📊IMascotas.CL | 📝IOfertas.CL | ⚽Tips.CL | ❤️Valdebenito.CL | 🚔IMotores.CL |

El gato gordo: un relato de Jaime Bayly

El gato gordo: un relato de Jaime Bayly

Una agencia internacional de oradores me ofreció bastante dinero para dar una conferencia en un hotel de Punta del Este. Quedé preocupado. Me pareció una señal de alarma. Algo estoy haciendo mal, pensé. Pregunté quiénes serían los amables caballeros que me pagarían. Me dijeron que un grupo de banqueros. Pregunté de qué debía hablarles. Me dijeron que el tema sería la economía en América Latina. Pregunté cuánto tiempo debía hablar. Me dijeron cincuenta minutos.

Yo no sé nada de economía, no tengo nada que decir al respecto, pero la oferta era buena para mi economía, así que acepté. Solo puse una condición: cincuenta minutos es poco tiempo para mí, necesito hora y media y un café expreso cada diez minutos. Mi esposa me dijo estás loco, cómo vas a hablar de economía una hora y media ante un grupo de economistas, si no sabes nada de economía y no tienes nada que decir. Allí está el arte, mi amor, le dije, yo soy capaz de hablar hora y media sin decir nada. Luego me defendí: comprende que me ofrecen mucho dinero, ganaría en un solo día lo que gano en un mes haciendo el programa de televisión, no puedo despreciar esa invitación, si todo sale bien seguro que me ofrecerán luego otras conferencias bien remuneradas. No la convencí en absoluto. Me dijo: vas a hacer el ridículo. No creas, le dije, los voy a hacer reír, voy a contarles historias divertidas de gente rica que he conocido.

Me mandaron el contrato y estaba a punto de firmarlo cuando confirmé que no había vuelos directos desde Miami, donde vivo, hasta Punta del Este. Tampoco había directos a Montevideo. La manera más confortable de viajar era volar primero a ciudad de Panamá, luego a Montevideo y finalmente manejar hasta Punta del Este. Será una paliza, pensé. Demasiados vuelos, demasiadas colas, demasiadas noches mal dormidas. Le escribí al atento señor de la agencia de oradores y le dije que no viajaría. Estoy delicado de salud, alegué. Nací delicado de salud, pensé. Si quieren que vaya, hagan la conferencia en el hotel Alvear de Buenos Aires, un vuelo directo desde Miami, y en ese caso sí estoy dispuesto a viajar. Pero en Punta del Este, mil disculpas, no me esperen. No volvió a escribirme. Mi esposa se reía a carcajadas de mi probada idiotez. Has quedado como el hombre más flojo y engreído del mundo, me dijo. Es verdad, lo soy, reconocí ante ella.

Poco después me escribió una joven colombiana residente en Vancouver ofreciéndome bastante dinero para dar una conferencia en Barranquilla. Algo estoy haciendo muy mal para que me ofrezcan conferencias pagadas ante personas serias, pensé. Quienes desean contratarme, y luego escucharme, son gentes mal informadas, pues piensan que yo tengo algo importante que decirles, y la verdad es que no tengo absolutamente nada que decirles, reflexioné. Pero el dinero que ofrecían era bueno, aunque no tanto como el de la ponencia en Punta del Este que sabe Dios quién dio en mi lugar. Pregunté quiénes me pagarían. Me dijeron que empresarios de la construcción en Colombia. Pregunté de qué debía hablarles. Me dijeron que de política colombiana y latinoamericana. Pregunté cuánto debía durar mi discurso. Me dijeron que media hora. Imposible, le dije a la joven, por lo menos necesito una hora, yo en media hora recién estoy calentando. No hay problema, dijo ella, encantadora. Le dije mándame el contrato. Entretanto, ocurrieron dos cosas fatales. Le pregunté a qué hora sería la conferencia. Me dijo a las diez de la mañana. Imposible, le dije, a esa hora estoy en coma profundo, yo despierto a la una de la tarde, dondequiera que esté. Ella pensó que yo estaba bromeando. La conferencia debe ser a las cuatro o cinco de la tarde, le dije. Ella habló con sus jefes y le dijeron que no, que como muy tarde debía ser a mediodía, no después. Peor todavía, confirmé que solo había un vuelo directo desde Miami a Barranquilla y salía a las diez de la mañana, lo que me obligaría a estar en el aeropuerto a las ocho de la mañana. Ni a palos, pensé. Le dije a la amiga de Vancouver que no podía viajar. Debes comprender, le dije, que para mí la felicidad consiste en dormir todo lo que me pide el cuerpo, y por eso no puedo viajar, porque me condenaría a tres días seguidos madrugando, lo que me hundiría en la desdicha y me quitaría años de vida. Ella tuvo el buen juicio de no insistir.

La otra tarde llegué al café de la isla donde mi esposa y yo almorzamos sin falta y dos hombres estaban esperándonos. Se habían enterado de que voy a ese café los siete días de la semana, a la misma hora, tres de la tarde, a comer y beber lo mismo, un pastel de espinaca y un jugo de frutos rojos. Todos en la isla saben que allí comemos mi esposa y yo porque ella no cocina y yo menos. Los hombres eran de origen peruano y hablaban con acento peruano. Me dijeron que formaban parte de un partido político peruano. Los felicité. Luego hablaron. Me dijeron que yo debía dar una conferencia para los miembros de la comunidad peruana en Miami. La conferencia, añadieron, sería un sábado, a las dos de la tarde, en un restaurante de Coral Gables. No me hablaron de dinero, casi mejor. Me dieron gorras amarillas, camisetas amarillas, calcomanías amarillas del partido. Te esperamos el próximo sábado, me dijeron. Mejor no me esperen, les dije. El sábado a esa hora estaré durmiendo, añadí. Se rieron, pensando que bromeaba. Pero yo hablaba en serio. Luego les dije: no quiero dar una conferencia sobre política peruana, no tengo nada que decir al respecto. Trataron de convencerme, pero no lo consiguieron. Luego mi esposa les dijo: si no se van, voy a llamar a la policía y los voy a denunciar por querer sodomizar a mi marido. Se fueron corriendo, espantados. Me reí a carcajadas. Si ya los políticos son tristes, los que les cargan los maletines son más tristes todavía. Días después, me escribieron rogándome que fuese a darles un discurso ya no a las dos, sino a las cinco de la tarde, en el mismo restaurante. Te pedimos que lo hagas por amor a la patria, me invocaron. Les respondí: mil disculpas, pero soy un hombre que se ha quedado sin patria y no tiene ya nada que decir, buena suerte y, si llegan al poder, que les dure.

Hace dos semanas, cuando murió el gran escritor, me llovieron en el teléfono y el correo electrónico numerosas peticiones de entrevistas para hablar sobre él. No contesté una sola. También me invitaron a decenas de programas de radio y televisión para evocar al genio. Preferí no responder. Todo lo que quería decir sobre el gran escritor lo había escrito ya en mi novela más reciente, “Los genios”, que salió hace un par de años. No tengo nada más que decir, pensé. Y si me asalta la tentación de recordarlo, o relatar las circunstancias que viví con él, prefiero contarlo en mis tribunas personales, es decir en esta columna periodística semanal y en mi canal de YouTube, que acaba de llegar al millón de suscriptores, una señal de que, por fin, algo estoy haciendo bien. ¿Será entonces que la gente que me ve hablando en mi casa todas las tardes para mi canal personal de YouTube piensa que es una buena idea contratarme para que yo vaya hasta allá lejos a seguir hablándole de cualquier otra cosa? Mi esposa, que es muy práctica, me dice: si quieres hablar, habla en tu canal, y después anda a tu escritorio y escribe, y no pierdas tiempo viajando y dando conferencias sobre temas que no conoces. Sí, claro, mi amor, le digo, pero luego me quedo pensando en la plata que pude haber ganado en Punta del Este y en Barranquilla y me digo que soy el hombre más sedentario, perezoso y huraño que he tenido la suerte de conocer.

Flaubert escribió en una carta: “Busca cuál es tu verdadera naturaleza y vive en armonía con ella”. Naturalmente, soy un gato. Soy un gato obeso, veterano, un gato que nunca quiere salir de casa, un gato que siempre está durmiendo o con ganas de hacer la siesta, un gato que detesta los ruidos, los gentíos y toda forma bulliciosa de felicidad. Porque mi ventura y placidez de gato gordo consisten en quedarme en casa sin que nadie me pague por viajar a hablar de cosas que no conozco. Me encantaría ser un tigre, pero, mil disculpas, solo soy un gato.

Fuente

LaTercera.com

LaTercera.com

Lo + visto

0 Comentarios

Escribe un comentario

5,121 visitas activas