
La eugenesia es la práctica de la reproducción selectiva humana con el objetivo de favorecer la herencia de rasgos considerados superiores, ya sea a través de la mejora de la reproducción de individuos deseables o la disminución de la de aquellos indeseables. Se basa en la idea de que la inteligencia y otras cualidades son transmisibles y que el Estado y la Ciencia deberían intervenir solo para “mejorar” la raza humana.
Aunque históricamente se ha asociado este pensamiento con el movimiento eugenésico del siglo XX, sus orígenes se remontan a la antigua Grecia, donde Esparta la practicaba 400 años antes de Cristo, según los relatos históricos de Plutarco (se eliminaba a los recién nacidos que no cumplían con sus estándares de salud y fuerza).
En el siglo XX, la eugenesia nazi consistió en una serie de políticas que situaron a la «mejora de la raza» por medio de la eugenesia en el centro del proyecto ideológico de la Alemania nazi. Estuvo dirigida contra aquellos seres humanos que los nazis identificaron como portadores de una «vida indigna de ser vivida» (en alemán, Lebensunwertes Leben), una clasificación pseudocientífica que englobaba a personas percibidas por ellos como «degeneradas»: empezando por los judíos, los gitanos, los delincuentes reincidentes, enfermos mentales, discapacitados, opositores políticos, disidentes, pedófilos, homosexuales, holgazanes y dementes. El objetivo último era la erradicación de los linajes considerados «impuros», mediante la interrupción deliberada de su continuidad genética.
Jurgen Habermas, el filósofo alemán, nos previno sobre los posibles excesos, en su ensayo “¿Hacia una eugenesia liberal?”
La eugenesia en Argentina ha tenido una historia compleja, con intentos de institucionalización desde principios del siglo XX a través de organizaciones como la Sociedad Argentina de Eugenesia y el impulso de figuras como el Dr. Carlos Bernaldo de Quirós. Se manifestó también en políticas y discursos durante el peronismo (iniciativas de catalogación de la población escolar y, más tarde, con la influencia del gobierno militar de Onganía (“depuración” intelectual en las Universidades y campañas contra la homosexualidad) y el genocidio pretendido contra los “subversivos de izquierda” durante la última dictadura.
Hoy, particularmente en los EEUU, asoman con fuerza tres formas de “selección” que rememoran los excesos eugenésicos del pasado:
David Friedman -hijo de Milton Friedman - sostiene que “el sueño del hijo diseñado cala hondo en el pensamiento libertario…”. Va de suyo, que todos estos tratamientos son extremadamente caros y solo al alcance de los súper ricos.
Estamos volviendo a una teoría que las democracias modernas habían abandonado por ser totalitarias -el llamado “darwinismo social”- una ideología que aplica las ideas de la selección natural de Charles Darwin a las sociedades humanas, justificando la desigualdad y la competencia social y económica. Esta perspectiva, que se había popularizado a finales del siglo XIX y principios del XX, sostiene que los grupos más “aptos” o superiores sobreviven y prosperan, mientras que los más débiles están destinados a fallar. Así se divide al mundo entre “Winners” -ganadores- y “Losers”-perdedores-.
Si Dios quiere -y la razón humana triunfa- esta moda será pasajera y la “Condición Humana - compleja, diversa y tolerante- volverá a prevalecer y los extraordinarios aportes de la Inteligencia Artificial iluminarán un futuro ciclo de desarrollo inclusivo, sustentable y sostenible.
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