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El colapso del orden mundial neoliberal y el ascenso de China y Rusia en la gobernanza global

El Ciudadano

Por Xu Poling

Para lxs futurxs historiadorxs que reflexionen sobre los cambios en el orden mundial, 2025 podría considerarse un momento de inflexión que señala un viraje global de gran envergadura. El mayor desafío al que nos enfrentamos hoy es lo que Giovanni Arrighi denominó la cuestión de cómo será el “próximo mundo”. Esta interrogante refleja la ansiedad sistémica que prevalece a escala mundial y las preocupaciones fundamentales de nuestra época.

Durante la era Trump 1.0 (2017-2021), pese a la retirada de Estados Unidos de diversas organizaciones internacionales y a su abierta promoción de America First [Estados Unidos primero], con lo cual abandonaba sin miramientos las responsabilidades internacionales necesarias para sostener su dominio tras la Guerra Fría, Europa —apoyándose en su identidad persistente como cuna de la civilización occidental— se empeñó en sostener el tambaleante edificio del orden mundial neoliberal. Con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca en 2021, Estados Unidos volvió a su conocida estrategia de alianzas y reforzó sus vínculos con Europa. En consecuencia, los políticos neoliberales europeos obtuvieron un respiro momentáneo que les permitió revivir la gloria menguante de la hegemonía occidental: el orden mundial neoliberal experimentó un breve renacimiento.

Con la irrupción de Trump 2.0 en 2025, este orden recibió su golpe final y letal. En la 61ª Conferencia de Seguridad de Múnich, celebrada en febrero de 2025, el vicepresidente estadounidense J. D. Vance afirmó sin rodeos que los “valores fundamentales” de Europa —entre ellos la libertad de expresión y la democracia— estaban en retroceso y que la mayor amenaza para el continente no provenía de Rusia ni de China, sino de su interior (2025: 15-24). Las declaraciones de Vance sorprendieron a las élites políticas europeas. Posteriormente, Estados Unidos emprendió una transformación sistémica del orden mundial. Ignorando las preocupaciones de seguridad europeas, Washington abrió de manera unilateral negociaciones para aliviar las tensiones con Rusia, trasladando a Europa la responsabilidad y la carga de la crisis de Ucrania. Luego desató una guerra arancelaria global —también contra Europa— e incluso reclamó territorios como Groenlandia, el canal de Panamá y Canadá. La vorágine de trastornos impulsada por Donald Trump deterioró las relaciones transatlánticas, reconfiguró los vínculos entre Estados Unidos y Rusia, eludió el multilateralismo y presionó a países de todo el mundo mediante acuerdos bilaterales. En última instancia, Estados Unidos arrojó al basurero de la historia el orden mundial neoliberal de la Posguerra Fría.

¿Por qué Estados Unidos ha abandonado el orden mundial neoliberal que en su momento promovió y utilizó para dominar al planeta? ¿Qué tipo de nuevo orden mundial surgirá en medio del auge del conservadurismo y el populismo? En el contexto del retorno de Estados Unidos al conservadurismo y la renovada búsqueda europea de autonomía estratégica, China y Rusia —dos grandes potencias unidas por una asociación estratégica integral— seguramente profundizarán su cooperación en este mundo convulso. Como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU) y pilares fundamentales del orden mundial, ¿qué respaldo aportará su asociación estratégica a la paz, la seguridad y la estabilidad globales? ¿Qué propuestas de gobernanza podrían formular para el nuevo orden mundial?

I. La naturaleza y el destino histórico del orden mundial neoliberal

El orden mundial neoliberal define el sistema internacional que emergió durante la era de la globalización económica. Su predominio ha sido relativamente efímero.

El neoliberalismo, tanto como teoría económica como corriente intelectual, surgió en las décadas de 1920 y 1930. La crisis económica mundial de los años treinta marcó el fin de la era de la libre competencia capitalista. El intento de la Unión Soviética (URSS) de establecer una economía planificada desató un debate en torno al “problema del cálculo económico”, con importantes aportes de los economistas de la escuela austriaca Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y del economista polaco Oskar Lange. Aunque este debate teórico no llegó a una conclusión definitiva, los éxitos de la economía planificada soviética y del New Deal [Nuevo Acuerdo] del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt para enfrentar la Gran Depresión establecieron, en la práctica, la primacía del keynesianismo en Occidente y de las economías planificadas en el bloque soviético. La economía planificada de tipo soviético y los Estados de bienestar con fuerte intervención estatal en Estados Unidos y Europa pasaron a dominar el escenario mundial durante la Guerra Fría.

Para la década de 1970 y mientras las economías capitalistas lidiaban con la estanflación, el Estado de bienestar entró en declive. Los principios liberales de Hayek recobraron fuerza y la primera ministra británica Margaret Thatcher y el presidente estadounidense Ronald Reagan impulsaron procesos de privatización y desregulación como paliativos frente al estancamiento económico. Posteriormente, la economía planificada soviética también cayó en una trampa de ineficiencia y adoptó el Consenso de Washington mediante una transición de “terapia de choque”. La competencia de libre mercado se impuso como dominante y condujo al mundo hacia la era de la globalización.

En esa era, la primera fase fue la globalización de la economía de mercado, que se manifestó en la integración de los mercados nacionales y el auge del libre comercio internacional. Más adelante, para facilitar el flujo irrestricto del capital monopolista global y la distribución mundial de la producción, el neoliberalismo se politizó como proyecto impulsado por el Estado y como paradigma institucional. Este paradigma quedó condensado en las diez recetas de política del Consenso de Washington, término acuñado por el economista británico John Williamson (1990). Ello representó la afirmación ideológica de la transición del capitalismo desde monopolios nacionales hacia monopolios internacionales y sentó las bases programáticas para que el capital financiero monopolista internacional construyera una hegemonía global.

Como señaló el reconocido académico estadounidense Noam Chomsky en su libro El beneficio es lo que cuenta: Neoliberalismo y orden global, “el consenso neoliberal de Washington es un conjunto de principios orientados al mercado diseñados por el gobierno de Estados Unidos y las instituciones financieras internacionales que este domina en gran medida y aplicados por ellos de diversas maneras”. En la introducción de la obra, Robert W. McChesney subraya además que la esencia del Consenso de Washington abarca tres dimensiones: el sistema económico, el sistema político y el sistema cultural (1999).

En cuanto a su origen y contenido, el neoliberalismo, como ideología tanto económica como política, promueve la libre competencia, se opone a la intervención estatal en la economía, fomenta la privatización y el individualismo y rechaza la propiedad pública. En política internacional, hace hincapié en la apertura de los mercados nacionales, respalda el libre comercio internacional y alienta la división internacional del trabajo. Lxs neoliberales se oponen al socialismo, al proteccionismo comercial, al ambientalismo y al populismo, al considerarlos obstáculos para la libre competencia.

En el plano político, el neoliberalismo ha ido más allá al ofrecer una suerte de “manual de instalación” para los sistemas políticos y culturales correspondientes, impregnado de la arrogancia del triunfalismo occidental y el desdén hacia otras civilizaciones tras la victoria en la Guerra Fría. La obra de Francis Fukuyama El fin de la historia y el último hombre es un ejemplo representativo (1992). En ella, el liberalismo y el individualismo —arraigados en la filosofía monoteísta cristiana y en la resistencia de la Ilustración frente a la opresión religiosa— son dotados de un estatus sagrado. El neoliberalismo politizado eleva la libertad al rango de valor fundamental, santifica el poder y la libertad sin restricciones de una pequeña minoría y convierte la democracia electoral —de origen en la antigua Grecia— en una herramienta para sostener esos principios. En consecuencia, la democracia electoral occidental ha sido deificada: en los más de 30 años transcurridos desde el fin de la Guerra Fría, se ha transformado en un instrumento ideológico que Estados Unidos utiliza aprovechando su posición hegemónica para interferir en (e incluso, derrocar) gobiernos de otros países.

Desde el punto de vista económico, la globalización neoliberal ha facilitado la asignación internacional de recursos y ha creado las condiciones para que el capital monopolista internacional configure cadenas industriales transnacionales. A lo largo del proceso de globalización, Internet y las tecnologías de la información dieron lugar a mercados financieros internacionales que operan de manera continua, lo que permite al capital financiero internacional dedicarse al arbitraje las 24 horas del día, a través de distintas zonas horarias. Bajo esta tendencia, los flujos transfronterizos de capital financiero —que inicialmente acompañaban y servían a las liquidaciones y estaban vinculados al comercio internacional y los préstamos— pasaron a estar dominados por el capital financiero especulativo a partir de mediados de la década de 1990. La facilidad y la escala del arbitraje global por parte del capital financiero internacional pronto superaron a las del capital industrial, creando así las condiciones para que el capital financiero monopolista internacional adquiriera una ventaja abrumadora sobre el capital industrial.

Con el inicio del siglo XXI, el desarrollo de Internet y de las tecnologías de la información, junto con la actitud laissez-faire de los reguladores estadounidenses hacia la innovación financiera y las políticas monetarias expansivas, contribuyeron a que el capital financiero de Wall Street alcanzara una posición de dominio indiscutible en los mercados internacionales de capital. Tras la crisis financiera de 2008, los programas de rescate dirigidos por los conglomerados financieros de Estados Unidos consolidaron firmemente la supremacía del capital financiero monopolista internacional en la toma de decisiones económicas y políticas a escala global. El flujo internacional de este capital le permitió además adquirir el control de las cadenas industriales internacionales, monopolizando de manera progresiva los recursos globales y las ganancias industriales. Estas entidades registran filiales en todo el mundo, ocultando su identidad nacional para legitimar el saqueo de recursos, la apropiación de las ganancias manufactureras y la especulación internacional.

En el discurso político neoliberal, la libre competencia es considerada un principio supremo. Bajo la bandera de la democracia liberal, Estados Unidos sostiene que los derechos humanos tienen prioridad sobre la soberanía en los asuntos internacionales y utiliza este argumento como justificación para interferir en los asuntos internos de otros países e, incluso, para derrocar gobiernos en nombre de la justicia. Aunque algunxs afirman que Estados Unidos no se apropia de territorios extranjeros ni practica el colonialismo, una comparación entre los vastos recursos que controla, utiliza y consume —junto con las ganancias derivadas de su hegemonía financiera y tecnológica— frente a los costos que asume revela que, cuando el capital financiero domina el mundo, este se convierte efectivamente en su colonia. No hacen falta ejércitos ni gobernadores para extraer ganancias en el exterior. Este control sobre los recursos internacionales y sobre las ganancias derivadas de las cadenas industriales descansa en el poder duro de la supremacía tecnológica y militar. Dentro del orden mundial neoliberal dominado por el capital financiero monopolista, los países ricos en recursos no pueden fijar los precios de sus propias materias primas ni explotarlas de manera independiente de fuerzas externas. Solo cuando el capital financiero estadounidense adquiere propiedad o participaciones en esos recursos pueden acceder al mercado internacional. Del mismo modo, los países cuya economía depende de la manufactura de bajo valor agregado permanecen sometidos a la explotación y el control del capital financiero monopolista. La hegemonía del dólar estadounidense es el principal instrumento mediante el cual se lleva a cabo este saqueo.

El economista político e historiador italiano del capitalismo global Giovanni Arrighi ha señalado en sus obras que la financiarización es un fenómeno cíclico en las economías capitalistas. Analizó los ciclos recurrentes de expansión y colapso financieros inherentes al modo de producción capitalista, así como sus raíces geopolíticas (1994). Sin embargo, la expansión del capital financiero que sostiene el orden neoliberal difiere de manera fundamental de las expansiones y crisis financieras de los sistemas capitalistas anteriores. Por ejemplo, durante el ocaso del Imperio británico, la expansión financiera y el aumento de la deuda fueron en gran medida internos y sus efectos se vieron atenuados por la explotación y el saqueo de las colonias, lo que contribuyó a retrasar el declive imperial. En contraste, el capital financiero monopolista internacional, centrado en Wall Street, explota al mundo entero a través de la hegemonía del dólar, llevando la financiarización de la economía estadounidense a niveles sin precedentes. El dólar estadounidense, la deuda del Tesoro de Estados Unidos y los mercados bursátiles estadounidenses son la personificación de su hegemonía y de su estructura económica. El orden mundial dominado por el capital financiero monopolista de Estados Unidos constituye, en esencia, un saqueo de las cadenas internacionales de producción material y de valor. La riqueza de las élites financieras estadounidenses se construye sobre una acumulación depredadora que empuja inevitablemente a grandes sectores de la población de los países en desarrollo hacia la pobreza. Esta es la razón fundamental por la cual el sistema mundial liderado por Estados Unidos está destinado a ser sustituido.

II. El capítulo final del orden mundial neoliberal

El orden mundial neoliberal dio origen a un panorama dominado por el capital financiero monopolista. En este marco, el capital monopolista internacional tiene una ventaja abrumadora sobre las empresas privadas de cualquier nación. Mientras los Estados nación acepten el principio neoliberal de la llamada libre competencia con mínima intervención estatal, el capital monopolista internacional obtiene una ventaja competitiva inexpugnable, apoderándose sin esfuerzo de los recursos o las industrias de esos países, especialmente en las naciones en desarrollo más débiles.

Así, si los países ricos en recursos abandonan la intervención estatal, permiten de hecho que el capital financiero internacional adquiera participaciones o incluso el control total de sus recursos. Del mismo modo, si los países que desarrollan sus sectores manufactureros abandonan las políticas industriales, ello equivale a permitir que el capital monopolista internacional extraiga la mayor parte de las ganancias a lo largo de la cadena industrial, lo que condena a esos países a permanecer atrapados en los segmentos de bajo valor agregado.

Cuando estas dos condiciones se cumplen, Estados Unidos puede mantener su posición hegemónica y seguir extrayendo plusvalía de la cadena industrial internacional. Si el capital monopolista estadounidense pudiera destinar sus superganancias a reducir la enorme brecha de ingresos entre las clases sociales, el orden económico y político neoliberal alcanzaría un equilibrio autosostenible y estable. Sin embargo, esta última condición es incompatible con la codicia inherente al capital. Además, los dos pilares fundamentales que sostienen el orden mundial neoliberal han enfrentado desafíos crecientes desde el comienzo del siglo XXI.

El primer desafío provino de Rusia. Tras la disolución de la Unión Soviética, el país adoptó el programa neoliberal prescrito por el Consenso de Washington e implementó una transición orientada al mercado de “terapia de choque”. En ese momento, ante la grave escasez fiscal del gobierno federal, el gobierno de Boris Yeltsin se vio obligado a aceptar las duras condiciones de préstamo impuestas por Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional (FMI), abriendo así las puertas al capital monopolista internacional. Al mismo tiempo, la privatización masiva generó oligarcas privados: conglomerados financiero-industriales capaces de desafiar la autoridad del gobierno federal. Estos oligarcas nacionales, aliados con el capital internacional, saquearon la riqueza de Rusia y debilitaron drásticamente la capacidad del gobierno central para administrar la economía y la sociedad.

Cuando Vladímir Putin asumió la presidencia en el año 2000, su máxima prioridad fue restaurar la capacidad del Estado y reconstruir la estabilidad política y social. Sus políticas comenzaron con la renacionalización de los recursos estratégicos para reafirmar el control estatal sobre la economía, y con la represión de los oligarcas privados para recuperar la independencia política del gobierno federal. Aun así, las empresas rusas nacionales seguían sin poder competir con los monopolios internacionales en un entorno de mercado abierto. Como respuesta, Putin impulsó la creación de grandes conglomerados empresariales como Rosneft, Gazprom, Transneft, Russian Railways y Rusal, todos sometidos a reestructuración corporativa en ese periodo. El gobierno federal ruso también amplió el apoyo político a estos conglomerados para fortalecer su competitividad tanto en el plano interno como internacional.

Estas medidas reforzaron en cierta medida la capacidad de Rusia para resistir al capital monopolista internacional. Después de 2014, el país adoptó una estrategia de sustitución de importaciones y la política industrial nacional pasó a convertirse en un instrumento clave para contrarrestar los monopolios internacionales. Las amplias sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea (UE) a Rusia en 2022 llevaron al país a abandonar por completo los principios económicos neoliberales y su lógica política, lo que marcó su retiro definitivo del orden mundial neoliberal y de su marco de gobernanza.

El segundo desafío provino de China, que desafió el orden mundial neoliberal principalmente por medio de la utilización de políticas industriales para debilitar el dominio de los monopolios financieros y tecnológicos internacionales. Antes de que el presidente estadounidense Barack Obama anunciara la política del “giro hacia Asia” en 2011, las políticas industriales de China eran principalmente defensivas y se enfocaban en integrar sus abundantes recursos laborales en la economía moderna. Desde la reforma y la apertura, China ha defendido de manera constante la apertura y la integración en la economía internacional como principios fundamentales para garantizar condiciones externas favorables a su desarrollo económico. Al mismo tiempo, nunca ha abandonado la orientación y la intervención estatal en su crecimiento económico. De manera persistente, ha mantenido el control sobre los flujos internacionales de capital y recurrido a las políticas de innovación y a las políticas industriales como motores de su desarrollo, continuamente impulsando el ascenso de su industria manufacturera hacia el extremo superior de la cadena de valor.

A partir de su adhesión a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, el sector manufacturero de China creció rápidamente, acompañado de una acelerada modernización industrial y de avances tecnológicos. Luego de la crisis financiera mundial, el rápido crecimiento económico y el desarrollo industrial integral del país comenzaron a remodelar el panorama económico internacional. La reforma cambiaria de 2015 —cuando el renminbi pasó de una paridad flotante controlada vinculada al dólar estadounidense a una cesta de monedas con un mecanismo de flotación independiente— modificó el esquema cerrado de circulación de bienes y capitales entre China y Estados Unidos y minó los cimientos mismos de la hegemonía del dólar para cosechar riqueza internacional mediante las mareas financieras. El compromiso de China con el desarrollo de una economía de mercado, junto con un uso firme del poder estatal para regular las actividades del capital monopolista internacional, han permitido al país salvaguardar sus intereses nacionales y desafiar el orden mundial neoliberal liderado por Estados Unidos.

Esta fue una de las razones centrales por las que el gobierno de Obama implementó la estrategia del giro hacia Asia y trató de contener a China a través de las normas laborales y medioambientales del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por su sigla en inglés), defendiendo al mismo tiempo el principio de que la autoridad judicial del capital monopolista internacional debía prevalecer sobre la soberanía nacional para salvaguardar los intereses del capital monopolista estadounidense. En respuesta a esta ofensiva, la política industrial de China se volvió más proactiva después de 2015. Con la introducción de Hecho en China 2025 y el renminbi ya desligado del dólar, la lógica de la hegemonía del capital financiero estadounidense —cosechando riqueza internacional a través de los flujos de capital— comenzó a tambalearse.

Sin embargo, la principal fuerza que impulsó el fin del orden mundial neoliberal provino del propio  Estados Unidos. El descontento de Rusia con la globalización neoliberal, combinado con el desafío de China al esquema estadounidense de acumulación de riqueza internacional, llevó a Estados Unidos a dudar de su capacidad para mantener el control sobre este orden. La crisis financiera mundial de 2008 marcó el punto de partida de los intentos estadounidenses por reparar el andamiaje neoliberal. El impulso de Obama al TPP fue un esfuerzo sistemático para situar el poder del capital monopolista internacional y la supremacía financiera de Estados Unidos por encima de la soberanía de otras naciones, con el objetivo particular de debilitar el marco de la política industrial de China. Estos esfuerzos fracasaron, siendo un factor importante detrás de la oleada de retiradas de organizaciones internacionales y del abandono de responsabilidades globales durante la era Trump 1.0.

La política exterior de esa era ya había comenzado a desestabilizar el orden mundial neoliberal construido por Estados Unidos. Sin embargo, la hegemonía estadounidense posterior a la Guerra Fría descansaba precisamente en ese orden. Por esa razón, tras llegar a la Casa Blanca, Biden intentó reconstruir el sistema de alianzas, intensificar la contención de China y aumentar la presión sobre Rusia. Con las sanciones generalizadas impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea a Rusia en 2022, el orden mundial neoliberal comenzó a entrar en su capítulo final. Cuando Trump regresó a la Casa Blanca en 2025, la vorágine de políticas disruptivas de su administración sacudió las relaciones transatlánticas y alteró de raíz la dinámica entre Estados Unidos, Rusia y Europa. El 2 de abril de 2025 Trump lanzó una guerra arancelaria mundial, desmantelando por completo los pilares fundamentales del orden mundial neoliberal: el libre comercio y el multilateralismo.

III. La cooperación estratégica entre China y Rusia y la visión del próximo mundo

No cabe duda de que el llamado “orden mundial liberal”, cuidadosamente construido y promovido por Estados Unidos, no fue más que el orden mundial de las dos décadas posteriores a la Guerra Fría: una forma de globalización política bajo hegemonía unipolar impulsada por el neoliberalismo. Desde la perspectiva de Washington, este orden representaba la libertad del hegemón. Desde la perspectiva de otros países, significaba que Estados Unidos imponía por la fuerza la democracia electoral de corte occidental en todo el mundo, remodelando o derrocando gobiernos extranjeros.

Este orden mundial no es ni libre ni justo, ni podría jamás representar el estadio definitivo de la historia de la humanidad. Con el ascenso de China y el resurgimiento de Rusia, el alcance de la hegemonía estadounidense se está reduciendo. En su intento de revertir su dominio en declive, Estados Unidos ha tratado de contener y reprimir a China y Rusia. Sin embargo, las contradicciones internas del orden hegemónico liberal aseguran que los esfuerzos tanto del Partido Republicano como del Partido Demócrata resulten, en última instancia, inútiles.

Como dos pilares centrales del orden mundial y del escenario internacional, China y Rusia comparten un alto grado de consenso en la promoción de la reforma de la gobernanza global y en la construcción de un orden mundial más justo y equitativo. Los estadistas rusos han concebido desde hace tiempo un modelo completamente nuevo de gobernanza global. Al mismo tiempo, China ha presentado la iniciativa de construir una comunidad de futuro compartido para la humanidad, junto con propuestas políticas más concretas como la Iniciativa de Seguridad Global, la Iniciativa de Desarrollo Global y la Iniciativa de Civilización Global.

China y Rusia son fuerzas clave en la gobernanza global. Su asociación estratégica integral para una nueva era podría convertirse en piedra angular para mantener la paz, la estabilidad y la seguridad mundial. Los principios defendidos por ambos países (“la antihegemonía, la construcción de un mundo multipolar y la democratización de la gobernanza global”) han sido reconocidos por la mayoría de los países del mundo. El nuevo escenario internacional será, inevitablemente, multipolar. En este contexto, cabe preguntarse: ¿cómo avanzarán China y Rusia en su cooperación estratégica en materia de gobernanza global?

i. Consenso y propuestas de China y Rusia sobre la gobernanza global

En la nueva era, la coordinación estratégica entre China y Rusia se guía por los principios de “respeto mutuo, equidad, justicia y cooperación de beneficio mutuo”, con el objetivo de orientar el orden mundial hacia una dirección más justa y racional. A través de declaraciones conjuntas y diálogos de alto nivel, ambas partes alinean de manera constante sus posiciones, convirtiéndose en una fuerza clave para defender el multilateralismo y oponerse a la hegemonía unilateral en la gobernanza global. Su consenso y sus propuestas incluyen:

En primer lugar, promover la multipolaridad y la democratización de las relaciones internacionales, defender el multilateralismo y rechazar la injerencia en los asuntos internos y la llamada “jurisdicción extraterritorial”. China y Rusia sostienen que la gobernanza global debe ser un esfuerzo colectivo y rechazan el monopolio de la toma de decisiones internacionales por parte de unas pocas potencias. Subrayan que las economías emergentes y los países en desarrollo deben desempeñar un papel más relevante en los asuntos mundiales, y respaldan la construcción de un orden mundial más justo y racional.

Ambos países defienden el papel central de las Naciones Unidas, abogan por la resolución de disputas internacionales dentro del marco de la ONU y participan activamente en mecanismos multilaterales como el G20, los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), contribuyendo a su fortalecimiento. Al mismo tiempo, se oponen a la injerencia en los asuntos internos de otros países bajo el pretexto de los derechos humanos y la democracia, y critican la doble moral y las sanciones unilaterales de los países occidentales. Finalmente, en cuestiones como la crisis de Ucrania y la cuestión de Taiwán, tanto China como Rusia han manifestado de forma clara su rechazo a que fuerzas externas inciten a la confrontación y socaven la estabilidad regional.

En segundo lugar, continúan promoviendo la globalización económica y la cooperación abierta, abordando conjuntamente los desafíos globales y planteando una nueva visión de la seguridad. Rechazan el proteccionismo y las tendencias hacia la “desglobalización”, incluida la desvinculación y la ruptura de las cadenas de suministro, abogando por salvaguardar la estabilidad de las cadenas industriales y de suministro mundiales. Respaldan la integración económica regional, articulando la Iniciativa de la Franja y la Ruta con la Unión Económica Euroasiática (UEE) para mejorar la conectividad en todo el continente euroasiático.

Asimismo, proponen respuestas conjuntas a desafíos globales como el cambio climático, la seguridad sanitaria, el terrorismo, la seguridad del ciberespacio y la inteligencia artificial. Ambos se adhieren a una concepción de seguridad común, integral, cooperativa y sostenible. Rechazan las nociones de “seguridad absoluta” y se oponen a las confrontaciones militares1 basadas en bloques. En Asia, apoyan el papel central de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN por su sigla en inglés) y promueven la construcción de un marco regional de seguridad abierto e inclusivo.

En tercer lugar, promueven la reforma del sistema de gobernanza global, defienden un orden mundial basado en el derecho internacional y abogan por el diálogo entre civilizaciones y el desarrollo inclusivo. Plantean aumentar la representación y la voz de los países en desarrollo y fortalecer su influencia. Critican las alianzas exclusivas o los “pequeños círculos” basados en divisiones ideológicas y, en su lugar, promueven la cooperación inclusiva. Defienden los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas, se oponen al abuso de la “jurisdicción de largo alcance” y a las sanciones unilaterales, y apoyan el perfeccionamiento del sistema legal internacional, al tiempo que rechazan el uso de las llamadas “normas” para salvaguardar los intereses de unas pocas naciones. Abogan por la igualdad entre civilizaciones y el aprendizaje mutuo a través de intercambios entre diferentes culturas, oponiéndose a la teoría del “choque de civilizaciones”. Defienden la diversidad de modelos de desarrollo, enfatizando que cada país debe elegir su propio camino de desarrollo según sus condiciones nacionales, y se oponen a imponer el modelo propio sobre los demás.

ii. El futuro orden mundial será realista

El llamado orden mundial liberal proclamado por Occidente es una construcción ilusoria nacida de una visión miope de la historia. Antes de la Revolución Industrial moderna, el orden mundial se asemejaba a un mosaico compuesto por Estados premodernos que estaban en gran medida aislados unos de otros. La Revolución Industrial y la Ilustración facilitaron el nacimiento del orden mundial moderno. Sin embargo, durante siglos, las fuerzas que impulsaron y dieron forma a la evolución del orden mundial no fueron la democracia liberal, sino la guerra, la violencia y el derramamiento de sangre. Como cuna del orden mundial moderno, la efímera paz y estabilidad de la historia moderna y contemporánea de Europa se rigió en gran medida por los principios del realismo.

Durante el último siglo, los esfuerzos occidentales por imponer por la fuerza la democracia liberal la elevaron a la categoría de valor simbólico supremo en el discurso ideológico occidental. En cuanto a la democracia electoral occidental, esta forma de gobierno político —que tiene su origen en la política de las ciudades-Estado de la antigua Grecia— tiene “altibajos en su reputación”. La democracia electoral, manipulada por grupos de interés y dinero, ya se ha convertido en un mal de la política estadounidense moderna. La imposición por parte de Estados Unidos de la democracia electoral occidental en todo el mundo ha sido una de las principales razones por las que muchos países han caído en la “trampa electoral” y la “trampa del desarrollo”, al tiempo que han sido manipulados por el capital monopolista internacional.

Entonces, ¿cómo será el nuevo orden mundial después del neoliberalismo? En otras palabras, ¿qué valores dominarán el mundo después del liberalismo? En la actualidad, según el consenso entre China y Rusia sobre la gobernanza global, es poco probable que el futuro orden mundial tenga un conjunto de valores unificado. El realismo será la mejor caracterización de un orden mundial multipolar.

Algunxs sostienen que el conservadurismo se está convirtiendo en la tendencia dominante a nivel mundial y que el nuevo orden mundial será conservador. Sin embargo, el conservadurismo no es un sistema de valores homogéneo abstraído de diferentes civilizaciones. Desde una perspectiva conceptual y lógica, el conservadurismo hace hincapié en el retorno a un orden basado en la familia, la comunidad y la identidad étnica. No reconoce las comunidades de identidad transnacionales, razón principal de que el nacionalismo y el conservadurismo parecen converger en la superficie. El conservadurismo basado en la etnia es, en esencia, una forma de nacionalismo destinado a defenderse de las amenazas externas y a salvaguardar los intereses del propio grupo étnico. Para garantizar su protección, el grupo se apoya en el Estado como aparato de poder coercitivo, lo que eleva este conservadurismo al nivel de conservadurismo de Estado.

Rusia muestra tendencias conservadoras en su política interna. Muchxs académicxs consideran que el “putinismo” abarca elementos tanto del conservadurismo progresista como del realista. ¿Pueden las ideas y la ideología defendidas por el putinismo ser reconocidas por Occidente o por el Sur Global? La respuesta es clara: no. Por lo tanto, cuando se trata del Sur Global, la retórica de Vladímir Putin se enmarca principalmente en términos pragmáticos, incluyendo la oposición a la hegemonía, la promoción del desarrollo económico y la prestación de asistencia política y militar.

La visión de China sobre el orden mundial, tal como la articula el filósofo chino Zhao Tingyang, se basa en el concepto de tianxia (todo bajo el cielo), con la “benevolencia” (仁) como núcleo moral. Ideas como la “comunidad con un futuro compartido para la humanidad”, la Iniciativa de Desarrollo Global, la Iniciativa de Seguridad Global, la Iniciativa de Civilización Global y la “modernización con características chinas” tienen su origen en este valor moral de la benevolencia. Pero, ¿pueden estos conceptos articularse, caracterizarse y aceptarse dentro del discurso político occidental? La respuesta es igualmente clara: no pueden. Por lo tanto, China se adhiere al realismo, abogando por el diálogo entre civilizaciones y el desarrollo inclusivo, sin insistir en que el futuro orden mundial se base en un único conjunto de valores unificados.

iii. La cooperación estratégica entre China y Rusia estará determinada por la dinámica triangular con Estados Unidos

Una característica definitoria de la diplomacia de las grandes potencias es la independencia y la autonomía. En otras palabras, las grandes potencias pueden sostenerse por sí mismas, mientras que los Estados más pequeños deben elegir bando. La asociación estratégica integral de coordinación entre China y Rusia en la nueva era defiende los principios de no alianza, no confrontación y no apuntar a terceros, manteniéndose libre de interferencias externas.2 Esto refleja una diplomacia independiente y la búsqueda de los intereses estratégicos de cada parte. La cooperación estratégica entre China y Rusia en la gobernanza global también se regirá por estos principios.

Si se definen el contenido y la naturaleza de esta cooperación en distintos niveles —bilateral, regional o multilateral y global— se podrá establecer un marco más claro. En primer lugar, el alto nivel de confianza política y la cooperación integral a nivel bilateral han creado condiciones favorables para la seguridad, el desarrollo y la estabilidad social tanto de China como de Rusia. Esto sirve de modelo para las relaciones entre grandes potencias y constituye una piedra angular de la seguridad y la estabilidad en un mundo turbulento. En segundo lugar, a nivel regional y multilateral, China y Rusia cooperan en el marco de organizaciones como la OCS, los BRICS y el G20, así como a través de iniciativas como la Franja y la Ruta, la Unión Económica Euroasiática, la Gran Asociación Euroasiática y el nuevo orden de seguridad euroasiático propuesto por Rusia. En tercer lugar, a nivel global, la cooperación entre China y Rusia tiene como objetivo principal impulsar el orden mundial hacia una mayor multipolaridad, justicia, racionalidad y democratización. El consenso y las propuestas sugieren que la antihegemonía y la multipolaridad son los puntos de partida, mientras que el establecimiento de un orden mundial justo, racional y democrático es la meta final. La cooperación se centra en abordar conjuntamente el cambio climático, fortalecer la seguridad sanitaria, enfrentar el terrorismo y los retos de la ciberseguridad, defender el multilateralismo y la apertura económica.

Sin embargo, aunque la cooperación sigue siendo prioritaria, también existe competencia por influencia, lo que refleja los intereses diplomáticos, regionales y estratégicos globales propios de cada potencia. Por lo tanto, la cooperación entre China y Rusia en la gobernanza global y en el desarrollo de un nuevo orden global tiene sus límites. Los dos países alcanzan su nivel más alto de cooperación en el ámbito bilateral y comparten un consenso considerable sobre la gobernanza internacional. No obstante, su cooperación a nivel regional contiene elementos de competencia. Esta es una característica de la política internacional realista, en la que la cooperación entre grandes potencias debe dejar de lado factores ideológicos o basados en valores y tomar decisiones en función de intereses prácticos. Fomentar intereses comunes más amplios y limitar el alcance y la intensidad de la competencia mutua son condiciones fundamentales para alcanzar una cooperación interestatal estable y de alta calidad.

La cooperación política internacional desde el realismo también significa que la cooperación estratégica entre China y Rusia se verá inevitablemente afectada por terceros. Ambos países se adhieren a los principios de “no alianza, no confrontación y no apuntar a terceros” y sus relaciones no están sujetas a interferencias externas. Sin embargo, esto no significa que terceros no afecten la relación entre China y Rusia, especialmente cuando se trata de una fuerza internacional poderosa. Si las relaciones entre Rusia y Estados Unidos se suavizan, el espacio y el entorno internacional estratégicos de Rusia mejorarán, lo que a su vez, para Rusia, reducirá el valor de la coordinación estratégica con China en el plano global. Por el contrario, si las relaciones entre China y Estados Unidos se deterioran —como cuando Trump lanzó una guerra comercial contra China—, la importancia de Rusia tanto para China como para Estados Unidos aumentará, permitiéndole a Rusia obtener ventajas como espectador.

¿Cómo gestionar la influencia de terceros? Esto requiere distinguir entre intereses estratégicos e intereses tácticos en las relaciones trilaterales. Por ejemplo, aunque Rusia considere que la actual distensión con Estados Unidos puede facilitar intercambios en nombre de intereses tácticos, sabe que la confianza estratégica mutua con Washington es imposible. Esta comparación ayuda a comprender mejor el alto nivel de confianza política y los intereses estratégicos compartidos que constituyen la piedra angular de las relaciones entre China y Rusia.

Por Xu Poling

Xu Poling (徐坡岭) es un destacado economista especializado en teoría económica mundial, macroeconomía de economías abiertas y economía rusa. Es director de la Oficina de Economía Rusa del Instituto de Estudios sobre Rusia, Europa del Este y Asia Central de la Academia China de Ciencias Sociales (CASS por su sigla en inglés). También se desempeña como subdirector del Centro de Investigación de la Franja y la Ruta de la CASS, director permanente de la Sociedad China de Economía Mundial y profesor distinguido Tianshan en la Universidad de Finanzas y Economía de Xinjiang. Es autor de libros como A Study on the Trajectory of Russia’s Economic Transformation [Estudio sobre la trayectoria de la transformación económica de Rusia] y An Introduction to the Political Economy of Transition [Introducción a la economía política de la transición].

Notas

  1. Nota editorial: El concepto de “seguridad absoluta” proviene de la política exterior china y se utiliza para criticar el enfoque expansionista y las políticas de contención de Estados Unidos y la OTAN. ↩
  2. Nota editorial: el uso del término “no alianza” aquí es distinto del concepto de no alineamiento. En este contexto, “no alianza” se refiere al rechazo a formar alianzas militares. ↩

Referencias Bibliográficas

Arrighi, Giovanni. El largo siglo XX. Dinero y poder en los orígenes de nuestra época. Verso, 1994.

Chomsky, Noam. El beneficio es lo que cuenta: Neoliberalismo y orden global. New York: Seven Stories Press, 1999.

Fukuyama, Francis. El fin de la historia y el último hombre. New York: The Free Press, 1992.

Vance, James David. “Discurso de JD Vance”. En: Munich Security Conference 2025: Selected Key Speeches, Vol. 2. Munich: editado por Benedikt Franke, 2025.

Williamson, John. “Qué significa la reforma para Washington”. En: Latin American Adjustment: How Much Has Happened? Editado por John Williamson. Institute for International Economics, 1990.

Wenhua Zongheng (文化纵横) es una destacada revista de pensamiento político y cultural contemporáneo de China. La revista publica artículos procedentes de intelectuales de todo el país con diversas posturas ideológicas y constituye una importante referencia para la evolución del pensamiento chino. El Instituto Tricontinental de Investigación Social se ha asociado con Wenhua Zongheng para publicar una edición internacional de la revista para ofrecer a nuestros lectores la oportunidad de interactuar con el rico y complejo panorama intelectual de la China moderna.

The Tricontinental, diciembre 2025.


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Diciembre 26, 2025 • 1 hora atrás por: ElCiudadano.cl 20 visitas

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