Hormonas, química cerebral y genética: Lo que la ciencia realmente dice sobre las causas biológicas de la depresión

La depresión es mucho más que un “estado de ánimo bajo”. Es un trastorno complejo, doloroso y a menudo incapacitante, donde se mezclan factores psicológicos, sociales y biológicos. Durante años se popularizó la idea sencilla pero engañosa de que todo se reduce a un “desequilibrio químico” en el cerebro. Hoy la ciencia pinta un cuadro mucho más matizado: neurotransmisores, hormonas del estrés, genes, inflamación, experiencias tempranas y entorno actual se entrelazan en una red sutil y complicada.

En la vida cotidiana, estas realidades biológicas se cruzan con nuestras estrategias —a veces desesperadas— para aliviar el malestar: desde comer de más hasta refugiarse en distracciones en línea o en plataformas de juego como https://chile-parimatch.cl/, buscando unos minutos de alivio que rara vez resuelven el problema de fondo. La neurociencia actual intenta precisamente explicar por qué algunos cerebros son más vulnerables a quedarse “atrapados” en ese estado depresivo y qué podemos hacer al respecto.

De la “hipótesis de la serotonina” a una visión más compleja

Durante décadas dominó la llamada hipótesis monoaminérgica, que atribuía la depresión principalmente a un déficit de neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y la noradrenalina. Muchos antidepresivos actúan incrementando estos mensajeros químicos en las sinapsis, y eso ayudó a consolidar la idea del “cerebro con poca serotonina”.

Sin embargo, la historia no encaja del todo. Los fármacos que aumentan rápidamente la serotonina suelen tardar semanas en mejorar el ánimo, si es que lo hacen, lo que sugiere que el problema no es solo la cantidad inmediata de neurotransmisores. Investigaciones recientes sostienen que la depresión implica cambios más amplios en circuitos cerebrales, en la forma en que las neuronas se conectan y se adaptan, y en cómo el cerebro responde al estrés y a las experiencias de vida.

Hoy el consenso es más prudente: los neurotransmisores importan, pero son solo una pieza de un rompecabezas biológico más vasto.

Hormonas del estrés y eje HPA: cuando la alarma no se apaga

Otro actor clave es el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HPA), el sistema hormonal que coordina la respuesta al estrés. Ante una amenaza, este eje activa la liberación de cortisol, una hormona útil a corto plazo para aumentar la energía y la atención. Pero cuando el estrés es crónico, esta “alarma” puede quedar hiperactivada o desregulada.

En muchas personas con depresión se han encontrado alteraciones del eje HPA: niveles de cortisol persistentemente elevados, dificultades para “apagar” la respuesta al estrés o una sensibilidad exagerada a estímulos adversos. Esta hiperactivación prolongada puede afectar regiones del cerebro como el hipocampo (relacionado con la memoria y la regulación emocional) y la corteza prefrontal, debilitando la capacidad para manejar emociones, tomar decisiones y ver el futuro con esperanza.

No se trata de que el cortisol “cause” por sí solo la depresión, pero sí parece contribuir a un terreno biológico en el que los episodios depresivos se vuelven más probables, sobre todo cuando se combinan con experiencias de vida dolorosas y ciertos rasgos de personalidad.

Genética: qué heredamos y qué no

Otra pregunta inevitable es: ¿la depresión se hereda? Los estudios con gemelos y grandes bases de datos familiares indican que la depresión mayor tiene una heredabilidad aproximada del 30–50 %. Es decir, entre una tercera parte y la mitad del riesgo puede explicarse por factores genéticos, dependiendo de la muestra y la severidad.

Pero esto no significa que exista un “gen de la depresión”. Lo que se observa es la contribución de muchos genes —cada uno con un efecto pequeño— que, combinados, aumentan la vulnerabilidad. Estudios genómicos recientes han identificado cientos de variantes asociadas con mayor riesgo, aunque cada una, por sí sola, apenas cambia las probabilidades.

Igual de importante es lo que la genética no explica. Incluso en gemelos idénticos, que comparten el 100 % de su ADN, la concordancia no es total: uno puede sufrir depresión severa y el otro no. Eso muestra que el ambiente, las experiencias tempranas, el contexto social y los acontecimientos vitales —trauma, precariedad, aislamiento— tienen un peso enorme y pueden “activar” o no esa predisposición genética.

Neuroplasticidad y BDNF: un cerebro que puede cambiar

En los últimos años, la investigación ha puesto el foco en la neuroplasticidad: la capacidad del cerebro para modificar sus conexiones, crear nuevas sinapsis y reorganizarse a lo largo de la vida. Un protagonista central aquí es el factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF), una proteína que favorece la supervivencia neuronal, el crecimiento de dendritas y la formación de nuevas conexiones.

Muchos estudios han encontrado niveles reducidos de BDNF en personas con depresión, así como cambios en regiones como el hipocampo y la corteza prefrontal. Cuando la depresión mejora —ya sea con fármacos, psicoterapia o actividad física regular— esos niveles tienden a aumentar, en paralelo con una recuperación de la plasticidad cerebral. Incluso investigaciones recientes sugieren que ciertos tratamientos innovadores basados en modular la plasticidad podrían aprovechar este mecanismo para producir mejoras rápidas y duraderas.

Esta perspectiva ayuda a entender por qué la depresión puede sentirse como estar “atascado” en patrones de pensamiento y emoción rígidos, y por qué la recuperación implica muchas veces aprender formas nuevas de interpretar el mundo, junto con cambios biológicos reales en el cerebro.

Más allá del cerebro aislado: inflamación, microbiota y ambiente

Un descubrimiento llamativo es la relación entre depresión, sistema inmunológico e inflamación de bajo grado. Algunas personas con depresión muestran marcadores inflamatorios elevados, y ciertos tratamientos antiinflamatorios parecen tener efectos modestos sobre los síntomas en subgrupos específicos.

También se estudia el papel del eje intestino-cerebro: la microbiota, las moléculas que produce y su influencia sobre el sistema nervioso y el eje HPA. Aunque esta línea de investigación aún está en desarrollo, apunta a que la depresión no es solo “algo en la cabeza”, sino un fenómeno corporal y sistémico en el que intervienen múltiples órganos y sistemas.

Todo esto refuerza una idea importante: los factores psicológicos —como el estrés crónico, la soledad, la violencia o la incertidumbre económica— no se quedan en el plano “mental”. Dejan huellas medibles en hormonas, conexiones neuronales, genes que se activan o silencian y procesos inflamatorios.

Qué nos dice todo esto sobre la depresión… y sobre nosotros

Si juntamos las piezas, el panorama es complejo pero esperanzador. La ciencia actual sugiere que la depresión surge de la interacción entre:

  • Una vulnerabilidad biológica (genética, hormonal, neuroquímica).
  • Experiencias tempranas, a veces traumáticas.
  • Estrés y condiciones de vida actuales.
  • Hábitos, relaciones y contexto social.

No hay una causa única, ni una explicación simplista. Eso tiene una consecuencia humana importante: la depresión no es culpa de la persona, ni tampoco algo completamente determinado por los genes. Es el resultado de múltiples capas de influencia, muchas de las cuales pueden modificarse.

Comprender las bases biológicas no significa reducir a la persona a “química cerebral”, sino reconocer que el sufrimiento psíquico tiene raíces reales en el cuerpo y que, al mismo tiempo, el cerebro conserva una notable capacidad de cambio. Tratamientos psicológicos, farmacológicos, cambios en el estilo de vida, apoyo social y políticas públicas que reduzcan el estrés estructural pueden actuar sobre diferentes niveles de ese sistema complejo.

Si tú o alguien cercano estás atravesando una depresión, esta visión biológica no pretende reemplazar la ayuda profesional, sino subrayar que se trata de un problema serio, legítimo y tratable. Pedir ayuda no es una señal de debilidad, sino una respuesta profundamente humana ante una experiencia que involucra, a la vez, a la mente, al cerebro y a toda la historia de vida.

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Diciembre 15, 2025 • 2 horas atrás por: ElPeriodista.cl 20 visitas

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