El Salvador: ¿La Cuba de la ultraderecha?
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El Salvador: ¿La Cuba de la ultraderecha?

Hubo un tiempo en que Cuba era el destino soñado de la izquierda: peregrinaban entusiastas para admirar escuelas, hospitales y discursos interminables sobre justicia social. Por supuesto, el hambre y los presos políticos quedaban fuera de su itinerario. Hoy, el turismo ideológico ha girado el timón: la nueva meca del fervor político es El Salvador, y sus feligreses ya no portan boinas del Che, sino gorras que dicen Make America Great Again.
El Presidente Nayib Bukele, influencer supremo y autócrata a tiempo completo, ha logrado algo que ni Fidel soñó: que Elon Musk lo invite a Tesla, que Trump lo reciba en la Casa Blanca y que candidatos a la presidencia lo citen como modelo exportable. En Chile, sin ir más lejos, es considerado el jefe de Estado mejor evaluado, con más de un 80% de imagen positiva. No hay TikTok, podcast o discurso que no lo mencione como “el que sí se atrevió”.
Pero vale la pena frenar la euforia y mirar la historia con cuidado.
La izquierda, seducida por la épica revolucionaria de Fidel, justificó durante décadas la represión, el exilio y el hambre con tal de sostener su relato. Hoy, una parte de la derecha —especialmente su ala más radical— le guiña el ojo a Bukele, dispuesta a canjear derechos fundamentales por una sensación inmediata de orden y seguridad. Quienes lo celebran han entrado en un mundo donde los inocentes encarcelados son “daño colateral”, los derechos civiles un “lujo burgués”, y la democracia liberal un “capricho europeo”. Pero suspender el Estado de Derecho no es una medida valiente: es una renuncia cobarde. La libertad no puede ser el precio de la paz y seguridad.
Así como Cuba vendió su revolución al mundo, hoy El Salvador intenta exportar su modelo autoritario y ampliar su base de admiradores. El castrismo fue eficaz no solo por su retórica, sino porque logró encantar a buena parte de la centroizquierda, que durante años relativizó la represión. El progresismo se extravió durante un buen tiempo aplaudiendo a Cuba. La centroderecha no puede darse el lujo de cometer el mismo error con Bukele. Si comenzamos a justificar megaprisiones sin debido proceso, no quedará nada que nos separe de los extremos que decimos combatir. Ningún gobierno puede erigirse sobre la suspensión sistemática de derechos fundamentales, donde la ley se vuelve una formalidad prescindible y el poder se ejerce sin control.
El Salvador no es el milagro centroamericano ni el modelo Bukele una solución exportable. Es una dictadura boutique: minimalista, eficiente y con hashtags de orden. Es una trampa bien editada. Una barbarie con buen marketing. Y como lo fue Cuba, dejará a sus defensores en un silencio incómodo cuando caiga su fachada. Por ello, la derecha democrática debe resistir el canto de sirena.
Por Benjamín Salas, abogado, colaborador asoiado de Horizontal
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