Durante décadas, el acceso al epacio estuvo condicionado por una lógica simple y muy cara: cada lanzamiento era una operación casi irrepetible, con cohetes diseñados para usarse una sola vez. Ese modelo convirtió el coste por kilo en una barrera estructural para toda la industria. La reutilización rompió esa inercia y cambió las reglas del juego, no como una mejora incremental, sino como una forma distinta de concebir los lanzamientos. Hoy, esa idea se ha convertido en el listón que marca quién puede competir en la nueva economía espacial.
La trayectoria que en la actualidad se toma como modelo no nació de una posición cómoda. En 2008, SpaceX afrontó una secuencia de fracasos técnicos con el Falcon 1 que dejó a la empresa sin margen financiero. Elon Musk llegó a admitir que una cuarta explosión habría significado el final del proyecto. El punto de inflexión llegó primero con un lanzamiento exitoso a órbita y, casi tres meses después, con un contrato de la NASA para transportar carga a la Estación Espacial Internacional. Esa combinación dio oxígeno a una empresa que todavía estaba lejos de demostrar una fiabilidad sostenida.
Cuando lanzar deja de ser lo más caro. El modelo tradicional asumía que el lanzamiento era la parte más costosa y arriesgada de cualquier misión orbital. Los análisis de la NASA sitúan los costes históricos en un rango típico de entre 10.000 y más de 20.000 dólares por kilo en órbita baja, con un coste medio en torno a 18.500 dólares/kg. La bajada de precios asociada a la reutilización alteró ese equilibrio: con Falcon 9 y Falcon Heavy, el coste por kilo pasó a situarse en el rango de 3.000 a 1.500 dólares. Al reducirse el coste del viaje, se abrió la puerta a lanzar más a menudo y a replantear la escala de los proyectos.
Por qué LandSpace entra ahora en escena. En ese nuevo escenario de lanzamientos más frecuentes y orientados a la escala aparece LandSpace. Fundada en 2015, pocos años después de que China abriera el sector espacial a capital privado, la compañía se ha posicionado como un actor centrado en construir una cadena completa que va desde el diseño y la fabricación hasta el lanzamiento. Su programa apunta a recuperar y reutilizar la primera etapa, y en paralelo apuesta por lanzadores de oxígeno líquido y metano, una combinación vinculada en la industria a estrategias de reducción de costes. Este enfoque encaja con la necesidad de China de desplegar grandes constelaciones de satélites en las próximas décadas.
Zhuque-3 de LandSpace
Con el Zhuque-3, LandSpace se propuso algo inédito en China para un lanzador de clase orbital: intentar en un vuelo real la recuperación del primer estadio. El lanzamiento convirtió a este vehículo en el mayor lanzador comercial chino jamás volado y en el primero de una empresa privada del país en intentar un aterrizaje vertical tras cumplir su misión principal. El perfil estaba cuidadosamente planificado, con una zona de recuperación construida específicamente para ello en el desierto del Gobi. LandSpace no ha dado cifras sobre probabilidades de éxito, y el vuelo funcionaba como una prueba de recuperación en condiciones reales.
Zhuque-3 de LandSpace
Parecido a Falcon 9, con guiños a Starship. La comparación con SpaceX no es un recurso retórico, está en el propio diseño. Zhuque-3 adopta un patrón muy reconocible: nueve motores en el primer estadio, maniobra de regreso, control aerodinámico con grid fins y patas para un aterrizaje vertical. Al mismo tiempo, no es un calco del Falcon 9. El cohete está construido en acero inoxidable y utiliza metano y oxígeno líquido como propelentes, dos rasgos asociados al desarrollo de Starship.
Falcon 9 de SpaceX
El intento de diciembre no terminó como LandSpace había planeado. Tras el despegue, el Zhuque-3 completó su fase inicial de vuelo, pero el primer estadio no logró ejecutar la maniobra final de aterrizaje. Según Reuters, el propulsor debía encender sus motores a unos tres kilómetros del suelo para frenar el descenso y realizar una toma controlada, algo que no llegó a producirse. El resultado fue un impacto en lugar de un aterrizaje vertical. El propio diseño del ensayo asumía ese riesgo: se trataba de una prueba de reutilización, no de una misión operativa completa.
Reutilización y tolerancia al riesgo. La apuesta por cohetes reutilizables obliga a revisar cómo se entiende el riesgo dentro del sector espacial chino. La mencionada agencia destaca que la industria local ha estado históricamente dominada por empresas estatales reacias a los fracasos visibles. La entrada de compañías privadas como LandSpace está introduciendo otra lógica, más próxima a la experimentación controlada. El hecho de que los intentos fallidos se documenten y se expliquen públicamente sugiere que la prioridad empieza a desplazarse desde el éxito inmediato hacia la acumulación de experiencia, una condición necesaria para que la reutilización sea algo más que una promesa.
Imágenes | LandSpace | SpaceX
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La noticia
La reutilización espacial parecía cosa de SpaceX. China ya está intentando replicar la fórmula con LandSpace
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Xataka
por
Javier Marquez
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