El gran juego de la vida: un relato de Jaime Bayly
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El gran juego de la vida: un relato de Jaime Bayly

La vida es ponerse cómodo. Si estás incómodo, será difícil que puedas disfrutar de tu existencia.
La comodidad no pasa necesariamente por el dinero. Puedes tener mucho dinero y disponer de todas las comodidades materiales y, no obstante, estar incómodo.
Recuerdo los tiempos lejanos en que me sentía incómodo en mi cuerpo. No me faltaba dinero. Tenía un bonito apartamento y un auto de lujo. Pero mi vida era una terrible, insoportable incomodidad. ¿Por qué estaba tan incómodo? Porque no me aceptaba a mí mismo tal cual era. Me miraba en el espejo y me detestaba. Estaba tan incómodo en mi cuerpo que no me interesaba seguir viviendo.
Entonces la primera comodidad básica, esencial, no negociable, es aceptarte como eres, quererte como eres. No me refiero a tus virtudes. Me refiero a tus debilidades, tus imperfecciones. Me refiero a lo que te hace único, diferente, singular, uno fuera del montón. Debes aceptar quien eres con serenidad y coraje. Eso supone reconocer tus limitaciones. Eso exige ser valeroso y amar los rasgos esenciales de tu identidad.
Lo primero que debes aprender en el colegio y en la universidad es quién eres de verdad: qué te gusta, qué te disgusta, en qué cosas eres bueno, en qué cosas eres malo. Eso no puede enseñártelo un profesor, un amigo, una novia, un pariente. Descubrir quién eres, saber quién eres, es un aprendizaje que corre enteramente por cuenta tuya. Mientras más pronto lo sepas, mejor para ti, menos perderás el tiempo equivocándote en el camino.
Una vez que sepas las señas básicas de tu identidad, que conozcas tus pocos talentos y tus numerosas inhabilidades, habrás dado un gran primer paso: estarás en paz contigo mismo, cómodo en tu cuerpo, siendo quien eres, no deseando ser alguien distinto, no tratando de cambiar lo que no puede cambiarse porque es tu marca genética y corre en tu sangre.
Pero estar cómodo contigo mismo no supone necesariamente estar cómodo en la vida misma, ni disfrutar de una vida desahogada, confortable. No: el juego recién comienza cuando sabes quién eres y aceptas el cuerpo que te ha tocado, la vida que te ha sido dada.
Luego viene una parte fundamental del gran juego de la vida. Lo que viene es todavía más difícil. Tienes que decidir cómo quieres jugar el juego. Tienes que elegir, en base a tus talentos, tus aptitudes, tus sensibilidades, tus sueños, cuál de los muchos juegos que la vida ofrece es aquel que deseas jugar. Debes escoger el juego basado en dos consideraciones: una, crucial, que te consideres bueno para jugarlo, y otra, capital, que estés bastante seguro de que disfrutarás jugando ese juego, aun si no ganas siempre. La clave no es ganar el juego, nadie puede ganarlo siempre, la clave es disfrutar del juego.
Yo elegí el juego de ser un escritor. Presentía que podía jugarlo más o menos bien. Soñaba con jugar ese juego todos los días. Estaba bastante seguro de que jugarlo le daría un sentido o un propósito a mi vida. Sospechaba poderosamente que había un escritor en mí, que había nacido con ese don, ese mínimo talento, que esa gracia o pericia me venía en la sangre desde mi bisabuela Mercedes Gallagher y que solo tenía que atreverme a despertar al escritor que dormía en mí. No fue tan difícil elegir el juego que deseaba jugar. En todo lo demás, era malo, malísimo, un perfecto inútil. Confieso que en algún momento me tentó jugar el juego de la política. Pensé: podría jugarlo bien, podría ganar, pero no lo disfrutaría, no gozaría del juego. Por eso no quise desviarme del juego esencial de mi vida, que es mi vocación, mi pasión, mi locura incurable, mi seña de identidad: el juego de escribir historias, el juego de contarlas. Treinta y cinco años después, sigo jugando el juego, y vaya que lo disfruto cada día.
Pero cuando elijas el juego, tu juego, el campo o el ámbito en el cual vas a desplegar tus talentos, no debes pensar prioritariamente en el dinero, salvo que tu juego sea ese mismo, el de hacer dinero, todo el dinero que sea posible, un juego que, por supuesto, debe de ser fascinante, pero yo no nací con esas aptitudes, nunca he jugado el juego pensando en el dinero, y sin embargo no me ha faltado dinero.
Trata de no equivocarte en el juego que decidas jugar. Pero, si te equivocas, no es el fin del mundo: probaste, no te gustó, lo dejas y cambias de juego. No siempre se acierta a la primera. Lo importante, lo esencial, es saber qué te gusta, para qué eres bueno, qué juego te atrae naturalmente, cómo te gusta imaginar tu particular sentido del éxito, de la felicidad.
El dinero viene después. Primero descubres quién eres. Luego eliges el juego. Y una vez que comienzas a jugarlo, tratas de ser el mejor, te sometes a una disciplina rigurosa para encontrar tu registro más fino, te enfocas en aprender las técnicas del juego hasta dominarlo y perfeccionarlo: la práctica hace la perfección. Lo importante no es quedar primero, ganar premios, ser famoso, despertar aplausos. Lo importante es gozar del juego, disfrutarlo tanto que te provoque jugarlo también los domingos y los feriados, amarlo tanto que no necesites tomar vacaciones, porque dedicarte a tu gran pasión, a tu sueño único y superior, te hace sentir todo el tiempo de vacaciones, pues tu oficio no te resulta una cosa pesada ni odiosa, sino unas horas espléndidas que te dan placer y sacan lo mejor de ti mismo.
Entonces el sentido de la vida es ponerse cómodo con el cuerpo imperfecto que te ha tocado, con el juego arduo que has elegido jugar y con la gloriosa sensación de que estás viviendo el tiempo limitado que te ha sido concedido exactamente como deseas vivirlo, de tal manera que, cuando te toque morir, podrás decir: viví una vida estupenda, viví la vida que libremente elegí, no me privé de los placeres, las aventuras y las conquistas que merecía, qué suerte tuve de conocerme, de ser yo mismo.
Si te dedicas a una gran pasión, al juego esencial que te define, a la actividad que te eleva y saca lo mejor de ti, no importa tanto si no ganas demasiado dinero: gozar de la vida es algo que no tiene precio, un bien o una bendición de valor incalculable, una dicha que corre separada de la posesión de dinero. ¿De qué te serviría una vida vulgar, si ganases mucho dinero jugando un juego que no te gusta, que saca lo peor de ti, que te hace sentir miserable? No quieres ganar el dinero sucio que te hace infeliz. Lo que conviene es ganar el dinero limpio que te hace feliz. Es mejor vivir una vida austera y feliz, que una lujosa y desdichada. No le entregues tu alma al demonio del dinero. Entrega tu espíritu a los dioses de la belleza, la armonía, la paz, la felicidad. Si entregas lo mejor de ti, tu talento más poderoso y singular, a la causa noble de mejorar tu vida, y la vida de los otros, sin pensar obsesivamente en el dinero, sospecho que la plata llegará luego y será suficiente para que seas feliz.
Aquella será entonces la última de todas las comodidades en juego: según el dinero que ganes, qué apartamento o casa te compras, qué auto o bicicleta adquieres, adónde viajas en tus vacaciones. Yo he tenido siempre bastante dinero como para no preocuparme por el dinero. Entonces las comodidades materiales, quiero decir la casa, el auto, los viajes, la ropa, no han sido un problema para mí. Pero no puedo imaginar lo triste, vacía y desoladora que sería mi vida si no estuviese cómodo en el cuerpo que me tocó, si no estuviese cómodo jugando el juego que elegí. Cada día que escribo sin que nadie me obligue a hacerlo, sin tener un jefe ni un horario, sin pensar un segundo en el dinero, me siento cómodo con la vida que elegí para mí. Podría vivir en un apartamento pequeño, no tener un auto, dejar de viajar, comer siempre en casa. Lo que no podría, porque moriría de tristeza, es dejar de jugar el juego que me define, el juego glorioso de ser un escritor.
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