Escribir del muerto
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Escribir del muerto

Hace tiempo, Arcadi Espada publicó un decálogo de necrológicas que conviene desempolvar cuando se amontonan los cadáveres célebres. Empezaba con un mandato: “Tenga en cuenta que usted está vivo”. Hay puntos muy divertidos (“evite convertir una muerte natural en un suicidio, tipo se fue tan discretamente como había vivido”), y algún otro sustancial: “Si siempre ocultó lo que pensaba realmente sobre él, haga ahora un pequeño y postrero esfuerzo”. En fin, con este decálogo encima de la mesa, el duelo por Vargas Llosa y el papa Francisco se hubiera entendido mejor. Por ejemplo, los certificados de calidad ideológica en medio de los halagos por si los comisarios echan un ojo. Observen el caso Vargas y la gente saliendo a gritar que les gustaba como escritor de Conversación en La Catedral pero no tanto como opinador: opinadores conocieron a uno, Vargas, pero autores de Conversación en La Catedral muchísimos, sobre todo en su familia. O sea, lo dicho por Rafa Cabeleira: “Cuando se muere un genio que te parece gilipollas, conviene destacar lo primero, que de lo segundo nadie está exento”. A mí no me gusta que la gente se muera, salvo que esté haciendo el mal en caliente, pero tengo curiosidad por la manera de despedirla. Hay quien asegura que cuenta mucho de ti la manera de decirle adiós a alguien. Pero como mucho dirá si tienes un día bueno o malo, lo cual es gracioso porque el recuerdo que quede del muerto puede depender de que el escritor de su obituario se haya golpeado con la pata de la mesa esa mañana. Hay que despedirse siempre con prudencia de alguien que no se sabe, como dice Espada, si va a volver. Y poder decir, como decía Borges de un amigo, asombrado: “No sólo estaba en los malos momentos, sino en los buenos”. Este martes, murió en A Coruña Martín Pou a los 97 años. Fundó la Asociación Pro Personas con Discapacidad Intelectual de Galicia, hizo mejor todo lo que tocó. Hace años, su nieto Nacho Carretero escribió Mi tía Chus, una pieza periodística antológica sobre su tía, hija de Martín Pou, con discapacidad intelectual. Leerla hoy es leer un obituario por una razón muy luminosa y muy concreta: saber lo que han hecho por los vivos es la mejor manera de recordar a los muertos.
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