Los últimos sobrevivientes de la noche santiaguina
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Los últimos sobrevivientes de la noche santiaguina

Era 2021 y Sebastián Aravena (24), administrador del Red Pub, en la esquina de Merced con José Miguel de la Barra, entendió que sobre él recaía una tarea compleja. Lo supo cuando, una vez que abrió ese pub de cuatro pisos, con capacidad para 500 personas y una propuesta inspirada en la estética de un bar londinense, dice que tuvo que romper con lo que se acostumbraba en el barrio para salir a flote.
Aravena, en la terraza del Red, dice que está consciente de que este lugar antes albergaba el Ópera Catedral: un bar-restorán que era el predilecto para celebraciones de oficinistas, banqueros, profesionales y empresarios que trabajaban en Santiago Centro o Providencia. Por un lado, por sus platos chilenos de día, pero también por sus fiestas temáticas y tocatas. El lugar había albergado presentaciones de bandas como Los Tres y Electrodomésticos. Era tanto, que incluso Radio Horizonte emitía un programa en vivo desde el local, con artistas como Inti Illimani o C-Funk, presentaciones de las cuales hicieron un disco compacto recopilatorio.

Sebastián Aravena es nieto de José “Padrino” Aravena, un mito en la noche santiaguina: amasó una fortuna, primero, con una fuente de soda en calle San Diego, para luego, con ayuda de sus 10 hijos, fundar locales como el Passapoga y el Teatro Casino Las Vegas -hoy Teletón-. Sus sucesores siguen con otros emprendimientos: el espacio Broadway camino a Viña del Mar y algunos clubes nocturnos, como el Night And Day en Mac-Iver.
Sebastián Aravena dice que con su padre cruzaban desde el Sommelier, uno de los hoteles de la familia, que queda en la misma calle Merced, para almorzar merluza con risotto. Uno de esos días, en plena pandemia, el dueño del Ópera, el abogado Juan Carlos Sahli, les confesó que no daba más. Las malas ventas y las largas noches sin vender desde 2019 lo habían desgastado.
-Está a la venta o en arriendo, nos dijo. Y lo compramos. Nos salió una fracción del precio de mercado.
Aravena evita detallar de cuánto fue la primera inversión. Solo dice: “Mucha plata”, y ríe. De camisa blanca y parka North Face, detalla que quisieron invertir allí, a pesar de que el dueño anterior había desistido de seguir, porque en su familia tienen un sello: hay que invertir en las capitales.
José Antonio Aravena, su tío, es el administrador del Teatro Caupolicán. El empresario dice que el sello de los negocios de su familia radica en eso: “Hay que invertir en el centro, porque siempre un chileno o un extranjero va a pasar por allí alguna vez en su vida”, dice José Antonio Aravena. Por eso mismo recuerda con nostalgia, sentado en la cafetería del Caupolicán, cuando le tocó hacer de barman en una discoteca en Chucre Manzur. Era 1997 y sirvió mil piscolas un día jueves. También se acuerda de que incluso abrieron una discoteca en La Vega. Todo eso se podía hacer, dice.
Pero ese panorama cambió. El estallido y la pandemia, lamenta, golpearon fuertemente la demanda en Santiago Centro. Y, por ende, se volvió muy difícil emprender con negocios nocturnos en la comuna. Eso mismo encontró su sobrino cuando abrió el Red.
-El cliente del Ópera estaba sobre los 30 años. Nosotros nos enfocamos en el público que tiene sobre 20 -dice Sebastián Aravena-. Llegan universitarios de la Chile y la Católica a carretear. Ese es nuestro objetivo.
Ese cliente que venía del sector oriente para bailar en el Ópera no volvió más.
-Se fugaron todos con el estallido y la pandemia -dice Sebastián Aravena-. Acá ya no llega gente del sector oriente. Es más de Santiago, Ñuñoa, Recoleta, los alrededores.
Aravena sigue esta idea.
-No bajan de Manuel Montt. Y si es que.
La estampida
Los dueños de la noche santiaguina ven cómo otras comunas del sector oriente les quita terreno. Y tienen claras las razones.
Es hora de almuerzo en el café del hotel Ibis, al frente del Passapoga. Fernando Bórquez, su dueño, habla esta vez como presidente de la Asociación Nacional de Empresarios Nocturnos (Anetur). Dice que atrás quedaron los días, hace más de 20 años, cuando los locales se daban el lujo de abrir de martes a sábado. “Y si te daba el tiempo, abrías el lunes”, recuerda. Entre los extintos lugares que daban cuenta de esto están, por ejemplo, los after office que se realizaban en el Castillo Hidalgo, en el cerro Santa Lucía. Allí, cada miércoles, llegaban tres mil personas. También lista el Ópera. “Era un lugar pituco, muy top”, dice.
Pero todo esto cambió, comenta Bórquez.
-Para que haya locales tiene que haber demanda. Y antes, los locales nocturnos del centro atendían a todos los oficinistas que salían a los happy hours. La población flotante era de dos millones de personas. Ese era un público cautivo, que se movía de local en local. Pero los bancos y oficinas están cerrando, y se están moviendo a Providencia. En los últimos cinco años ha cerrado alrededor de un 20% de los locales nocturnos en Santiago Centro.
Bórquez también dice que la pandemia alteró los hábitos de consumo.
-La gente ya no viaja para carretear. Antes, la gente de Maipú viajaba dos horas en micro para ir a Sala Murano. Son 30 kilómetros, pero había un carrete bueno. Ya no. La gente de La Florida o Puente Alto tampoco viene al centro, porque antes no existía allá una oferta de locales nocturnos. Ahora sí la hay. Además, es inseguro volver a tu casa a esa hora en micro.
Al café llega Jaime Retamal, conocido como “Sandro”. Es socio de los Aravena en algunos de sus locales de entretenimiento nocturno y cabaret: el Night and Day y el Lido, en Mac-Iver; el Club de Noche, en Miraflores, y el hotel Sommelier, entre otros.
-Esto no es una fuga de clientes a Providencia. Es una estampida. Y es por la inseguridad. Ves las noticias: el otro día se agarraron a balazos en Bandera. O que van a cerrar la entrada de Cal y Canto porque estaba todo sucio. Todo eso afecta. Mira cómo está la Plaza de Armas de sucia.
Retamal añade que, en la época de oro, no era extraño que turistas incluso llegaran a sus cabarets de noche. “Pero hoy, Santiago Centro no está considerado ni en las guías turísticas. Se lo saltan, y llegan directo a Providencia”.
Esa estampida también la sintió Juan Schiavoni. En 2015, junto con dos socios, puso un bar en Bombero Núñez. Desde su terraza se veía la Virgen del cerro. Así que le pusieron así al bar. Pronto, abrieron más locales en Providencia y Las Condes. El modelo se basaba en una fuerte inversión en mobiliario, pantallas, DJ, iluminación. “El cliente al que nos orientamos son profesionales, oficinistas, de 30 a incluso 60 años, que vive en el sector oriente y están dispuestos a bajar al centro a conocer un bar rico con una propuesta entretenida”, dice. La idea creció y hoy tienen 11 sucursales. Pero ya no tienen ninguna en el centro.
-Mira, el primer bar lo tuve que cerrar con el estallido, porque se puso peligroso el lugar. Luego, abrí otro en Yungay. Pero pasó lo mismo. Estábamos muy solos y el entorno estaba peligroso para los clientes.
Schiavoni dice todo esto sentado un jueves en el local que abrió el año pasado, en Escuela Militar. Suena Tame Impala, y todas las mesas están llenas. En promedio, el consumo por persona son cerca de $ 25 mil.
-Y para cuando salimos de la pandemia, en 2022, el cliente cambió mucho. Mi bar no es para gente pituca, es para el que quiera venir. Pero no nos gusta si alguien enciende un pito en el bar. Ese no es el perfil de gente que buscamos, que quiere venir a conversar tranquila y pasarlo bien.
Al fenómeno se suman otras razones. Haroldo Salas es un periodista que fundó un proyecto orientado a rescatar la memoria colectiva de los bares antiguos y fuentes de soda, llamado Los Bares Son Patrimonio. Salas dice que parte importante del fenómeno se explica por decisiones que tomaron los bares pospandemia.
-Como se debilitó la demanda, los bares deben cerrar más temprano. Eso acabó con el doble turno: las personas que llegan a atenderte para poder abrir hasta las tres o cuatro de la mañana. Pocos se arriesgan a eso, y está matando la vida nocturna en Santiago.
José Aravena dice que para poder subsistir ha tenido que cambiar la oferta musical en sus eventos. Por eso, saliendo de la pandemia, se dio cuenta de que tenía que mirar quiénes eran sus nuevos vecinos: venezolanos, colombianos y dominicanos. Tuvo que orientar su cartelera hacia eso, y en tres años se hizo experto en música caribeña.
-Ellos escuchan salsa, reguetón, vallenato y despecho. Pero son distintos públicos, y el de un estilo no va necesariamente a eventos del otro. También nos dimos cuenta de que tomaban distinto. No toman pisco. En esas noches, ofrecemos ron y whisky Buccanans -asegura Aravena-. Hoy, de 10 noches de eventos al mes, cuatro son de música venezolana o colombiana.
Tomás Paci, gerente general de Quitral y de PezToro, dos locales en el Boulevard del Barrio Lastarria, dice que la baja progresiva de la demanda por todos estos factores eliminó el 50% de la oferta de locales gastronómicos en el sector. Y que cada vez se hace más difícil mantener clientes, porque solo hay una oportunidad para captarlos y que vuelvan.
Por todo eso, remarca Fernando Bórquez, invertir en el centro hoy requiere de dos factores que no tiene cualquiera: una gran espalda financiera y ser dueño de la propiedad donde funcionará el negocio.
Retamal añade que hoy es un mal negocio invertir en el centro. Lo explica así: primero, los arriendos han mantenido su valor, a pesar de que existe una menor demanda de clientes.
Bórquez también aborda los problemas financieros que sufre un local en Santiago Centro. Antes de la pandemia, para abrir y habilitar un local había que invertir $ 500 millones, dice Bórquez. Pero ese dinero podía recuperarse en dos años.
-Hoy esa inversión en Providencia, por ejemplo, la recuperas en tres o cinco. Y en Santiago, olvídate. No tienes para cuándo. Los locales ahora solo netean. Es decir: con lo que ganan, pagan el arriendo, los costos, los sueldos, y se acaba. Eso no es un negocio.
Satanización del baile
José Antonio Aravena, el administrador del Teatro Caupolicán, ha tenido que lidiar con constantes problemas de seguridad. Dice que al salir de la pandemia comenzaron. El primero era que a los clientes que venían en auto les robaban los espejos. Luego, vinieron los lanzazos.
-Por eso, tuve que invertir en guardias más avezados, que fueran más activos. Que si había gente sospechosa rondando, que los apretaran.

Para eso, Aravena contrató 10 guardias con una empresaria que él conocía. Fue un acuerdo de palabra.
-Al principio yo no sabía que un par de ellos eran carabineros. Luego, me enteré de eso. Andaban con pistola, pero pensaba que ellos tenían su arma de civil. No sabía que era prohibido para ellos. Es un tema de ellos, pensé.
El 24 de agosto, luego de una riña, uno de esos carabineros de civil murió baleado.
-Es muy lamentable. Mi error fue no averiguar más, pero la idea era que todo estuviera más seguro.
José Antonio Aravena tuvo que lidiar con el escarnio público. Pero dice que ya no puede controlar lo que pase afuera del local. Aravena pone un punto sobre la mesa: cada vez es más difícil para los negocios controlar las externalidades. Eso genera roces constantes con la autoridad en la comuna de Santiago hace años. “Es la satanización del baile”, afirma.
Bórquez extiende este argumento.
-Existe una glorificación del vecino, que escucha un ruido y parte a reclamar para que castiguen tu negocio. Nosotros no vendemos solo alcohol, vendemos una experiencia. Es una decisión de salir a ser feliz. Pero hoy, los municipios te ven como un enemigo. Como el causante de todos los males. Si hay un ruido, es culpa de los locales. Una riña: los locales. Mataron a alguien afuera, cerremos la discoteca. Y si invertiste $ 500 millones en ese local, y hay una balacera en la esquina, te arriesgas a perder toda la plata a los seis meses por algo que no depende de ti.
Bórquez cuenta que esto es un problema anual: cada año, los locales sufren cuando la renovación de su patente es sometida a la aprobación del concejo.
-Te alegan mil vecinos, convencen a un concejal, y él se pone del lado de esas personas. Pero no ven que un local paga patentes, genera 50 puestos de trabajo, genera riqueza y turismo. La contienda allí siempre es desigual.
Sebastián Aravena dice algo en esa línea. Cuenta una historia en la que un vecino le puso un reclamo por ruidos molestos un domingo a las 10.00, cuando su local estaba cerrado.
-Hay que ser muy cuidadoso, porque después ese vecino puede escribir en Sosafe, viralizar un tuiteo, escribirle a la junta de vecinos y luego a un concejal, y así va escalando. Pero nosotros cuidamos a nuestros vecinos.
Schiavino piensa parecido: los conflictos con la municipalidad fueron claves para el detrimento de la noche en Santiago.
-La administración municipal anterior no ayudó en lo absoluto. Ni en términos de seguridad, ni cuidado del barrio, ni limpieza. Y había una demonización de la gastronomía de los bares o de los restaurantes, cosa que no pasa en comunas como Las Condes o Providencia.
El dueño de La Virgen expone su argumento.
-El concejo municipal aprueba renovar tu patente en diciembre. Y en enero ya debería estar lista para pago, con todo aprobado para que sigas funcionando. Pero ese proceso se extendía hasta marzo. Imagínate: tres meses en la incertidumbre, sin saber si vas a poder seguir vendiendo. También pasaba que muchas patentes de operadores serios eran canceladas, mientras que otros locales operan como clandestinos y nadie dice nada.
Es un jueves en la noche en el Red Pub. Hace algo de frío en la terraza. El bar opera a un tercio de su capacidad. La gente escucha techno y toma piscolas. Son más que nada jóvenes, de entre 20 y 30 años. Se sirven hamburguesas y cócteles.
Todo eso es clave, relata Sebastián Aravena, para poder seguir funcionando en Santiago Centro. Hay que apuntar a otros públicos. Fue lo que hizo cuando empezó, a través de redes sociales, a viralizar su terraza, los neones, la decoración y a trabajar con influencers. Hoy, el 50% de sus clientes, dice, llegaron a través de redes sociales. El universitario era la apuesta más lógica, dice.
-A pesar de que no da más plata, me di cuenta de que los jóvenes lo hacen todo viral. La mitad de mi público ha llegado por redes sociales. Porque ve un reel con la terraza, con el ambiente que se crea.
Sebastián Aravena aún pone fichas en su bar. Dice que este no es el mejor momento, pero que eso ya viene.
-Es cosa de tiempo que empiecen a llegar. Van a empezar a ver que hay apuestas buenas. Además, para allá es muy caro. Pagar más de seis mil pesos por un schop igual es excesivo.
Sus planes a futuro, dice, son expandir el Red. Pero con un detalle: ninguno más en Santiago Centro.
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