Evelyn Cordero no quiere jubilar
- 20 Horas, 3 Minutos
- LaTercera.com
- Noticias
Evelyn Cordero no quiere jubilar
Hace 20 años, Evelyn Cordero tuvo que tomar una decisión. Después de 55 años de matrimonio, había enviudado. Su marido, Roberto Alcalde, ya aquejado de alzhéimer, falleció a los 81 años producto de una insuficiencia respiratoria provocada por una bronconeumonía. Falleció en Vitacura, donde vivía con Cordero. Después de sepultarlo en junio de 2005, a semanas de cumplir 80 años, tuvo que decidir qué hacer. Por un lado, estaba la opción de dejar la academia de ballet que había fundado en 1948 en esa misma comuna, donde se había fabricado una fama de maestra exigente, capaz de formar a bailarinas del Municipal y a otras figuras públicas, como las hermanas Bolocco, Marcela Cubillos y Soledad Onetto. Y, por el otro, la posibilidad de alejarse de ese mundo, tomarse un tiempo y renunciar a las exigencias de pensar clases, coreografías y melodías para las cerca de 150 alumnas que asisten a su conservatorio. Luego de toda una vida regida por el compromiso de sacarle rendimiento al resto, Evelyn Cordero, con varios años más que los requeridos para jubilar, decidió no parar y seguir haciendo lo que sabía.
–Nunca me dediqué a pensar en qué iba a hacer –dice Cordero, sentada en el comedor de su casa–. Yo daba por seguro que era una cosa que tenía que seguir haciendo. Ni siquiera hoy, no sé, es algo que tengo metido adentro.
Su hija Bernardita Alcalde (63), la cuarta de los cinco hijos e hijas que tuvo, sentada a su lado, recuerda esos días.
–Creo que fue un duelo para toda la familia. Yo me acuerdo patente cuando murió mi papá, porque dejamos de hacer clases dos o tres días. No paramos más que eso. Cuando volvimos, hicimos la clase las dos y con mi otra hermana, Beatriz, que también trabaja en el conservatorio. Fue como un apoyo que nos dimos para empezar de nuevo.
Alcalde dice que ese proceso fue duro.
–La manera de vivir el duelo era continuar, porque si parábamos se iba a acabar todo. Yo viví la pena en la clase. O sea, yo a veces me daba vuelta y lloraba sola. Eso me pasó un año entero. Mi mamá también. De repente se largaba a llorar. Como que vivimos el duelo bailando, botándolo de a poco.
Era difícil que Cordero pudiese dejar el ballet, porque es algo que venía haciendo desde los tres años. Era la segunda de tres hermanas de un matrimonio de Valparaíso. Su madre, a esa edad, la llevaba a clases de ballet a esperar mientras su otra hermana recibía lecciones. En una de esas clases, la profesora la dejó participar y nunca más dejó la disciplina. Su primera academia fue en Viña del Mar, en las salas de un hotel. Comenzó, dice, con cinco inscritas. Al mes, asegura, tenía 20 y llegó a sumar a 200 mujeres de la Quinta Región en sus clases.
En esa misma ciudad conoció a Roberto Alcalde. Fueron novios durante 10 años. Lo siguió a Santiago, se casaron y ahí trasladó su academia a la capital.
Contrario a lo que comúnmente se veía en los años 50 y 60, ni el matrimonio ni la maternidad sacaron a Cordero del ballet y la enseñanza. Tampoco, como recuerda, cuando el aluvión de 1982 llenó de barro su escuela e, incluso, se llevó parte de sus pertenencias al río:
–Era una sala que estaba botada en la población El Ejemplo, de Vitacura. La arrendé, la arreglé, y cuando vino el temporal invadió mi sala. Yo miraba de lejos, parada en Santa María con la Costanera, mi piano flotando en el agua del Mapocho.
La urgencia la llevó a reubicarse temporalmente en una sala pequeña y angosta del Pueblito del Inglés, en Vitacura.
–Levantábamos la pierna y chocábamos con la pared. Tenía que ponerlas alternadas para que no se pegaran. De repente algunas salían a ensayar al pasillo y no les gustaba. Estuvimos así un año.
La última mudanza vino después de eso. Una alumna le dijo que había una casa en venta en la calle Nicolás Gogol. Cordero tomó todos los ahorros que tenía y no sólo la compró: algunos años más tarde le pidió la mitad de la jubilación a su marido y la usó para hacerse de la propiedad contigua y agrandar su academia.
En esa casa, Evelyn Cordero y sus hijas expandieron el catálogo de tipos de baile que enseñan, hasta convertirse en un conservatorio de danza moderna, el mismo año en que su marido falleció.
Ese era el legado que no podía abandonar:
–Nunca pensé dejar de enseñar, hasta que pudiera.
Bailar en la cama
Evelyn Cordero tiene 99 años y le faltan dos meses para cumplir 100. Cada martes y jueves tiene un curso de 14 mujeres mayores de 80 años a las que les enseña ballet.
–Fíjate que tengo alumnas que empezaron a los cinco o seis años conmigo. Y ahora tienen 80. Y siguen.
¿Y mejoraron?
Ay, qué malo. Oye, tienen 80 años. Y vieras las cosas que hacen. Yo me paso. Soy mala. Yo confieso que soy mala, porque les hago cosas demasiado fuertes para los 80 años.
¿Le gusta?
Tengo que estar sentada. No puedo hacer nada, porque casi no veo. Ya no puedo leer. Pero yo no me aburro, porque siempre estoy pensando: mira, se podría hacer una danza así. Siempre estoy pensando en una coreografía.
–¿Se va vuelto más severa con los años?
Yo las trato como niñitas chicas de repente.
Cuénteme.
Las reto. Les digo: ‘Oye, ¿hasta qué hora vas a conversar? Entonces mejor yo me voy a tomar un cafecito a La Chocolatine y sigan ustedes conversando y después me cuentan.
¿Qué le contestan?
No, respetan mucho. El otro día fue la primera vez que me pasó que se salió. Dijo ‘esto es muy severo’. Que le había hablado muy duro, que la clase era muy dura. Así que salió, se fue y todas las demás se quedaron riendo.
Cordero, entonces, dice que siente una responsabilidad. Que ve a sus alumnas como hijas y que, algunas, casi se sintieron como una. Ese es uno de los costos de envejecer y vivir tanto. En los últimos años, la profesora ha tenido que enterarse de la muerte de algunas. Una de ellas, recuerda, la llamaba para despertarla, la llevaba a la peluquería y, por eso, cuenta, le hace falta. A pesar de esas pérdidas inevitables, incluso al borde del centenario, Cordero no quiere jubilar.
–Muchas veces me han preguntado: ¿No te aburres haciendo clases? Llevo como 80 años haciendo clases y no me aburre. Yo veo una foto de ballet, por ejemplo, yo veo esas fotos –dice apuntando a unos dibujos de unas piernas de una bailarina– y lo gozo. Tú lo miras y dices…
Es un lindo dibujo.
Y dices “qué buenas piernas”.
Ese humor filoso le ha permitido sobrellevar algunas de las cosas que la edad le ha ido quitando. Quizás la más difícil fue tener que renunciar a bailar cuando el cuerpo ya no pudo seguir aguantando esos movimientos. Después de la pandemia, de hecho, entendió que su musculatura ya no le permitía saltar. Y con eso, hacer ballet ya no era posible.
–Pero fíjate que este año me bañé en la piscina y ahí en el agua se puede saltar. Oh, mujer más feliz que yo. No te puedes imaginar lo que era estar saltando, haciendo los pasos de ballet.
–Por eso dicen que el único ser humano que muere dos veces son los bailarines –agrega Bernardita Alcalde–. Porque mueren cuando dejan de bailar y cuando mueren finalmente. Yo no sé si ella lo ve así. A ver, mamá, ¿tú sientes que has dejado de bailar? ¿Que esa parte tuya ha muerto?
–No –responde Cordero–. Porque cuando estoy en la cama, hago como que bailo. Lo que sí extraño es la sensación de cuando uno está tras bambalinas, esperando que llegue el momento de salir. Estar detrás del escenario, se abren las cortinas, luz, música y uno sale.
Si ya no tiene eso, ¿qué la hace seguir andando a los 100?
¿Sabes qué?, no sé.
Cuando lo dice, Evelyn Cordero se ríe.
0 Comentarios