El Gordo de verdad este año no está en la Lotería. Hay cestas de Navidad que duplican el premio y no pasan por hacienda

El Gordo de verdad este año no está en la Lotería. Hay cestas de Navidad que duplican el premio y no pasan por hacienda

La cesta de Navidad, hoy convertida en un objeto casi mitológico del calendario laboral y comercial español, no nació como un gesto inocente ni como una estrategia de marketing, sino como una expresión muy antigua de poder, jerarquía y dependencia. Si los romanos levantaran la cabeza hoy no darían crédito: su sportula ya no es una simple cesta, es algo mucho más grande que el propio “Gordo” de Navidad. Literalmente,

De Roma a sorteo del S.XXI. En la Roma imperial, durante las Saturnales de diciembre, los patronos entregaban a sus clientes la sportula: una cesta de mimbre con alimentos de calidad (higos, laurel, productos selectos) que se ofrecía durante la salutatio matutina, el ritual matinal en el que los protegidos acudían a rendir respeto al patrón. Aquella cesta no era solo comida: era un recordatorio tangible de quién protegía a quién y de cómo la subsistencia se articulaba alrededor de relaciones personales de fidelidad. 

Siglos después, esa lógica reapareció bajo otras formas en la tradición anglosajona del Boxing Day, cuando las clases acomodadas repartían cajas con regalos a su servicio doméstico, y también en el ámbito eclesiástico medieval, donde las “Christmas boxes” funcionaban como donativos a los más desfavorecidos. La idea central era siempre la misma: cerrar el año con un gesto material que reforzara vínculos sociales, laborales o morales.

La cesta española. En España, la cesta de Navidad empezó a consolidarse a finales del siglo XIX en organismos públicos y administraciones, pero no fue hasta la década de 1950 cuando se generalizó como un regalo empresarial reconocible, primero en el sector público y después en el privado. Aquellas cestas, de mimbre y apariencia casi romana, combinaban dulces navideños, embutidos, quesos y botellas de vino o cava, y solían entregarse junto a la paga extra. 

No eran un lujo, pero sí un símbolo: el trabajador llevaba a casa algo que se abría en familia y se consumía en las fechas clave, integrando el mundo del trabajo en el ritual doméstico de la Navidad. Con el paso de las décadas, el lote dejó de ser un complemento para convertirse en un gesto identitario de la empresa, un objeto que hablaba tanto del presupuesto como de la cultura corporativa.

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Del jamón al musical. La evolución social y laboral del país ha ido empujando a la cesta a transformarse sin extinguirse. La diversidad generacional, los cambios en hábitos de consumo y las nuevas sensibilidades alimentarias han hecho que el modelo único deje de funcionar. Hoy conviven las cestas tradicionales con catálogos digitales donde los empleados eligen entre productos tecnológicos, experiencias culturales o regalos gourmet. 

El jamón entero cede terreno al loncheado por razones económicas, prácticas y demográficas, y las bebidas de alta graduación se reducen. Aparecen lotes veganos, sin gluten o sin alcohol, y se cuidan más el diseño, la sostenibilidad y el continente. Sin embargo, incluso quienes impulsan el cambio reconocen que persiste un “romanticismo” difícil de sustituir: la experiencia de llegar a casa con una caja, abrirla en familia y asociar ese momento al reconocimiento del trabajo realizado durante el año.

Una industria que vive de un mes. Detrás de ese gesto aparentemente sencillo existe un sector económico altamente especializado que concentra buena parte de su facturación en apenas tres meses. Empresas que piensan en cestas todo el año, que negocian con proveedores, ajustan precios frente a la inflación del jamón, el cacao o el aceite, y que han sobrevivido a crisis como la de 2008 profesionalizándose y ganando escala. 

Grandes superficies y distribuidores mayoristas mueven cientos de miles de lotes cada campaña, desde cestas modestas de menos de 10 euros hasta propuestas premium que superan los 1.000. Al mismo tiempo, la cesta se ha convertido también en un terreno fiscal delicado: es una retribución en especie cuando la entrega la empresa, un incremento patrimonial cuando se gana en un sorteo, y un detalle que, según su valor, puede obligar a tributar. Ese componente fiscal, paradójicamente, ha impulsado algunas de las innovaciones más llamativas.

Montaje Completo Regalos 2 2026 Imagen promocional de la "cesta" de El Paisano

Cuando la cesta supera al Gordo. El salto definitivo de lo simbólico a lo espectacular llega cuando la cesta deja de ser un conjunto de alimentos y se convierte en un gran sorteo vital. El caso más conocido este año es el del asador El Paisano, en la provincia de Sevilla, que desde 2008 ha ido ampliando su “Gran Cesta de Reyes” hasta alcanzar en 2025 un valor cercano a los 850.000 euros, una cifra que duplica el premio neto de un décimo del Gordo de Navidad. 

Coches de alta gama, autocaravanas, motos, un apartamento en la costa, tecnología, lingotes de oro y alimentación conviven en un solo premio que, además, se entrega con impuestos y gastos asumidos por el organizador. Por diez euros de participación, el ganador puede despertarse con una vida material completamente distinta. Aquí la cesta deja de ser metáfora y se convierte en acontecimiento económico, mediático y social.

Lo bizarro también es navidad. Pero si algo demuestra hasta dónde ha llegado esta tradición es su capacidad para abrazar lo insólito sin complejos. En Ourense, una funeraria decidió montar su cesta de Navidad dentro de un ataúd expuesto en el escaparate. El contenido, valorado en 2.300 euros, incluye desde tecnología y electrodomésticos hasta jamón y dulces, y el propio féretro puede llevarse “si el capricho es mucho”. 

Lejos de ser una provocación gratuita, el sorteo tiene un fin solidario y busca dinamizar la vida del barrio. La escena resume bien el espíritu contemporáneo de la cesta: un objeto que ya no teme al exceso, al humor incómodo ni a la exageración, porque su función principal es llamar la atención, generar comunidad y cerrar el año con una historia que contar.

Tradición que nunca fue inocente. Como vemos, desde la sportula romana hasta la cesta que se sortea en un ataúd o la que vale más que el Gordo sin pasar por Hacienda, la cesta de Navidad ha cambiado de forma, de contenido y de escala, pero no de sentido profundo. 

En el fondo sigue siendo un ritual de cierre, una transferencia material cargada de significado social, o una forma de decir “perteneces a esto” o “recuerda quién te dio esta alegría”. En 2025, ese gesto puede adoptar la forma de un jamón loncheado, una entrada para un musical, un piso en la playa o un ataúd lleno de regalos. 

Lo que no ha cambiado es su capacidad para condensar en una caja (o en algo que se le parece cada vez menos) las tensiones, aspiraciones y contradicciones de cada época.

Imagen | PXHere, Barcex, Public Domain

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La noticia El Gordo de verdad este año no está en la Lotería. Hay cestas de Navidad que duplican el premio y no pasan por hacienda fue publicada originalmente en Xataka por Miguel Jorge .

Diciembre 22, 2025 • 1 hora atrás por: Xataka.com 20 visitas

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