El Ciudadano
La semana del 14 al 20 de octubre de 2025 cristalizó una arquitectura de poder en la derecha populista de las Américas que, si bien ya operaba de forma implícita, se manifestó con una claridad sin precedentes.
El encuentro en la Casa Blanca entre el presidente estadounidense Donald Trump y su par argentino, Javier Milei, no fue un mero acto diplomático; fue la formalización de una relación patrón-cliente que establece a Argentina como un «laboratorio» geopolítico para un modelo de austeridad radical, diseñado para su exportación regional.
Este evento reveló una jerarquía política piramidal, con Donald Trump en el vértice, Javier Milei en el nivel intermedio como el ejecutor del experimento, y en la base, el candidato chileno José Antonio Kast como un emulador ansioso por replicar la fórmula.
Esta pirámide no es solo una metáfora, sino una cadena tangible de poder, recursos financieros y marcos culturales. En su cúspide, Trump opera como la fuente de capital político y financiero, ofreciendo validación ideológica y un salvavidas económico condicionado.
En el nivel medio, el gobierno de Milei en Argentina funciona como el caso de prueba, el «proof of concept» donde se implementa una terapia de shock bajo la protección financiera del patrón, generando un conjunto de resultados macroeconómicos que sus defensores celebran, aun a costa de un profundo deterioro social y productivo.
En la base, la figura de Kast en Chile representa al aspirante, el discípulo que busca importar el modelo, promoviendo sus supuestos éxitos mientras ignora deliberadamente tanto sus costos como las abismales diferencias estructurales entre ambos países.
Este informe se propone deconstruir esta arquitectura de poder. Primero, se analizará el vértice de la pirámide, detallando la lógica de poder condicional que ejerce la administración Trump sobre Argentina. A continuación, se examinará el «laboratorio» argentino, presentando un balance de los contradictorios resultados económicos y sociales del experimento de Milei. Posteriormente, se realizará un riguroso análisis comparativo de las diferencias institucionales, económicas y políticas entre Argentina y Chile, demostrando los peligros inherentes a una emulación acrítica.
Finalmente, se concluirá con una evaluación de los profundos riesgos que este modelo de transferencia política representa para la cohesión social y la estabilidad democrática en Chile.
A. El apalancamiento financiero como disciplina política
La estrategia de Donald Trump hacia el gobierno de Javier Milei trasciende la afinidad ideológica para convertirse en un claro ejercicio de poder geopolítico a través del apalancamiento financiero. El pilar de esta relación es un masivo paquete de ayuda diseñado para sostener el experimento de austeridad argentino. El banco central de Argentina formalizó un acuerdo de canje de divisas (swap) por US$20.000 millones con Estados Unidos, una medida destinada a estabilizar la economía y fortalecer las reservas internacionales del país. [1]
Este salvavidas fue complementado por el anuncio del Secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, de planes para asegurar una facilidad adicional de US$20.000 millones a través de bancos privados y fondos soberanos.1 Este apoyo financiero no surgió en un vacío, sino como una respuesta directa a una crisis de confianza que siguió a una contundente derrota del partido de Milei en una elección local, lo que provocó una corrida contra los bonos argentinos y el peso.2
Lo que distingue a esta intervención es su explícita condicionalidad política. Durante la visita de Milei a la Casa Blanca el 14 de octubre, Trump vinculó de manera directa y pública la continuidad del apoyo financiero al éxito de Milei en las elecciones legislativas de mitad de período del 26 de octubre. Sus declaraciones fueron inequívocas: «Si pierde, no vamos a ser generosos con Argentina» 3 y «si él gana, nos quedamos con él, y si no gana, nos vamos».5 Esta postura transforma la ayuda económica de una herramienta de estabilización a un instrumento de intervención directa en el proceso democrático de otra nación, poniendo un pulgar estadounidense en la balanza electoral argentina.9
La naturaleza transaccional y jerárquica de la relación se ve reforzada por la propuesta de Trump de importar carne argentina para reducir los precios al consumidor en Estados Unidos.10 Anunciada en el mismo ciclo de noticias que la ayuda financiera, esta medida evidencia que la agenda está dictada por los intereses económicos y políticos internos de EE.UU. No se trata de una alianza entre iguales, sino de una reconfiguración de las cadenas de valor y de la política regional para servir a los objetivos domésticos de la Casa Blanca. El apoyo a la «gran filosofía» de Milei 6 es, en la práctica, un medio para asegurar un resultado político favorable y, de paso, obtener beneficios económicos para el electorado estadounidense.
B. El encuadre moral de la austeridad y la subordinación
La retórica que acompaña esta intervención financiera revela un sofisticado uso de marcos morales para legitimar tanto la austeridad radical como la subordinación geopolítica. En la óptica de la teórica política Nancy Fraser, aquí opera una articulación entre el neoliberalismo y un tipo de moralismo político.4 Trump no justifica la ayuda en términos puramente estratégicos, sino que la enmarca como un respaldo a una «buena filosofía financiera».4 Este encuadre presenta la disciplina fiscal no como una opción de política económica entre otras, sino como un imperativo moral. La ayuda financiera se convierte en una recompensa por la adhesión a esta ortodoxia virtuosa, mientras que la amenaza de su retirada funciona como un castigo disciplinario ante cualquier desviación. Este discurso moralizante sirve para legitimar las duras consecuencias sociales de la austeridad, presentándolas como sacrificios inevitables en el camino hacia un orden económico justo y saneado.
Este enfoque se alinea perfectamente con el concepto de «moralidad del padre estricto» del lingüista George Lakoff, un marco que subyace en gran parte del pensamiento conservador.20 En esta metáfora, la nación es una familia, y el líder (Trump) asume el rol del patriarca que provee, protege y, fundamentalmente, disciplina.
Al adoptar el eslogan «MAGA all the way» y su variante «Make Argentina Great Again» 3, Milei acepta voluntariamente el papel del hijo obediente que sigue la disciplina del padre. La ayuda financiera es la mesada, condicionada a la buena conducta (ganar las elecciones). Este marco vincula la moralidad con la prosperidad y la disciplina, justificando el sufrimiento de aquellos que no son «autosuficientes» como una consecuencia necesaria de sus propias fallas, un mal que la «terapia de shock» pretende corregir.
La intervención estadounidense en Argentina no es un hecho aislado, sino la creación de una plantilla para el clientelismo regional. Trump está estableciendo un modelo en el que aspirantes a líderes populistas de derecha pueden asegurarse un respaldo financiero externo para implementar políticas domésticas radicales que, de otro modo, serían políticamente insostenibles debido a la reacción social. Esto altera fundamentalmente el cálculo de riesgo para los movimientos populistas en toda América Latina. El apoyo financiero actúa como un sistema de soporte vital artificial, aislando al gobierno de Milei de las consecuencias políticas inmediatas de sus propias políticas económicas. Permite que la «terapia de shock» continúe a pesar del dolor social, demostrando a otros actores regionales, como Kast, que el camino al poder no solo implica la movilización interna, sino también asegurar el patrocinio de un actor externo poderoso.
La promesa de un respaldo financiero estadounidense se convierte así en una pieza clave de la oferta electoral populista, debilitando la soberanía nacional y la rendición de cuentas democrática, ya que la responsabilidad principal de un líder electo se desplaza de su propia población hacia el patrón externo que garantiza su supervivencia política.
El «modelo» argentino implementado por Javier Milei presenta un balance de resultados profundamente ambivalente. Por un lado, exhibe logros macroeconómicos que sus defensores esgrimen como prueba de éxito. Por otro, impone costos sociales y productivos devastadores que sus críticos señalan como el verdadero rostro del ajuste. Analizar este doble balance es crucial para entender qué es exactamente lo que se busca emular.
A. El giro macroeconómico: una narrativa de estabilización
La principal bandera de éxito del gobierno de Milei es el control de la inflación. Tras alcanzar un pico después de la devaluación inicial, la inflación mensual experimentó una drástica reducción a lo largo de 2025. Aunque repuntó ligeramente al 2.1% en septiembre de 2025, se mantuvo en niveles significativamente más bajos que los heredados, un logro que constituye el pilar central del discurso oficial.26 Este control de precios se logró mediante una política de shock que incluyó una severa contracción monetaria y un ancla fiscal.
En paralelo, el gobierno celebra la reducción de la pobreza. Según datos oficiales del INDEC, la tasa de pobreza urbana cayó al 31.6% en el primer semestre de 2025.29 Esta cifra representa una disminución considerable desde el pico del 52.9% registrado a principios de 2024, tras el impacto inicial de la devaluación. Para los partidarios del modelo, este dato es la prueba irrefutable de que la estabilización macroeconómica beneficia directamente a los sectores más vulnerables de la sociedad.
El tercer pilar de esta narrativa es la disciplina fiscal, simbolizada por la consecución de un superávit fiscal en 2024, el primero en más de una década, lo que se presenta como una ruptura histórica con la «prodigalidad» del pasado.31
B. Los costos sociales y productivos de la «motosierra»
La contracara de la estabilización nominal es una profunda recesión y un marcado deterioro del tejido social y productivo. Los datos de producción industrial revelan una tendencia preocupante: tras una breve recuperación, la actividad se contrajo un 4.4% interanual en agosto de 2025.33 Esta caída no fue aislada, sino que afectó de manera generalizada a sectores clave como el textil, la confección y los metales básicos, lo que sugiere un proceso de desindustrialización acelerada.
El mercado laboral refleja esta contracción. A pesar de las proyecciones de una fuerte recuperación del PIB, la tasa de desempleo se mantuvo estancada en un 7.6% en el segundo trimestre de 2025, sin cambios respecto al año anterior.35 Un análisis más detallado revela una precarización del empleo: mientras se eliminaban puestos de trabajo formales en el sector público, aumentaba el autoempleo, un indicador de un desplazamiento hacia la informalidad y la falta de oportunidades laborales estables.37
El costo social del ajuste ha sido inmenso. El gasto público en servicios esenciales se ha desplomado en términos reales. Entre el tercer trimestre de 2023 y el mismo período de 2024, el valor agregado real en la educación pública cayó un 18.1% y en los servicios sociales y de salud públicos un 19.5%. La inversión en infraestructura pública sufrió un recorte aún más drástico, del 77.1%.37 Al mismo tiempo, los salarios reales del sector público se contrajeron un 14.5% entre noviembre de 2023 y noviembre de 2024, y las pensiones de los jubilados fueron severamente erosionadas, convirtiéndolos en uno de los grupos más afectados por el ajuste.37
| Indicador Económico y Social | Dato (2025) | Fuente |
| Logros Macroeconómicos | ||
| Inflación Mensual (Septiembre) | $2.1\%$ | 26 |
| Tasa de Pobreza Urbana (1er Semestre) | $31.6\%$ | 30 |
| Balance Fiscal (2024) | Superávit (primero en >10 años) | 31 |
| Costos Sociales y Productivos | ||
| Producción Industrial (YoY, Agosto) | $-4.4\%$ | 33 |
| Tasa de Desempleo (2do Trimestre) | $7.6\%$ (estancado) | 35 |
| Indicador Económico y Social | ||
| Salario Real Sector Público (Var. Nov ’23-Nov ’24) | $-14.5\%$ | 37 |
| Inversión en Infraestructura Pública | $-77.1\%$ | 37 |
C. El motor populista: fabricando consentimiento para la austeridad
La viabilidad política de un ajuste de esta magnitud no puede entenderse sin analizar su dimensión discursiva y cultural. La «motosierra» de Milei es más que una herramienta de recorte; es un potente símbolo que, en términos del teórico Ernesto Laclau, opera para construir una «cadena de equivalencias».38 Este símbolo aglutina una serie de demandas y frustraciones heterogéneas de la sociedad —contra la inflación, la corrupción, la burocracia, los privilegios— y las condensa en un único enemigo moral: la «casta» política y los «parásitos del Estado».
Esta operación simplifica un conflicto distributivo complejo, transformándolo en una batalla épica entre «el pueblo» virtuoso y una élite corrupta, lo que justifica los recortes no como una medida económica, sino como un acto de justicia y purificación.
Este relato instala lo que el sociólogo cultural Raymond Williams denominó una «estructura de sentimiento».44 Se cultiva un estado de ánimo colectivo, una sensibilidad compartida que glorifica la austeridad como una virtud cívica y enmarca el sufrimiento social como un rito de pasaje necesario para la redención nacional. Esta mística del sacrificio, donde el dolor presente es el precio de un futuro próspero, proporciona el pegamento afectivo que sostiene el apoyo político a las duras medidas.
Sin embargo, esta estructura de sentimiento es frágil y depende de dos pilares: la chequera externa que amortigua el colapso (el apoyo de Trump) y la persistencia de un relato verosímil. Si cualquiera de los dos falla, la fatiga social y los cuellos de botella de la economía real amenazan con resquebrajar el consenso.
En la base de la pirámide se encuentra José Antonio Kast, cuya estrategia política se ha centrado en la emulación directa y explícita del proyecto de Javier Milei, presentándolo como un horizonte deseable para Chile. Sin embargo, este intento de replicación ignora las profundas diferencias estructurales entre ambos países, lo que convierte la propuesta en una apuesta de alto riesgo.
A. La política de la emulación directa
Durante los últimos dos años, Kast y su entorno han celebrado sistemáticamente el «modelo argentino» como una fuente de inspiración. Su propuesta estrella —un recorte fiscal de US$6.000 millones en 18 meses— es una traducción directa del libreto de austeridad de Milei.50 Esta mímica no es solo programática, sino también retórica. El uso de un lenguaje que identifica a los adversarios como «parásitos» y al gasto público como «gasto político» ineficiente busca replicar la exitosa polarización moral lograda por Milei en Argentina.
Se trata de una importación de marcos discursivos que celebran los logros macroeconómicos del modelo vecino (la baja de la inflación) mientras omiten sistemáticamente sus costos sociales y productivos, así como las condiciones únicas que lo hacen temporalmente viable.
B. Un plan defectuoso: por qué Chile no es Argentina
La propuesta de Kast se basa en una premisa fundamentalmente errónea: que el modelo argentino es transferible a la realidad chilena. Un análisis comparativo riguroso revela diferencias estructurales que hacen que una réplica directa sea no solo imprudente, sino potencialmente catastrófica.
| Marco Institucional Comparado | Argentina (2025) | Chile (2025) |
Sistema Monetario | Moneda soberana, historial de devaluaciones como ajuste. | Economía abierta, Banco Central con meta de inflación. |
Sistema Político | Fragmentado, personalista, propenso a liderazgos outsider. | Polarizado, basado en coaliciones, institucionalmente más estructurado. |
| Proceso Presupuestario | Poder ejecutivo fortalecido en crisis, menor rigidez legal. | Alta rigidez legal (>85% del gasto fijado por ley), poder legislativo limitado. |
| Programas Sociales Clave | Asignación Universal por Hijo (AUH). | Pensión Garantizada Universal (PGU). |
| Dependencia Externa | Dependiente de rescates del FMI/EE.UU. para estabilización. | Dependiente de precios de materias primas y comercio internacional. |
La emulación de Kast no es solo una preferencia de política económica, sino una estrategia política performativa. Al adoptar la retórica de la «motosierra» y prometer recortes radicales, está importando una identidad y un método de confrontación. El objetivo principal podría no ser el recorte fiscal en sí mismo —cuya viabilidad en Chile es cuestionable—, sino el efecto político que genera la promesa de dicho recorte.
Esta promesa sirve para construir una base electoral al crear un antagonista claro (la «casta» o los «parásitos») y simplificar el debate político en una cruzada moral contra el «despilfarro». Esta estrategia arriesga importar un modo de antagonismo político que el sistema chileno, más institucionalizado, no está preparado para procesar, pudiendo derivar en un bloqueo legislativo y una crisis de gobernabilidad que, a la larga, deslegitime el propio proceso democrático.
El análisis de la pirámide Trump-Milei-Kast revela una estructura de poder transnacional que va más allá de la simple afinidad ideológica. No es una metáfora, sino una cadena real de mando e influencia donde los recursos financieros y la validación política fluyen desde Washington para sostener un experimento de austeridad radical en Buenos Aires, con la intención de que su presunto éxito sea replicado en Santiago.
Sin embargo, el modelo que se busca transferir es profundamente contradictorio: produce indicadores macroeconómicos positivos en el corto plazo, como la reducción de la inflación, pero lo hace a costa de la capacidad productiva a largo plazo, la cohesión social y la fortaleza de los servicios públicos.
El riesgo central para Chile es claro y material. Adoptar la pirámide implica la posibilidad de importar los severos costos sociales y económicos del modelo Milei —desindustrialización, precarización laboral, deterioro de la salud y la educación— sin tener acceso al factor clave que lo hace políticamente sostenible en Argentina: un salvavidas financiero externo de miles de millones de dólares, motivado por intereses geopolíticos. La promesa de Kast de replicar los resultados de Milei sin el colchón financiero que Trump proporciona es, en el mejor de los casos, una ilusión peligrosa.
La alternativa para el debate chileno no es negar la necesidad de ordenar las cuentas fiscales o de desmantelar privilegios injustificados. La alternativa es debatir con evidencia, sobre la base de las realidades institucionales de Chile, qué se debe reformar, cómo y a qué ritmo, y con qué redes de protección social y productiva para mitigar los costos.
El problema de la pirámide no es solo ético o retórico; es material. Chile enfrenta este debate con una política más fragmentada que en el pasado y una economía con menos amortiguadores que su vecino. Es imperativo que la discusión pública trascienda los marcos importados de cruzada moral y se centre en métricas de bienestar claras, en la sostenibilidad de la inversión y la productividad sin desmantelar capacidades estatales esenciales, y en un lenguaje que no convierta el desacuerdo en enemistad.
Si Trump pone la chequera y Milei la motosierra, ¿qué pone Kast: el país? La conversación chilena debiera responder a esa pregunta antes de votar, con las cifras sobre la mesa y sin consignas prefabricadas al otro lado de la cordillera.

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Referencias
La entrada La pirámide Trump-Milei-Kast: Una economía política de emulación, poder y costo social se publicó primero en El Ciudadano.
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