No vote por mí

En el último debate de esta campaña, los candidatos hablaron hasta por los codos, uno encima del otro, en una cacofonía insoportable de interrupciones y superposiciones.

Lo insólito es que Kast y Jara querían hablar de todo, menos de ellos mismos, de sus planes y de sus propuestas para el país.

Cada vez que recibían una pregunta sobre sus propios proyectos, olían el peligro. Y ejecutaban contorsiones dignas de un gimnasta olímpico con tal de no proponer nada, y en cambio llegar a su zona de confort: hablar pestes del adversario.

A cinco días de la elección presidencial, frente a una audiencia de millones de personas, ambos candidatos decidieron renunciar, durante dos horas y 40 minutos, a la mejor posibilidad que tenían para explicar sus propuestas, convencer sobre sus ideas o dibujar algo que se parezca a un proyecto de país.

No vote por mí.

Vote contra Boric, repite Kast. Vote contra Kast, retruca Jara.

Fue la constante de esta recta final de la campaña.

Los candidatos se ven incómodos cuando deben hablarnos del país con que sueñan. En cambio, gozan como pez en el agua describiendo la pesadilla que representa su contendor.

Ahí sí se regocijan escarbando en cada detalle de las propuestas de sus adversarios. A juzgar por sus discursos, Jara conoce más el programa de Kast que el propio, y viceversa.

En campañas anteriores, los candidatos nos prometían subirnos con ellos a un árbol o nos anunciaban que venían tiempos mejores. En 2025 no ha pasado nada de eso.

Es que así está el mundo, parece. En esta era de pesimismo y caos global, los discursos optimistas y convocantes suenan ingenuos. Mejor fomentar el miedo al adversario, torciendo sus palabras para que todo lo que diga pueda verse desde la peor luz posible.

Es un discurso que se ha hecho dominante desde el plebiscito de 2022.

La campaña del Rechazo ocupó siempre el mismo recurso: extremar cualquier idea hasta sus últimas consecuencias, sin importar cuan irracional fuera el argumento.

Si no se explicitaba un derecho a la vivienda propia significaba que te iban a quitar tu casa. Si se establecía un sistema previsional solidario, te iban a expropiar los ahorros de pensiones. Si se consagraba la autonomía reproductiva de las mujeres, tendríamos aborto hasta los nueve meses. Si existía la justicia indígena, cuando chocaras en la esquina tendrías que comparecer ante un lonko y una machi.

La campaña fue un exitazo: logró enredar la discusión en torno a tales absurdos. Tanto, que al año siguiente el En Contra usó una estrategia similar para aprovechar cualquier espacio de interpretación que dejara el texto de la kastitución de los republicanos.

También es un estilo que demuestra la inseguridad de las fuerzas políticas en sus propias ideas. Si no quieren hablar de ellas, por algo será.

La izquierda lleva tres años atrapada en el luto del 4-S. El 62% de Rechazo hizo que el gobierno de Boric abandonara sus banderas, y el costo de esa renuncia aparece cuando hay que ofrecer un proyecto de país para los próximos cuatro años.

¿En qué cree hoy la izquierda? El programa de Jara es más tímido que cualquier campaña de la Concertación. La izquierda hoy no tiene un proyecto propio, ni siquiera en los temas en que suele jugar con ventaja.

Claro, ¿cómo prometer una reforma estructural al sistema de salud, si este gobierno pudo hacerlo, y prefirió rescatar a los dueños de las isapres con la plata de sus propios afiliados? ¿Cómo denunciar la concentración económica, después de firmar un negocio fabuloso con Julio Ponce? ¿Cómo levantar la bandera de la igualdad, si renunció a dar la pelea por una reforma tributaria más equitativa? ¿Cómo criticar a las AFP, si la reforma previsional no las toca ni con el pétalo de una rosa?

Esas dudas existenciales llegaron a extremos insólitos en el debate. Jara apoyó un proyecto rechazado por la comunidad científica por amenazar con contaminación lumínica a nuestros observatorios, en nombre del empleo y las inversiones. Kast dijo lo contrario. La comunista adelantó por derecha al republicano.

Y, en un momento desconcertante, Jara aseguró que su gobierno no tendría “ninguna chapa feminista ni machista”, una equivalencia aberrante que se esperaría de un ultraconservador, no de una candidata progresista.

Fueron errores cometidos por el pánico de decir cualquier cosa que tenga el más mínimo tufillo “progre”. Tres años después del mazazo del plebiscito, la izquierda sigue en el diván, preguntándose una y otra vez “¿quién soy?”

La derecha sí tiene muy claro quién es, y celebra exultante que una mayoría pida mano dura en delincuencia y migración, sospeche del Estado y ponga el énfasis en la inversión privada para el crecimiento económico.

Pero cada vez que tiene que profundizar los proyectos que subyacen a esos titulares, Kast entra en pánico. Su campaña ha sido una interminable evasiva para no explicar qué diablos pretende hacer como presidente. Su franja repite en loop un video que enumera los nombres de sus planes. ¿Delincuencia? “Por supuesto, el Plan Implacable”. ¿Fronteras? “Escudo fronterizo”. ¿Salud pública? Plan Zero lista de espera. ¿Pymes? “Sí, pues. Plan sácate la mochila”.

Titulares, solo titulares.

Eso, y atizar la rabia ante el estado de las cosas, hipertrofiando lo malo para convertirlo en infernal. “Un millón 200 mil personas asesinadas al año”, afirmó en el debate. Y cuando Jara lo corrigió, Kast, retrucó: “No dije eso. Dije mil doscientos millones asesinados por año, Jeannette”. Son errores que hablan por sí mismos sobre la hipérbole del país que “se cae a pedazos” de la que Kast ha abusado durante su campaña.

Jara y Kast terminaron su campaña como los anti-candidatos. En su alocución final, resumieron su apelación a los votantes en un “no vote por mí. Vote contra el otro”. Es un discurso que entrega un débil mandato a quien gane; lo hará, no tanto por el apoyo a un proyecto, sino por el rechazo visceral a la alternativa.

Diciembre 14, 2025 • 6 horas atrás por: LaTercera.com 48 visitas

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