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El último estallido diplomático entre China y Japón no parece surgir de un gesto aislado, sino de un cambio profundo en la percepción estratégica de Tokio sobre el estrecho de Taiwán y del papel cada vez más central de Japón dentro de la arquitectura de seguridad regional. El problema ahora es que China ha obligado a dejar clara una postura que hasta ahora había encontrado en la ambigüedad el escenario perfecto.
Un archipiélago entre dos fuegos. La declaración de la primera ministra Sanae Takaichi, al sugerir que un bloqueo o un ataque chino contra la isla podría constituir una situación de amenaza existencial para Japón, alteró de inmediato el fino equilibrio de ambigüedad estratégica que Tokio había mantenido durante años.
Su comentario puso por primera vez en palabras oficiales algo que los equipos de seguridad japoneses discutían en privado desde hace décadas: que, en ciertas circunstancias, Japón podría verse obligado a actuar junto a Estados Unidos en un escenario bélico alrededor de Taiwán, no para defender a la isla como tal, sino para preservar las rutas marítimas, el suministro energético y las bases estadounidenses que garantizan la supervivencia del propio Japón. Ese matiz, normalmente invisible para el gran público, es el que desencadenó la reacción de Pekín, que interpretó la declaración no como un análisis técnico, sino como una insinuación de que Japón podría intervenir militarmente en un ámbito que China considera estrictamente interno.
El choque y la diplomacia. La respuesta de Pekín fue inmediata y contundente, desplegando una gama completa de instrumentos de presión diseñados para castigar, intimidar y aislar a Tokio. China emitió advertencias a estudiantes y turistas para que evitaran Japón alegando supuestos riesgos de seguridad, suspendió encuentros diplomáticos, retrasó estrenos de cine, intensificó las patrullas de su Guardia Costera en aguas disputadas y elevó el tono del discurso propagandístico, recordando la guerra del pasado para subrayar su superioridad militar actual.
La intención era clara: enviar un mensaje interno y externo de que cualquier cuestionamiento de su postura sobre Taiwán acarreará un coste inmediato. Sin embargo, la virulencia de la reacción generó un efecto doble. Por un lado, alimentó en la sociedad japonesa una sensación creciente de que China recurre sistemáticamente al castigo económico y diplomático para moldear el comportamiento ajeno. Por otro, reforzó dentro del Gobierno japonés la idea de que la presión china no va a disminuir y que la única respuesta viable pasa por fortalecer las alianzas militares y la preparación para contingencias reales.
Sanae Takaichi
Y más. La división de la opinión pública japonesa refleja esta tensión: aproximadamente la mitad de la sociedad considera que Japón debería intervenir en un escenario de invasión china a Taiwán, y la otra mitad teme que cualquier involucramiento sumerja al país en un conflicto catastrófico.
Mientras tanto, la maquinaria estatal china intensifica un mensaje de advertencia que, lejos de intimidar universalmente, está provocando crecientes acusaciones de acoso diplomático por parte de Tokio y llamados a reforzar aún más la disuasión.
Estados Unidos ha realizado múltiples pruebas del sistema Typhon, que incluye cuatro lanzadores montados sobre remolque y equipos de apoyo capaces de disparar misiles Tomahawk y SM-6
EEUU y el tablero miliar. En ese contexto de escalada, la retirada repentina por parte de Estados Unidos del sistema de misiles Typhon desplegado temporalmente en la base de Iwakuni añade una capa adicional al rompecabezas. Su presencia inicial, capaz de lanzar misiles Tomahawk y SM-6 con un alcance suficiente para golpear objetivos críticos en el este de China, había desatado preocupación en Pekín y Moscú, que interpretaron su despliegue como un anticipo de una red de misiles terrestres estadounidenses en el Indo-Pacífico tras el fin del tratado INF.
El objetivo oficial era realizar pruebas de transición rápida en caso de guerra, pero también representaba una demostración explícita de que Japón es una pieza clave en la estrategia de contención estadounidense. Su retirada, justo cuando China intensifica las represalias contra Tokio, no reduce la tensión: evidencia la flexibilidad con la que Washington reposiciona sus piezas y su intención de mantener a Pekín en incertidumbre permanente. Japón, a su vez, se encuentra cada vez más en el centro de un dilema estratégico: depende del paraguas de seguridad estadounidense para su supervivencia, pero el precio de esa dependencia es que cualquier crisis en el estrecho de Taiwán se convierte, automáticamente, en un asunto doméstico japonés.
La ambigüedad estratégica. El episodio ha sacudido el principio rector de las políticas de seguridad en Asia oriental: la ambigüedad estratégica. Estados Unidos evita comprometer explícitamente su reacción ante un ataque chino para no ofrecer certezas a Pekín ni a Taipéi, mientras Japón había intentado alinear su postura sin sobresalir. Las palabras de Takaichi rompen esa ambigüedad, por más que insistiera después en que no implicaban un cambio doctrinal.
Al hacerlo, revelan la evolución de un país que ha dejado atrás la cautela absoluta de la posguerra y que, ante la posibilidad real de un conflicto de alta intensidad en su vecindario, empieza a asumir que su seguridad ya no puede desligarse de una eventual guerra por Taiwán. Para Pekín, esa transformación es inquietante: un Japón más asertivo, más integrado en el andamiaje militar estadounidense y más dispuesto a actuar preventivamente modifica la ecuación estratégica en toda la región. Para Tokio, en cambio, la crisis actual ilustra precisamente por qué intentar suavizar las tensiones con China no evita su presión, y por qué mantener capacidad de decisión y margen de maniobra pasa por reforzar su autonomía y su cooperación militar.
El frágil equilibrio. En conjunto, la secuencia refleja un momento de inflexión. China quiere disuadir a Japón mediante castigo inmediato, y Japón quiere disuadir a China mostrando que no se dejará intimidar, mientras Estados Unidos ajusta discretamente su presencia, recordando que su poder militar será decisivo en cualquier escenario. Por su parte, Taiwán se convierte en el eje alrededor del cual gira la estabilidad del noreste asiático.
El resultado es un equilibrio más tenso, más transparente y peligroso que el de años anteriores. Un equilibrio en el que las palabras de una primera ministra, la reacción sobredimensionada de una potencia vecina y el movimiento aparentemente técnico de un sistema de misiles se entrelazan para revelar una verdad incómoda: que la región avanza hacia una etapa en la que un gesto mal interpretado tiene el potencial de reconfigurar la arquitectura de seguridad del Indo-Pacífico.
Imagen | Пресс-служба Президента России, Cabinet Secretariat
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La noticia
Japón se ha metido en un problema según China: una cosa es apoyar a EEUU, otra muy distinta defender a Taiwán
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Xataka
por
Miguel Jorge
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