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Es tentador caer en el titular fácil y culpar a la inteligencia artificial de todos los males laborales actuales. Cuando una gran tecnológica anuncia despidos, la narrativa habitual apunta a que los algoritmos están reemplazando a las personas. Sin embargo, en el caso del reciente Expediente de Regulación de Empleo (ERE) de Telefónica, la realidad es mucho más compleja y espinosa. La IA juega un papel, sí, pero es solo la punta del iceberg de una transformación estructural que la operadora lleva postergando y gestionando durante años.
Lo que está en juego aquí no es solo la reducción de una plantilla, sino la supervivencia y adaptación de un gigante histórico en un mercado que ha cambiado las reglas del juego por completo. Para el usuario de a pie, esto puede parecer un movimiento corporativo lejano, pero explica por qué su factura de teléfono ha cambiado tanto en la última década y por qué la calidad del servicio ya no depende de un técnico que sube a un poste, sino de un software en la nube.
Telefónica se enfrenta a la paradoja de seguir siendo rentable mientras carga con una estructura heredada de otra época, intentando competir con rivales que nacieron ligeros y digitales.
Para entender por qué Telefónica necesita adelgazar, primero hay que mirar su cuenta de resultados y compararla con la de sus vecinos. Telefónica sigue ganando dinero, pero la tendencia de las últimas décadas muestra una erosión constante de los márgenes. Los inversores exigen rentabilidad y la única forma de mantenerla, cuando los ingresos por cliente se estancan debido a la guerra de precios, es reducir drásticamente los gastos operativos (Opex). Aquí es donde la operadora juega en desventaja: mientras competidores como Digi tiran los precios al suelo, lo hacen con una estructura de costes mínima, alquilando redes y sin la responsabilidad histórica de mantener una infraestructura nacional crítica.
Esta competencia asimétrica ha hecho mucho daño. Aunque la fusión de MasOrange prometía estabilizar el mercado, la realidad es que la guerra del "low cost" se ha cronificado. Telefónica, como antiguo monopolio, soporta una carga de inversión en infraestructura (despliegue nacional de 5G, fibra rural) que otros operadores simplemente no tienen.
Mantener una plantilla dimensionada para los tiempos de bonanza, con salarios y beneficios sociales superiores a la media del sector, se ha vuelto insostenible para competir en igualdad de condiciones con empresas nativas digitales que operan con una fracción de ese personal.
No se trata solo de que ganen menos, sino de cómo se gasta. La estrategia detrás del ERE es aligerar esa "mochila" de costes fijos para poder ser más ágiles. En la práctica, es como intentar correr un maratón contra velocistas; por mucho que entrenes, si llevas una armadura pesada, estás destinado a perder a menos que te despojes de ella.
Más allá de la economía, hay una realidad técnica ineludible: la red de telecomunicaciones moderna se "cuida" casi sola. El gran cambio de paradigma ha sido el paso del cobre a la fibra óptica. El cobre era una tecnología "activa" y caprichosa, sensible a la humedad, al calor y al desgaste físico, lo que requiera un ejército de técnicos para su mantenimiento constante. La fibra, en cambio, es una tecnología pasiva. Se estima que la fibra genera aproximadamente la mitad de incidencias que el cobre.
El apagado de las centrales de cobre, que coincidió con el centenario de la compañía, supone el cierre de miles de centrales físicas que ya no son necesarias. Esto tiene una traducción directa en el empleo: si no hay cobre que mantener ni centrales que vigilar, el personal dedicado a estas tareas deja de tener una función productiva dentro de la nueva estructura. Además, la digitalización ha permitido que muchos procesos que antes requerían la visita de un técnico o una gestión manual en una oficina, ahora se resuelvan mediante software en remoto o autogestión del usuario.
La automatización y la digitalización han entrado de lleno también en áreas administrativas y de gestión. No es solo que la IA pueda atender una llamada básica, es que los sistemas de gestión de red (Sistemas OSS/BSS) son cada vez más autónomos. Lo curioso es que, aunque esto mejora la eficiencia y reduce errores para el usuario, inevitablemente genera un excedente de personal en roles tradicionales de soporte y administración que la empresa ya no puede justificar.
El tercer gran factor es el desajuste de talento. Telefónica se encuentra en una situación paradójica: le sobra gente, pero a la vez le falta gente. La plantilla de la operadora en España tiene una media de edad elevada y una antigüedad considerable. Estos empleados son, en muchos casos, expertos en tecnologías que están desapareciendo (como la red telefónica conmutada o el mantenimiento de líneas de cobre), pero la empresa necesita desesperadamente perfiles nuevos: expertos en ciberseguridad, arquitectos de la nube, analistas de Big Data e ingenieros de Inteligencia Artificial.
El problema de fondo es la dificultad del reciclaje profesional (reskilling). Convertir a un experto en redes físicas de 55 años en un especialista en ciberseguridad no es imposible, pero es un proceso costoso, lento y con resultados inciertos. Ante este escenario, la empresa ha optado por la vía traumática pero efectiva a corto plazo: facilitar la salida de los trabajadores más veteranos (que además tienen los costes salariales más altos) a través del ERE, para abrir hueco (aunque sea en menor número) a perfiles digitales más jóvenes y baratos.
Es una decisión dura que refleja la crudeza de la transformación digital. No es que los trabajadores actuales no sean válidos, es que sus habilidades han dejado de casar con las necesidades urgentes de una "telco" que aspira a convertirse en una "TechCo" (una compañía tecnológica). La IA generativa acelerará este proceso, sin duda, pero el ERE actual responde más a la limpieza del legado analógico que a la irrupción del futuro algorítmico. De hecho, Telefónica ya carga a sus espaldas con varios EREs desde 1999 que acumulan cerca de 50.000 despidos en momentos en los que la IA no existía.
Este ERE debe interpretarse no como un simple recorte por crisis, sino como el final de una era industrial en las telecomunicaciones. Telefónica está soltando lastre para intentar garantizar su viabilidad futura en un mercado que ya no perdura a los gigantes lentos. La duda que queda en el aire es si, tras este doloroso ajuste, la compañía logrará, de una vez por todas, la agilidad necesaria para liderar los servicios digitales o si seguirá siendo vista por el mercado simplemente como la dueña de las tuberías por las que pasan los datos de otros.
En Xataka Móvil | Telefónica lanza un aviso incómodo a Bruselas: sin cambiar las reglas, no se podrá desplegar el 5G que Europa necesita.
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El duro ERE de Telefónica: la IA es solo una parte de un problema que viene de lejos
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por
plokiko
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