Europa ha cerrado finalmente un acuerdo para garantizar la financiación de Ucrania durante los próximos dos años mediante un préstamo de 90.000 millones de euros respaldado por el presupuesto común de la Unión, una decisión tomada tras más de 16 horas de negociaciones en Bruselas y bajo la presión explícita de evitar un colapso financiero de Kiev a comienzos de 2026.
De fondo, una idea meridianamente clara: Rusia ha impuesto su “voto”.
El salvavidas y un pulso. El pacto llega en un momento especialmente delicado, con Estados Unidos y Rusia avanzando conversaciones paralelas sobre un posible final de la guerra y con Trump apremiando públicamente a Ucrania para que acepte un acuerdo rápido.
Para los líderes europeos, el préstamo no es solo un instrumento económico, sino una forma de reafirmar que la UE quiere y necesita tener voz propia en cualquier desenlace del conflicto más grave vivido en el continente en las últimas ocho décadas. El mensaje político es claro: Europa no puede quedarse al margen mientras otros deciden el futuro de Ucrania y, por extensión, su propia seguridad.
El fracaso del plan ideal. Durante meses, la opción preferida por Bruselas fue utilizar los cerca de 210.000 millones de euros en activos soberanos rusos congelados en Europa como garantía de un gran préstamo de “reparaciones” para Ucrania, una fórmula que permitía financiar el esfuerzo de guerra y el funcionamiento del Estado ucraniano sin recurrir directamente al dinero de los contribuyentes europeos.
La idea era potente tanto económica como simbólicamente: que Rusia pagara, al menos de forma indirecta, por la destrucción causada por su invasión. Sin embargo, el plan se desmoronó en el último momento, víctima de los riesgos legales, financieros y políticos que implicaba tocar ese capital, sobre todo y como contamos ayer, para un puñado de países. Rusia, de hecho, ya ha iniciado acciones legales denunciando una confiscación ilegal, y el temor a represalias económicas o judiciales fue creciendo a medida que se acercaba la cumbre decisiva.
Un acuerdo pragmático. Ante la imposibilidad de cerrar filas en torno al uso de los activos congelados, Francia e Italia lideraron una alternativa más pragmática: recurrir al presupuesto común de la UE para emitir deuda en los mercados y canalizar los fondos hacia Ucrania. El resultado es un préstamo a dos años que garantiza liquidez inmediata a Kiev, aunque sea más caro y menos escalable que la opción original.
Para lograr el consenso, se aceptó además una arquitectura política compleja: Hungría, Eslovaquia y la República Checa no asumirán obligaciones financieras directas, condición clave para evitar un bloqueo interno. Aun así, el acuerdo fue presentado como una victoria mínima pero necesaria. Ucrania obtiene el dinero que necesita para sobrevivir y Europa evita una imagen de parálisis total en un momento crítico.
La narrativa de la resiliencia. Desde Kiev, Zelenskiy celebró el acuerdo como un refuerzo real de la resiliencia ucraniana, subrayando tanto la llegada de fondos como el hecho de que los activos rusos sigan inmovilizados. Para el presidente ucraniano, la combinación es esencial: seguridad financiera a corto plazo y presión estratégica sostenida sobre Moscú.
Zelenskiy había defendido hasta el último momento el uso de los activos congelados apelando a criterios morales, legales y de justicia histórica, pero aceptó el compromiso como un mal menor frente al riesgo existencial de quedarse sin recursos. La UE, por su parte, insiste en que Ucrania solo deberá devolver el préstamo cuando Rusia pague reparaciones, una fórmula que mantiene viva la narrativa de responsabilidad rusa sin cruzar todavía la línea de la confiscación directa.
Bélgica y las cuentas tipo C. Lo explicamos ayer. En el trasfondo del acuerdo había un actor clave: Bélgica. La mayor parte del dinero ruso congelado en Europa se encuentra allí, custodiado a través de infraestructuras financieras críticas como Euroclear y vinculado a mecanismos como las llamadas cuentas tipo C, diseñadas precisamente para inmovilizar activos sin transferir su propiedad. Bruselas exigió garantías “ilimitadas” frente a posibles demandas y represalias rusas, un nivel de protección que el resto de socios no estaba dispuesto a asumir.
El resultado final, aunque presentado como un compromiso europeo, coincide en lo esencial con lo que más convenía a Moscú: que su capital soberano no sea confiscado ni utilizado como colateral directo. Rusia pierde el acceso al dinero, pero conserva el principio fundamental de que esos fondos siguen siendo formalmente suyos, evitando un precedente jurídico de enorme alcance. Si se quiere también, de forma indirecta, Europa ha optado por la vía más segura para sí misma y, al mismo tiempo, la menos disruptiva para el Kremlin.
Europa y sus limitaciones. Así las cosas, el acuerdo deja una sensación ambivalente. Por un lado, demuestra que la UE es capaz de movilizar recursos masivos para sostener a Ucrania y evitar su colapso financiero en plena guerra. Por otro, expone de nuevo las limitaciones estructurales del proyecto europeo cuando se trata de decisiones rápidas y arriesgadas en política exterior y seguridad.
El plan basado en activos rusos prometía ser más contundente y transformador, y el préstamo respaldado por el presupuesto común es más conservador, más lento y políticamente más cómodo. En un contexto en el que Washington presiona por un acuerdo y Rusia espera ganar tiempo, Europa ha elegido estabilidad jurídica y cohesión interna antes que una confrontación financiera directa con Moscú. Ucrania recibe así el oxígeno que necesita.
El pulso estratégico, sin embargo, queda lejos de resolverse.
Imagen | RawPixel
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La noticia
Europa ha aprobado por fin cómo ayudar a Ucrania. La gran paradoja es que se ha impuesto el voto más inesperado: el de Rusia
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
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