El Ciudadano
Por Vicente Rojas

Tras la derrota electoral cabe —y debemos— preguntarnos qué sucedió. Aunque esta pregunta, a estas alturas, pareciera estar resuelta, sigue siendo fundamental precisar quién perdió y a quién se le fue de las manos el proceso. No se trata de establecer responsabilidades de forma punitiva, sino de comprender por qué el pueblo chileno, que alguna vez se juró tumba del neoliberalismo, hoy elige democráticamente a un fiel heredero de un sistema impuesto en dictadura. Y, por supuesto, identificar con claridad los errores cometidos.
LA DERROTA DEL REFORMISMO
Lo primero es establecer quién perdió. Esta elección representa una derrota total del progresismo y de la socialdemocracia domesticada, de un progresismo meramente discursivo, un mosaico de feminismos, ecologismos y un sinfín de “ismos” convertidos en chapas identitarias, que el actual gobierno portó con orgullo mientras, en los hechos, pavimentaba la victoria de José Antonio Kast.
Dentro del modelo neoliberal existe un discurso para ganar elecciones y otro muy distinto para gobernar. Y los gobernantes predilectos del modelo son precisamente aquellos socialdemócratas y progresistas que se quedan en el discurso, pero que al gobernar administran la agenda de la derecha, del empresariado y de los grandes medios de comunicación al servicio de la clase dominante.
Desde el Acuerdo por la Paz, el Frente Amplio personificado en Gabriel Boric, cumplió ese rol: domesticar la revuelta popular, transformarla en gobernabilidad y encauzarla dentro de un marco donde gobernar significó, en los hechos, seguir profundizando el modelo que se decía querer superar.
EL PEZ MUERE POR LA BOCA
La arrogancia con que se trató el proceso constituyente, los acuerdos cupulares, la exclusión del movimiento popular y social, la cocina política a espaldas de la clase trabajadora, tuvo costos que no fueron perdonados. El fracaso del primer proceso y la entrega del segundo a los sectores pinochetistas y conservadores no fueron accidentes, sino consecuencias.
A ello se suman hechos concretos que desarticularon uno a uno los discursos que el progresismo decía encarnar, el caso Monsalve y el quiebre del relato feminista; el manejo represivo de las tomas y el colapso del discurso social; el TPP-11 y la renuncia al discurso medioambiental; la creación de un sistema hermano del CAE, presentado cínicamente como su superación; el perdonazo a las Isapres; y una reforma previsional que, lejos de terminar con las AFP, legitima y profundiza el negocio privado extractivo con los fondos de las y los trabajadores.
No podemos caer en el infantilismo político de culpar a la derecha. No había ninguna razón para esperar una derecha moderada, conciliadora o benevolente. Lo que correspondía era prepararse, desde el primer día en La Moneda, para defender con hechos un discurso que terminó desmoronándose por completo.
LA IZQUIERDA Y LA SEGURIDAD
Debemos reconocer una verdad incómoda, la izquierda no fue capaz de hablar de seguridad, y eso quedó brutalmente demostrado. No por falta de sustento teórico, sino por un idealismo ético, por esa disputa estéril sobre quién es más consecuente.
La izquierda chilena ha somatizado el Golpe de Estado. Los fantasmas de la dictadura siguen presentes —y con razón—, más aún cuando el indulto a criminales como Krasnoff aparece a la vuelta de la esquina. Sin embargo, esta batalla justa por la memoria terminó desconectándonos de la seguridad cotidiana, de la delincuencia, de los portonazos, del miedo real que vive el pueblo trabajador.
En ese vacío, la promesa de mano dura, de orden y represión aparece como respuesta desesperada. La incapacidad de la izquierda para abordar seriamente la seguridad pública, sin complejos pero con principios, fue uno de los ejes centrales de la victoria de José Antonio Kast. Entenderlo no implica renunciar a la justicia histórica, pues los crímenes de lesa humanidad no merecen ni perdón, ni olvido, y los que traicionaron el juramento y dispararon contra su pueblo merecen castigo, debemos ser capaces de discutir políticas públicas también para el Chile de hoy.
LAS TAREAS PARA MAÑANA
Asumir la derrota es crucial. La voluntad mayoritaria del pueblo se expresó y, nos guste o no, José Antonio Kast gobernará Chile durante cuatro años. Fachopobrear, rotear o tratar al pueblo de ignorante no solo es moralmente miserable, es políticamente suicida.
La izquierda debe reorganizar su militancia y abandonar la incoherencia histórica de sobrerrepresentar minorías como eje central del proyecto político. La clase trabajadora es la mayoría y sigue siendo el sujeto histórico de transformación. Las luchas identitarias, cuando se desconectan del conflicto de clases, terminan elitizando la discusión y alejándola del movimiento popular y social.
Es imprescindible volver al trabajo territorial, reconstruir tejido social y levantar un programa mínimo, concreto y comprensible. La derecha es un enemigo formidable, pero la tarea comienza en casa.
Y, como decía el profesor Carlos Pérez Soto, debemos preguntarnos con honestidad: ¿queremos una izquierda que se desmorona tras una derrota electoral, o una que permanece de pie porque tiene propósito, estrategia y horizonte histórico?
Por Vicente Rojas
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