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Llega el libro chileno más provocador del año: “Persistir en el mito de Shakespeare es de una gran ingenuidad”

Llega el libro chileno más provocador del año: “Persistir en el mito de Shakespeare es de una gran ingenuidad”

Durante los últimos años, Christian Torres Roje ha mantenido cerca un peculiar documento manufacturado. Seis hojas llenas de anotaciones, pegadas una con otra por más de un metro de extensión, con una línea de tiempo para el período 1582-1640 repleta de nombres destacados durante la llamada época isabelina: el pensador Giordano Bruno, el explorador Walter Raleigh, el científico Thomas Harriot, los reyes Isabel I y Jacobo I. Alrededor suyo, los hitos literarios y biográficos de dos poetas nacidos en Inglaterra con dos meses de diferencia, en febrero y abril de 1564: Christopher Marlowe y William Shakespeare. Sus obras, presentadas como en un continuo, sostienen un mapa de asociaciones casi inabarcables.

Quien vea el detalle de ese documento manuscrito llega a, al menos, una conclusión: tan rigurosa indagatoria histórica roza el terreno de la obsesión.

No puede ser de otro modo para un trabajo que, además de personal, es en extremo provocador. El primer libro de Torres Roje —quien es filósofo, docente y además cantautor de obra prestigiada (bajo el seudónimo Nutria NN)— deja cortas a palabras como iconoclasia o insolencia. La invención de Shakespeare. Christopher Marlowe y la Escuela de la Noche (2025, Saposcat) es una argumentación persuasiva y fáctica —bastante convincente, hay que decirlo— de que el nombre William Shakespeare no fue el de un autor con las dotes de un genio, sino el de un heterónimo literario diseñado desde la clandestinidad por un grupo de cómplices del joven Christopher Marlowe, fascinante personaje que volcó en una obra brillante y con firma falsa una ambición filosófica y política pensada para la posteridad.

Y lo consiguió.

La invención de Shakespeare se presentará este viernes en la Furia del Libro, en Estación Mapocho (6 pm, sala Camila Mori). Descrito en su contratapa como “un monumental ensayo que une lo literario, lo histórico y lo filosófico [y] ofrece pruebas nunca vistas de la llamada Teoría Marlowe”, el editor Matías Rivas aplaude allí la ambición de “una tarea sofisticada acometida sin complejos, con inteligencia y erudición […]. Convence por la elocuencia con que expone sus hipótesis y seduce por la agudeza de su trabajo con el lenguaje”.

“Lo que conocemos sobre la vida de William Shakespeare es el resultado de toda una operación para implantar recuerdos falsos sobre un falso escritor. La publicación del llamado First Folio (primera publicación de las obras teatrales atribuidas a Shakespeare, de 1623) es el momento fundacional para que el heterónimo de Marlowe se convierta en un autor con nombre, apellido e incluso un rostro asociado", es como Torres Roje sintetiza el quid de su pesquisa, sostenida en viajes suyos a Inglaterra, revisión de documentos originales, y la lectura de una biblioteca personal sobre el tema que hoy estima ya acumula casi cuatrocientos libros.

La llamada “Teoría Marlowe” no es, por supuesto, invención del chileno. Hay documentales y textos al respecto, y hasta existe una entrada propia en Wikipedia. Pero uno de los pilares de este nuevo libro es centrarse en pruebas y documentos de época; o, como dice el autor, “sin recurrir a la evidencia póstuma ni mítica, que ya está manipulada, y ha terminado por levantar una verdad ficticia tanto sobre Shakespeare y su obra, como sobre la biografía de Marlowe”.

—El libro enseña muchísimo sobre la época isabelina, de hecho.

Me interesaba trabajar con evidencia contemporánea a lo que se relata, y no con elucubraciones actuales. Generar un relato verosímil apoyado en datos y documentos. Ya sabía que la tarea iba a ser titánica, por toda la información que yo quería incluir, todas las traducciones que había que hacer, todos los años que debía cubrir en la investigación; y, por supuesto, todas las posibles observaciones que iba a tener que refutar. Y por eso me tomó quince años poder llegar a un entendimiento al respecto que pudiera canalizarse en una cierta fluidez para ser expuesto.

—El primer desmantelamiento que emprendes —no el único— es el de la autoría. A lo largo de todo el libro expones ejemplos que prueban el paralelismo de estilo entre las piezas clásicas de Shakespeare y lo que Marlowe alcanzó a escribir antes de su muerte (fingida, según el libro) de 1593.

Los análisis lingüísticos fueron muy importantes. Me pasé por lo menos tres años triangulando versos o estableciendo la ubicación de ciertas palabras únicas en este continuo Marlowe/Shakespeare, hasta hacer un tejido entre documentos históricos y el avance en paralelo de la obra. Por eso fue tan importante mi línea de tiempo, porque necesitaba abarcarlo todo y posicionar las obras en el lugar preciso. Cuando comencé a ver el proyecto como una estructura pude dirigirlo mejor. Una de las muchas cosas increíbles, por ejemplo, es que la secuencia de los 154 sonetos va de acuerdo a los dramas que Marlowe había escrito en paralelo en esa época y de sus traducciones de Ovidio. El primer uso que hace Shakespeare de palabras inusuales, como ‘twilight’ o ‘mixture’, se hace en fechas que coinciden con situaciones ligadas a la vida de Marlowe. Para explicar estas coincidencias, tan evidentes, hay quienes establecen que Shakespeare fue un autor supuestamente influenciado por Marlowe; que este sería algo así como “el gran precedente” de aquel. O hay quienes incluso han aventurado que Marlowe es un seudónimo elegido por Shakespeare. Pero no hay ninguna prueba histórica, ninguna mención en sus cartas ni tampoco ninguna evidencia de que siquiera se hayan conocido. Lo que sí queda claro es que son obras totalmente espejeadas. Es algo que yo no podría haber inventado.

—Otra línea en la que persistes es la cronológica. William Shakespeare, un empresario teatral que nunca manifestó interés por la literatura, no había publicado nada hasta poco antes de la fecha que se fija para la muerte de Marlowe.

Claro. Su nacimiento como escritor justo coincide con la desaparición de Marlowe del mundo literario, como si fuera una carrera de posta. El primer libro atribuido a Shakespeare (el poema erótico Venus and Adonis) se publica el 18 de de abril de 1593, y Marlowe muere seis semanas después de eso, el 30 de mayo de 1593. En el libro comparto un documento que acredita que para mediados de abril Marlowe estaba buscando escapar de Inglaterra debido a la persecución de parte del ala ultraconservadora del Consejo Privado. Marlowe era un convencido anticristiano, inspirado en establecer las bases para crear una nueva religión. En ese contexto, organizar un montaje de su propia muerte aparece como una estrategia de escape. Todo lo que se conoce sobre esa muerte es como la escena de una obra teatral, escrita con maestría para algo que nunca sucedió. Una taberna, una pelea por quién debe pagar la cuenta, una traición por dinero… por un lado, es poco verosímil que un hombre que ha sido espía internacional muera por una disputa tan menor. Por otro, hay una parodia a la Biblia, algo así como una anti “última cena”… que tiempo después culminará con la aparición del “First Folio” de obras atribuidas a Shakespeare, como en una resurrección. O sea, la suya ha sido una muerte alegórica. Se ha observado que la firma manuscrita de Shakespeare no es la de alguien culto; menos, la de alguien que trabajase escribiendo. En el libro planteo que hay razones para pensar que el Shakespeare de Stratford era probablemente analfabeto. Y es precisamente por eso que lo eligen como vehículo para todo el plan.

—Por un lado, tu libro es algo así como la revelación de ese tinglado, punto por punto, y con argumentos. Por otro, es la presentación de un sujeto tan fascinante como Christopher Marlowe, un poeta que parece no temerle a nada.

—Nadie que conoció a Marlowe tuvo dudas de su inteligencia superior. Destacó siempre, desde pequeño entre compañeros, y luego en los más altos contactos de poder. Fue amigo de los científicos más importantes de su tiempo, como Thomas Harriot, y se codeó con las grandes mentes de su generación, como Giordano Bruno. Al mismo tiempo, tuvo la vida de un aventurero, un renacentista; en la que todo cabe: fue espía certificado al servicio de la Corona, infiltrador de seminarios jesuitas, acuñó monedas en Países Bajos para conocer las redes de financiamiento antiprotestante. Además, homosexual y anticristiano, teólogo y poeta traductor de Ovidio y de Lucano, un propagandista… un tipo que decía que todo es un escenario. En ese contexto, fingir su muerte es lo de menos. Fue una más de sus estrategias, y tuvo muchos cómplices en ella, incluyendo representantes de la Corona. Para salvar su vida, él muere, pero queda exiliado de la sociedad y pierde su identidad. Lo que hace, entonces, es pervivir en Shakespeare. La tercera parte del libro la titulo con una línea de Hamlet: “Hay algo peligroso en mí”. Muerto, siguió siendo peligroso. Creo que él es un gran ejemplo de una vida vivida sin miedo.

—“Cuestionar la identidad de Shakespeare significa cuestionar la identidad de uno de los pilares de nuestra cultura global: un semidiós del lenguaje”, adviertes en la nota inicial. Describes luego cómo la enorme industria académica y turística dispuesta alrededor de ese legado icónico mantiene “una visión propia de lo religioso, según la cual todas las potenciales incongruencias en la vida de Shakespeare deben considerarse como lo que los teólogos llaman ‘misterios de fe’”. ¿Te das cuenta de que con tu libro cuestionas lo que para ciertos estudiosos o profesionales del teatro es una causa de vida?

Por supuesto que me doy cuenta de eso. Es tan fuerte el poder del mito en torno a Shakespeare que hay quienes han descrito su obra como una “Biblia laica”; y, de hecho, donde más se representan sus obras es en sociedades seculares. Entre cierta intelectualidad, Shakespeare reemplazó al cristianismo. Cuántas citas de sus obras no usamos para explicar conflictos de poder o relaciones humanas; acaso más que las palabras de Jesús. Y yo pienso: hay documentación de cómo Marlowe, maestro en Teología de la Universidad de Cambridge, se propuso llevar adelante el proyecto de una religión pagana “mejor que el cristianismo”. Él sabía que las religiones son creación humana; sabía que son procesos larguísimos. Entonces, misión cumplida, ¿no?

Hace unas semanas, en Providencia, el lanzamiento del libro de Christian Torres Roje contó con las palabras de Colombina Parra, cantautora como él, pero además hija de un convencido admirador de Christopher Marlowe, según contó en esa ocasión (tanto así, que, por sugerencia de su padre, su hijo mayor lleva el nombre del poeta inglés). “Fue algo que hablé con Nicanor algunas veces —recuerda el autor—. Yo llegué a tener acceso a mucha más información de la que él fue reuniendo, pero era un fan, sin duda. ‘¿Usted sabe lo que hay en la tumba de Marlowe?’, me preguntó una vez: ‘Naaaada… solo tieeeeerra…’ (se ríe)”.

Ya está en marcha la traducción de La invención de Shakespeare al inglés. Torres Roje habla de planes por llevar el libro a la próxima Feria del Libro de Frankfurt, persistir en su divulgación por cauces extra-académicos y, en poco tiempo más, comenzar a trabajar en un libro de continuación: un ensayo suyo acotado a los descubrimientos que ha hecho sobre Hamlet y que, asegura, son inéditos.

—Tu libro es, entre otras cosas, una enorme provocación. Pero aún más insolente por provenir de un chileno sin credenciales académicas.

Hay muchos estudiosos marlowianos que, por así decirlo, abandonan la causa. Pero los documentos están ahí, y las evidencias literarias son claras. Una de mis inspiradoras ha sido Ros Barber, profesora de Literatura en Goldsmiths (Londres), y con quien tomé un curso magnífico. De ella aprendí que la evidencia contemporánea de los documentos históricos sobre Shakespeare es la que es; y es abarcable. Son ochenta documentos; y los conozco todos. Tú me puedes decir que Shakespeare fue un gran escritor, y puedo darte el punto. Pero, ¿dijo él alguna vez que era escritor? No. ¿Y su familia? Tampoco. Cuando murió, ¿alguien hizo algún reconocimiento a su talento literario? Nadie. ¿Tenía libros en su casa? No. ¿Viajó a Italia alguna vez como para saber tanto de Italia? No, no viajó nunca; tampoco sabía otro idioma aparte del inglés. William Shakespeare de Stratford fue quien fue, y cualquiera puede pesquisar sus pistas biográficas, no solo los británicos. Sería como decirle a un francés que no puede estudiar a Violeta Parra. Yo estimo que lo que existe convierte en una ingenuidad enorme persistir en el mito de Shakespeare como gran escritor. Por eso, en mi motivación con este libro corría algo así como compartir lo que para mí constituye un acto de justicia.

Fuente

LaTercera.com

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