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Hitler y el mayor misterio de la segunda guerra mundial, en un relato desmitificador

Hitler y el mayor misterio de la segunda guerra mundial, en un relato desmitificador

“La última guarida de Hitler” reconstruye los movimientos del dictador alemán hasta que puso fin a su vida, hace 80 años. El autor del libro cuenta sus motivaciones para escribirlo y reflexiona sobre teorías conspirativas y rigor histórico Adolf Hitler (1889-1945), un personaje repulsivo del siglo XX, cuyo final sigue despertando interés y fascinación

El crepúsculo de la guerra comenzó en Europa a comienzos de 1945. Para abril, el Ejército Rojo, una verdadera marea de hombres y acero, cerró sus fauces implacable sobre Berlín. Al oeste, los occidentales se estacionaron en el río Elba, apenas como meros espectadores.

La Batalla de Berlín, iniciada por los soviéticos a mediados de abril, se convirtió en un infierno en la tierra. Las calles de la ciudad, otrora símbolo del poderío nazi, se transformaron en un laberinto de escombros y muerte. Los atacantes lucharon con una ferocidad alimentada por años de sufrimiento, mientras que las fuerzas alemanas, diezmadas y desesperadas, resistieron con tenacidad fanática.

En medio de este caos, Adolf Hitler, el Führer, se refugió en su búnker de la capital y con él arrastró a lo que quedaba de su imperio milenario. El mundo exterior se desmoronaba, pero en su mente, quería llevárselo todo con su hundimiento.

Para el 16 de abril, el fuego y el acero convirtieron la ciudad en una trampa mortal. El 30, con el Ejército Rojo a las puertas del búnker, Hitler finalmente se enfrentó a la verdad. El sueño del Reich había muerto, y con él, su propia existencia. Los días finales de la guerra en Europa fueron un torbellino de violencia, desesperación y pequeñas historias que alcanzaron ribetes increíbles.

Julio Mutti, autor de

El misterio, eso que amamos desde jóvenes

Todo comenzó hace décadas, una calurosa madrugada de verano cuando era poco más que un adolescente. Casi por casualidad había llegado a mis manos un libro bastante extraño que decía, sin rodeos, que Hitler no había muerto en su búnker de Berlín en 1945. Más allá de que esto desafiaba lo que había aprendido como un joven entusiasta de la Segunda Guerra Mundial, casi de inmediato quedé irremediablemente envuelto en la “neblina del misterio”. Y ¿a quién no le atrae el misterio?

Narraciones trepidantes, escondites fantásticos, travesías imposibles, casas ocultas en lo profundo de la nada misma. El misterio iba de la mano de la incertidumbre, lo que generaba una mezcla de emociones intensas: intriga, tensión, incluso miedo. Aquella descarga de adrenalina parecía ser incluso placentera.

La Puerta de Brandeburgo, una postal de Berlín, tal como se veía en los días finales de la segunda guerra mundial

En una pausa de mi aventura nocturna pensé: ¿Cómo podía pegar un ojo, aquella madrugada, si ante mí se abría un mundo fantástico de posibilidades infinitas? Todo parecía encajar perfectamente. Cómo había sido posible que hasta ese momento no se me hubiera ocurrido esa posibilidad inquietante ¿El mundo entero era una conspiración impresionante que abarcaba incluso a dos o tres generaciones de grandes historiados?

Debo confesar que sigo siendo a menudo atrapado por las redes del misterio, pero también que desde muy joven me impulsó la necesidad de entender, de llegar hasta el fondo de las cosas, de ver que hay debajo de la superficie, investigar las fuentes y someter las narraciones verbales a la tensión de la confirmación, de buscar documentos y ver los hechos desde una óptica objetiva: Porque, y siempre debemos tenerlo presente, no hay misterio en lo que no es cierto.

Creo que esa noche comencé, por supuesto sin imaginarlo ni remotamente, a escribir La última guarida de Hitler, o al menos a delinear una visión diferente desde la cual algún día abarcaría toda esta historia. Aun ciñéndome a lo que estrictamente creo que es cierto, fui descubriendo que aquella saga sorprendente de hechos que sucedió en una Berlín humeante hace ya ochenta años, poseía una cantidad de detalles que no necesitaban ser adornados para construir una narración que dejara al lector casi sin aliento. Es posible, al final de cuentas, cimentar un relato atrapante y divulgativo respetando el rigor histórico.

Hitler en una cena en el búnker de sus últimos días

Las teorías de conspiración y sus responsables

Los humanos somos propensos a entender el mundo a través de historias. Las teorías de conspiración ofrecen narrativas convincentes, con villanos, víctimas y héroes, que son más fáciles de recordar y transmitir que datos complejos y objetivos.

Los grandes académicos, historiadores profesionales de todas las nacionalidades, han pecado de elitistas a los largo de décadas, y tienen gran parte de la responsabilidad de que las teorías de conspiración relacionados a grandes acontecimientos históricos se hayan arraigado en la creencia popular sin fundamentos reales. La respuesta habitual de los académicos de la historia es que “no se debe hablar con esas personas”, los teóricos de la conspiración, sin darse cuenta de que se encierran cada vez más en un círculo de unos pocos “iniciados”. Tal vez el miedo a inmiscuirse en una discusión de “bajo nivel” profesional los asusta.

No hay que meterse en el barro, deben pensar. Pero a la gente común y corriente también le interesa la historia y su divulgación, y, como hemos visto, la apasiona el misterio. Difundir el pasado de forma profesional y ponerlo a disposición de todas las personas debería ser una obligación para el historiador. Además, lo más importante es que no se trata de hablar de los conspiradores, sino de involucrarse y explicar a las masas, sí, meterse en el barro, con argumentos y documentos válidos, qué es realidad y qué mito. Porque la historia es siempre mejor que el mito, y si no conocemos nuestro pasado o nos venden falsedades, ya saben… estamos condenados a repetir nuestros errores.

Uno de los mitos más impresionantes del siglo XX sigue siendo la muerte de Adolf Hitler, de la que este 30 de abril se cumplen nada menos que ochenta años. Los historiadores profesionales, a través de su falta de involucramiento durante décadas, allanaron el terreno para que la conspiración tome el centro de la escena.

La última guarida de Hitler (Editorial El Ateneo) no es un libro que narre la “historia oficial”, como la llaman los teóricos de la conspiración, desde un punto de vista tradicional. Por el contrario, se involucra en cada detalle, tanto del mito como de la verdadera historia, y analiza los pormenores desde ambos enfoques. En relación a ciertos hechos, resulta tan sencillo como demostrar que algunas ideas que se han instalado en la opinión pública son simplemente falsas, historietas instaladas a base de repeticiones incansables, como por ejemplo la ausencia total de restos verificables del Führer. En otros casos es necesario un análisis más profundo y complejo para llegar al fondo de la cuestión.

Adolf Hitler en sus últimos días, cuando la derrota nazi era inminente (Foto: AP)

En este libro, el repaso cronológico de la historia y su puesta en contexto resultan muy favorables para que el lector pueda hilvanar los hechos narrados de manera sencilla y atrapante. Ya que el equilibrio entre la divulgación accesible al público general y el profesionalismo de trabajar con fuentes documentales y datos certeros y objetivos es algo que el historiador puede y debe lograr si quiere llegar a la gente común. Los ejemplos de sobresalientes trabajo de académicos intachables que adolecen de cercanía y una narrativa amena son numerosos; algo que les ha privado de alcanzar a todos los aficionados de la historia.

Es indudable que las personas tienden a buscar información que confirme sus creencias existentes y a descartar la que las contradice. Esto puede hacer que sea difícil cambiar la opinión de alguien que cree en una teoría de conspiración. Tendemos a percibir patrones y conexiones donde no los hay. Por lo tanto, nunca fue el objetivo de este libro convencer a personas que llevan veinte años o más creyendo en una narración fantástica sin base probatoria. Más bien lo fue llegar a individuos permeables a las explicaciones lógicas y razonables, que se inquietan por la verificación objetiva de las fuentes.

Para mi enorme placer, estas personas son numerosas. En relación a esto, nunca voy a olvidar la lección que aprendí hace ya muchos años, al observar la reacción de algunos individuos que habían repetido hasta el cansancio que el ex marino del acorazado alemán Graf Spee, un muchacho llamado Heinrich Bethe, había sido el encargado de cuidar a un Hitler anciano hasta su muerte en una remota cabaña de la Patagonia; una falsa narración bastante difundida, por cierto.

Un día, gracias a un golpe de suerte, hallé un documento en los Archivos Federales de Alemania que probaba que ese marino, fugado de la Argentina durante su internación, logró regresar a Alemania y continuar la guerra a bordo del acorazado Bismarck, donde encontró la muerte. Al exhibir la prueba irrefutable, pude comprobar hasta dónde puede llegar la psicología humana. En lugar de aceptar lo inevitable, pronto afloraron explicaciones aún más conspiranóicas, como la de que alguien había sembrado ese documento en los archivos alemanes para mantener la tapadera de la fuga de Hitler. Ese alguien entonces, estaba esperando que yo encontrara ese documento, algún día, para entonces formar parte de interminable conspiración internacional.

Al final del día, tal vez, los conspiradores seguirán siendo conspiradores y sus seguidores serán tan numerosos como siempre, incluso se multiplicarán hasta el infinito. Pero quedará claro, para quien quiera verlo, que las creencias son libres, pero el conocimiento es esclavo de la realidad.

Fuente

Infobae.com

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