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Debo reconocer que la memorable escena de la película dirigida por Zack Snyder en que rey Leónidas de Esparta arenga a sus 300 guerreros a enfrentar al inmenso contingente de Jerjes en Las Termópilas, siempre me conmovió.
Las épicas heroicas tan poco comunes en nuestro tiempo, nos han alejado de la oportunidad de trascender, de ser protagonistas, aunque la vida se vaya en el intento. La monotonía y el cálculo a veces nos priva de batallas épicas y no vemos la oportunidad de convertir nuestras luchas diarias en luchas épicas, en aceptar dolor a cambio de sacrificio con sentido.
Más allá de los juicios personales sobre Javier Milei en Argentina, resulta interesante observar sobre cómo convence, cómo construye la narrativa de que no hay alternativa. Propone lo impensable: aceptas el dolor ahora para que haya un efecto o avanzar al abismo. Cuando el discurso es cambiante o indefinido, la gente duda; cuando es claro, radical y urgente, el convencimiento se dispara.
En Chile hoy se discute con fuerza, el tamaño adecuado del recorte del gasto fiscal, qué tan duro será el ajuste, centrándose sólo en cifras: la cifra importa, pero convierte la discusión en aritmética, en debate tecnocrático, y la ciudadanía se desconecta (y el convencimiento se debilita). Lo relevante no es sólo el monto del ahorro fiscal, lo que hará la diferencia es quién asumirá la narrativa del “dolor indispensable”, de explicarlo, de ganar la confianza que “no podemos permitirnos seguir como estamos” y que “este es el momento de actuar”.
Porque un recorte de gasto sin liderazgo es una cirugía anunciada sin diagnóstico ni anestesia: duele y además genera pánico y resistencia. En cambio, un recorte con liderazgo que diga: “Esta es la plaga que tenemos, esta es la medicina amarga, y juntos la enfrentaremos” puede convertirse en un contrato social renovado.
Mostrar exactitud en dónde se va a ahorrar, qué se preservará (salud, educación, seguridad) y qué se recortará (duplicidades, burocracias, subsidios regresivos) genera transparencia y confianza, volviendo protagonista a la ciudadanía del proceso, reduciendo la sensación de imposición y asumiendo el compromiso colectivo.
Un buen líder entiende que gobernar implica más que cuadrar balances o ejecutar programas: significa construir sentido colectivo, orientar voluntades y hacer que un conjunto de individuos —diversos, desconfiados y cansados— actúen en la misma dirección. Hay líderes capaces de transformar el dolor en energía política, logran que la gente no solo tolere la dificultad, sino que la entienda como un paso necesario hacia algo mayor, logrando un punto de inflexión entre liderazgo y mera autoridad: la autoridad manda; el liderazgo convence y convoca.
El desafío requiere un líder con coraje político, que haga lo que debe, no lo que conviene, lo que implicará soportar el costo del descontento y la impopularidad transitoria. El líder debe tener claridad moral y narrativa construyendo confianzas, transformando las emociones en dirección con propósito.
Como en 300, Chile merece luchas épicas, incluso heroicas…
Por Macarena García, economista senior de LyD
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