña no solo no es una excepción, sino que tiene una especial inquina hacia ese “otro”tan bien articulado en el imaginario colectivo que es “el moro”. No es simple xenofobia ni rechazo al ilegal; esmorofobiapura y dura.
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