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El bochornoso hundimiento de la Covadonga en Perú (y el fracaso de la represalia de la Armada)

El bochornoso hundimiento de la Covadonga en Perú (y el fracaso de la represalia de la Armada)

“A las 9 h. A. M. del dia de hoi ha fondeado en esta rada la cañonera Pilcomayo, conduciendo la triste noticia de que la goleta Covadonga fue hechada [sic] a pique ayer en la tarde en Chancai”, rezaba el informe redactado por el comandante de la escuadra nacional, Galvarino Riveros, al ministro de Guerra y Marina, José Francisco Vergara.

Riveros, estaba consternado. La goleta que se había batido en Punta Gruesa, el 21 de mayo, logrando un triunfo imposible ante la fragata blindada Independencia, había sido destruida con carga explosiva oculta en el interior de un bote. El impacto fue tal, que en menos de cinco minutos, yacía en las aguas del Pacífico.

Corría septiembre de 1880. La Covadonga, al mando del capitán de corbeta, Pablo S. de Ferrari, estaba asignada al bloqueo de la caleta de Chancay. Aquel era parte del diseño operativo de la Armada, según explica Gonzalo Bulnes en su afamado libro, Guerra del Pacífico.

Goleta Covadonga

“En el momento actual, de la campaña, el bloqueo del Callao se había extendido a Ancón y Chancay, puertos unidos a Lima por el ferrocarril. El bloqueo del Callao era inútil si no comprendía también esas caletas”, explica.

Por entonces, el gobierno chileno estaba llevando la guerra al corazón del Perú. La controvertida expedición Lynch golpeaba las haciendas e ingenios azucareros del norte del país, para hacer sentir los rigores del combate y generar las condiciones para el fin del conflicto en los términos que buscaba el gobierno de Aníbal Pinto.

Pero los peruanos se mostraban tercos en aceptar el final de la guerra y buscaban cualquier ocasión para generar daños al bloqueo chileno. Lewis Mejía, jefe de redacción de la revista Perú Defensa & Seguridad, afirma en declaraciones recogidas por el sitio Redacción Periodística de Lima, que “la táctica consistió en utilizar medios poco comunes para sorprender y provocar daño al enemigo. Y sobre todo generar temor en sus filas”.

Así sucedió con la Covadonga, estacionada en solitario en Chancay. Ocurrió que al capitán De Ferrari se le había indicado impedir la actividad del ferrocarril local y la edificación de cualquier puesto fortificado. Así, la tarde del 13 de septiembre de 1880, el buque se acercó a unos 500 metros de la costa para reconocer la línea férrea.

Contraalmirante Galvarino Riveros

En su parte oficial entregado al contraalmirante Riveros, el Teniente primero, Enrique T. Gutiérrez detalló lo que sucedió en esa aproximación. “Después de reconocer la costa por hora i media i no encontrar punto alguno que destruir, se concretó a hechar a pique una lancha i un bote que se encontraban a trescientos metros del muelle de fierro [sic]. La lancha se echó a pique, pero no así el bote, después de varios disparo con el cañón de proa”.

Así, De Ferrari ordenó acercarse al bote que se mantenía a flote y registrarlo. “Entonces el comandante ordenó arriar el chinchorro, i nombró al aspirante señor Meliton Guajardo i al calafate [NdR: el tripulante especializado en calafatear barcos] para que, después de sacar todos los útiles que hubiera en dicho bote, procedieran a su destrucción”.

Según consigna Gonzalo Bulnes en su libro, aquel bote era peculiar. “Era una canoa elegante, pintada de blanco, con sus bronces relucientes -detalla con su habitual misterio sobre las fuentes-. La elegancia de la embarcación avivó el deseo de conservarla”. Ese detalle no estaba consignado en el parte del teniente Gutiérrez.

Pero todo era una trampa. El bote había sido colocado ahí, en una arriesgada maniobra, por el teniente segundo peruano Decio Oyague, quien se cuenta, padecía de tuberculosis, pero igualmente se las arregló para concretar la operación.

El teniente Gutiérrez, recuerda que al informarse que no había nada extraño al interior del bote, De Ferrari ordenó izarlo a bordo de la Covadonga, pero que él hizo una observación. “Previne al comandante que sería bueno reconocer el cajón de popa del escudo. Después de aprobar mi observación, agregó que no había necesidad, porque ya el calafate lo había reconocido i que le había asegurado que no existía nada sospechoso”.

Fue entonces que ocurrió el desastre. “Al levantarla estalló un depósito dinamita adherido a las trapas: piezas en que se amarra el bote al ser izado. La explosión fue terrible. La corbeta se hundió en tres minutos y la tripulación no tuvo sino un bote en que salvarse”, apunta Bulnes.

La goleta Covadonga

“Siguió una esplosión en el bote [sic]. Acto continuo, el buque principió a sumergirse rápidamente. No había duda de que el bote encerraba un torpedo -detalla el teniente Gutiérrez en su parte-. Cuando abandoné el buque con los veintiocho tripulantes que han salvado en la canoa, ya este estaba totalmente perdido, pues solo quedaba sobre la superficie una parte de la popa i los masteleros”.

La explosión fue terrible. “Alrededor de cuarenta náufragos fueron recogidos por lanchas de tierra y el resto, eran aproximadamente noventa, perecieron ahogados; entre ellos el Comandante”, detalla Bulnes.

Como pudo, el teniente Gutiérrez logró subirse a una canoa junto a 28 sobrevivientes. La única opción para ellos, era navegar hasta Ancón donde fondeaba la cañonera Pilcomayo (que había sido capturada por la Armada e incorporada a la escuadra nacional).

El trayecto fue difícil, según el oficial. “Creo, asimismo, de mi deber poner en conocimiento de US. que cuando íbamos en demanda de la Pilcomayo, un bote de tierra nos persiguió por mas de hora i media, haciendonos continuos disparos, al parecer de rifles. Como la mar era mui gruesa i se acercaba la noche, pudimos burlar esa persecución, i continuar nuestra marcha hacia el sur”. Horas después, eran recogidos por el buque.

La fallida operación de represalia por la pérdida de la Covadonga

Una vez enterado de lo ocurrido con la Covadonga, el comandante Galvarino Riveros se indignó y prometió una operación de represalia. Sin más, ordenó reunir al consejo de guerra a la mañana siguiente.

En este, casi por unanimidad, se resolvió pedir autorización al gobierno para bombardear Chancay, Ancón y la localidad de Chorrillos. “Se dijo en esa reunión que no se podría hacer lo mismo en el Callao, porque la escuadra carecía de elementos para ejecutarlo”, apunta Gonzalo Bulnes.

Impactados por la noticia, y con la opinión pública exigiendo medidas más enérgicas, desde La Moneda autorizaron a Riveros para la operación de represalia. Este dispuso para la mañana del 21 de septiembre, el envío del blindado Cochrane a Chorrillos, al Blanco Encalada a la bahía de Ancón y a la Pilcomayo a Chancay.

Blindado Blanco Encalada

Pero la represalia ordenada por Riveros no logró mucho. Gonzalo Bulnes consigna que de los 84 tiros lanzados por el Cochrane, solo 13 cayeron en Chorrillos y lograron daños menores. En tanto de los 152 tiros efectuados por el Blanco, solo uno que otro logró explotar, porque los más acababan enterrados en los arenales. Por su lado, solo la Pilcomayo logró incendiar algunas casas de madera cercanas a la bahía.

“En resumen el triple ataque no produjo el efecto de intimidación que se buscaba. El Gobierno reconoció que había sido un fracaso”, explica Bulnes. La pérdida de la Covadonga y la frustrada represalia, solo ocasionó un sonoro bochorno.

Fuente

LaTercera.com

LaTercera.com

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