Hace un tiempo Spark, mi cliente de correo, integró un generador de respuestas por IA que aprende de tu estilo. Funciona sorprendentemente bien. Desde entonces sigo una regla simple: si el correo viene de un humano, respondo tecleando. Si viene de un bot o de un envío masivo, dejo que la IA responda por mí.
El caso es que cada vez es más difícil distinguir cuál es cuál.
Y ahí es donde empieza el problema real. Porque no se trata de eficiencia. Se trata de que hemos aceptado, sin darnos cuenta, que la comunicación puede ser simétrica en su mediocridad. Tú me escribes con IA, yo te respondo con IA. Todos ahorramos tiempo. Nadie dice nada del todo real.
Conozco a demasiada gente que ha cruzado la siguiente línea: usar la IA no solo para correos genéricos, sino para todo:
Se han convertido en editores de su propia comunicación. Directores creativos de palabras que ya no buscan ellos.
Y en cierta forma funciona, hay que admitirlo. El informe llega a tiempo. La propuesta suena profesional. El tuit, por razones que desconozco, consigue engagement. Si el resultado es lo que cuenta, y encima te ahorra tiempo, ¿cuál es el problema?
El problema es sutil. Tan sutil que casi nadie lo nota.
Escribir nunca fue solo producir texto legible. Era la fricción de buscar la palabra exacta, y en esa búsqueda entender mejor lo que querías decir. La escritura era pensamiento haciéndose visible, incluso para uno mismo. El esfuerzo de articular era el esfuerzo de pensar con claridad. Recuerdo algunos artículos en los que noté ese esfuerzo hasta llegar al resultado que quería. Un ejemplo es este de 2019, mucho antes de ChatGPT. Ese proceso importa.
Ahora delegamos esa fricción. Le damos a la IA una idea vaga y ella la articula por nosotros. Solo necesitamos reconocer si suena bien, no generarlo desde cero. Hemos pasado de ser autores a ser aprobadores.
Algo se atrofia cuando dejas de buscar tus propias palabras. No es solo personalidad o estilo. Es la capacidad de pensar con precisión, porque pensar bien y escribir bien siempre fueron la misma cosa. Cuando externalizas la articulación, externalizas el pensamiento.
Lo peor es que es invisible. No hay momento dramático en el que dejes de saber pensar. Solo empiezas a necesitar un poco más de ayuda cada vez. Un pequeño empujón para encontrar las palabras. Luego un borrador completo que solo "revisas". Luego ni siquiera revisas con cuidado porque "la IA lo hace guay".
El argumento siempre es el mismo: "pero si el resultado es bueno". Y sí, puede que lo sea. El informe se entiende. La propuesta convence. El tuit funciona. Pero hay una diferencia entre un texto que funciona y un texto que pensaste de verdad. La primera puede conseguirte un cliente. La segunda puede hacerte entender algo que no sabías que pensabas.
Así es como una generación entera puede perder la capacidad de articular ideas complejas sin darse cuenta. Porque cada paso individual parece razonable. Cada atajo parece inofensivo. Y los resultados, en efecto, son aceptables.
Pero "aceptable" se ha convertido en el nuevo estándar. Y en el proceso hemos olvidado que la escritura no era solo un medio para comunicar ideas que ya teníamos claras. Era el mecanismo mismo para tenerlas claras.
La IA no nos está volviendo peores escritores. Nos está convirtiendo en no-escritores. Y sin escritura, sin esa lucha por encontrar las palabras justas, perdemos también la capacidad de tener ideas que valga la pena escribir.
Hemos normalizado una existencia donde supervisamos nuestra propia comunicación en lugar de generarla. Donde aprobamos en lugar de crear. Donde el lenguaje es algo que reconocemos cuando lo vemos, pero que ya no sabremos producir desde el silencio.
Y lo llamamos productividad.
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La noticia
La IA nos está convirtiendo en editores de nosotros mismos. Aprobamos lo que ya no sabemos crear
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Lacort
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