Luisa Prieto (38) recuerda el momento en que surgió la idea de fundar una funeraria diferente junto a sus socias, Sofía Aldea (39) y Manuela Jobet (40). Desde el principio, estaban convencidas de que no permitirían que la muerte fuera solo un trámite. Al socializar el proyecto, las reacciones fueron variadas: sorpresa, asco, miedo, rareza, asombro. Algunas personas se sentían incómodas; otras mostraban una curiosidad fascinante. Unos lo encontraban valiente o simplemente no sabían qué decir. Aquella mezcla de emociones les confirmó que el proyecto tocaba una fibra profunda: removía, incomodaba e interpelaba. “Y también nos mostró que había algo interesante por desarrollar”, recuerda Luisa.
Después de más de dos años de trabajo, en los que cada una —desde sus oficios y sus historias personales— observaron el entorno; lo que se hacía, lo que no se decía, lo que dolía más de la cuenta, comprendieron que este negocio no se trataba solo de una idea extraña: había una necesidad, un dolor que nadie estaba atendiendo. Y con el corazón puesto en cambiar la manera en que se vive el final de la vida y en cómo se acompaña a los que quedan, salieron a buscar inversionistas que compartieran su propósito.

Petra nació con una certeza: que la muerte puede ser un espacio de belleza y sentido. Que el duelo no tiene por qué vivirse en estructuras que no nos representan. Que se puede innovar y replantear la forma en que queremos nuestro funeral y elegir nuevas maneras de despedir a quienes amamos. ¿Qué ofrecen? Servicios funerarios completos —ataúdes, traslados, trámites legales, entre otros— y lo complementario: flores, cafetería, reliquias, libro de condolencias, obituarios. Incluso, actualmente, diseñan sus propias ánforas y productos de conmemoración, además de seguir desarrollando nuevas líneas de negocios.
Con el tiempo y el trabajo, apareció la oportunidad de tener un local propio: una antigua funeraria tradicional. Decidieron comprarla y transformarla, como una metáfora concreta de lo que querían hacer con el rubro: tomar lo que ya existía y proponer algo nuevo. Carlos Abalo, su arquitecto, fue capaz de proyectar lo que ellas aún no veían, convirtiendo un espacio detenido en un lugar vivo, limpio, lleno de luz. Donde antes había sombra, ahora hay apertura. Donde había silencio, ahora hay presencia
Llegar al mercado funerario fue un proceso que demoró años en brotar. Cuando Luisa fundó la florería Canasto de Flores —empresa con más de 14 años de trayectoria— entró, sin saberlo, también en la industria de la muerte, ya que las flores son de primera necesidad en velorios y funerales. Rodeada de follajes, semillas y flores de estación, decoraba matrimonios, eventos e incluso preparaba ramos para celebraciones poco tradicionales, como los ‘ramos por separaciones’. Pero cuando la llamaban para funerales, la consigna siempre era la misma: ‘haz de esto, que no tiene vida, algo bonito. Trae un jardín de flores’. De a poco, sus clientes empezaron a buscarla porque querían arreglos florales distintos, menos convencionales que los de las funerarias tradicionales. “Muchas familias terminaban pagando dos veces por las flores; las que vienen en la mayoría de los paquetes estándar del servicio funerario, y otra por fuera. Y aun así no lograban lo que realmente querían’. Fue entonces cuando vi una oportunidad y pensé: ¿por qué no hacer algo distinto en la industria funeraria?”, recuerda Luisa. Esa pregunta sería el germen de Petra.
Sofía Aldea (39), periodista y por entonces recién graduada de un MBA en la Universidad de Chile, sabía por experiencia propia que el servicio funerario podía y debía ser mejor. Su mamá había muerto casi una década atrás, y fue ella la encargada de elegir entre los catálogos de las funerarias tradicionales. Nada le pareció bello ni representativo, así que optó por lo que había. Esa experiencia la guardó para siempre. Hasta que, en 2023, por azar y sincronía, una amiga en común le comentó que Luisa tenía la idea de fundar su propia funeraria. Pocos días después, Sofía la llamó y le propuso trabajar juntas. La oferta fue desarrollar el proyecto de manera profesional junto a la consultora estratégica Ritmo Estudio, con quienes investigaron el mercado, hicieron benchmark y crearon el relato y la identidad de marca. A medida que profundizaban en la idea, el proyecto dejó de centrarse únicamente en lo estético —como innovar en modelos de ataúdes, ampliar la oferta de flores, diseñar ánforas y repensar los espacios— para enfocarse, sobre todo, en ofrecer un servicio más humano y cuidadoso.

A los pocos meses, motivada también por una experiencia personal, se sumó Manuela Jobet (40), también periodista. Ella traía otra pieza del rompecabezas. A propósito de su marido —agnóstico, al igual que toda su familia—, Manuela se había preguntado muchas veces cómo sería un funeral sin misa, sin guión religioso. ¿Cómo despedir a alguien desde otro lenguaje, sin recurrir a fórmulas heredadas que no nos representan? Esa duda la acompañaba desde hacía años. “Me angustiaba pensar que, si se moría mi marido o alguien de su familia, tal vez terminaríamos haciendo una ceremonia que no tenía nada que ver con ellos”, confiesa Manuela. “Hay personas que no se identifican con ningún rito y otras que sí, pero a su manera. Cada despedida debe ser tan única como la vida que se está despidiendo”. Con esa inquietud, Manuela encontró en Petra el espacio para crear nuevas formas de decir adiós, libres de rigidez.
Petra está conformada por tres mujeres que han decidido hablar de amor, dolor, muerte, memoria, recuerdo y logística funeraria con la misma pasión con que otras personas hablan de cine o de ciencias. De esas conversaciones nació la propuesta innovadora de esta funeraria contemporánea: un proyecto que surge del dolor, pero también de la creatividad y el amor. Las fundadoras se propusieron desafiar lo que la industria de la muerte había ofrecido hasta entonces. ¿Cómo? Con despedidas personalizadas, donde se encargan desde los trámites legales, la instalación del cuerpo, los traslados, la organización general, hasta los detalles simbólicos, estéticos y emocionales. Todo, absolutamente todo, pensado para honrar a la persona que se va y acompañar a quienes se quedan para que pongan el foco en lo realmente importante: vivir el duelo.

Antes de atender a su primera familia, en agosto, pasaron mucho tiempo investigando y aprendiendo. Revisaron informes y estudiaron cifras y tendencias, con el afán de entender cada resquicio del mercado de la muerte. Descubrieron datos duros que las indignaron y a la vez las motivaron más. Por ejemplo, supieron que la mayoría de las familias chilenas no compara opciones funerarias en el momento de la pérdida, y que la industria tradicional a veces abusa de esa vulnerabilidad. Con esa convicción, construyeron su propuesta. Fueron a hablar con dueñas de funerarias pequeñas, con sepultureros, con maestros carpinteros que fabrican ataúdes. Pusieron los pies en el barro: visitaron talleres cubiertos de aserrín y barniz, y convencieron a las y los artesanos de probar nuevos géneros, texturas, nuevos diseños. Querían ataúdes hermosos en su sencillez, ánforas diseñadas por artistas locales, arreglos florales hechos con amor y no simplemente siguiendo una planilla de costos.
También se prepararon emocionalmente. Hablaron con tanatólogos, psicólogos del duelo, doulas de fin de vida. Se formaron para saber acompañar el dolor ajeno sin frases hechas, sin negarlo, pero tampoco sin dejarse arrastrar por él. Entre las tres tejieron una red de apoyo: eran conscientes de que trabajar cara a cara con la muerte les removería historias personales. Pero estaban decididas. Petra abrió sus puertas y muy pronto llegaron las primeras familias confiando en ellas. En su primer mes de operación, que fue septiembre, realizaron 7 servicios: los mismos que habían proyectado para todo el primer semestre, pensando que las personas tardarían más en confiar en una marca nueva.
“La muerte de mi mamá fue el punto de partida para empezar a entender cómo vivimos la vida y la muerte. La única certeza que tenemos es que vamos a morir, pero aunque sea parte del ciclo natural, recibir la noticia de un cáncer terminal para una hija es un hito en su biografía personal”, cuenta Sofía. “Más allá del dolor, que es enorme, tuve la suerte de que mi mamá me regalara la posibilidad de elegir junto a ella su despedida, porque lo dejó todo escrito: las canciones, las flores silvestres, el tipo de ataúd… Hasta la ropa que le habría gustado que yo usara en el funeral. En esos días nos reímos, lloramos, compartimos; tomamos Coca Cola —su bebida favorita— y escuchamos la música que ella había elegido. No hubo nada solemne: hubo familia, memoria y verdad. Y fue esa experiencia tan íntima y concreta, la que más tarde me hizo entender que aunque la muerte duele mucho, también puede ser hermosa si se vive con sentido”.
Ese es el espíritu de Petra. Del primer funeral que organizaron aprendieron más que de cualquier libro. Una tarde de agosto les tocó el servicio de una mujer de 86 años, madre de 7 hijos. Sus hijos querían darle una partida hermosa a su querida mamá, quien murió tranquilamente acompañada por ellos en una residencia. Las flores blancas con toques verdes fueron protagonistas de esa despedida. En cada funeral que han organizado, por distinto que sea, han visto abrirse espacios de significado en medio del vacío; familias transformar el miedo inicial en un ritual de amor. “El dolor y la risa pueden coexistir. Son esos detalles los que convierten una despedida en un acto de amor: permiten que la esencia de quien parte esté verdaderamente presente y que quienes se quedan se sientan más cerca”, dice Luisa.
Hay días en que hacer un funeral duele. Cuando eso pasa, suelen esperar a que la familia se vaya y entonces, cuando se quedan solas, se abrazan. A veces también lloran por unos segundos, liberando la tensión de sostener el dolor de otros. Se apoyan mucho entre las tres; entienden que, para brindar acompañamiento, tienen que acompañarse mutuamente. Es de noche y están exhaustas, pero una broma de la Manu —humor negro, cómplice y liberador— les saca una sonrisa. En Petra acompañan desde el amor y la belleza, sin solemnidad forzada, pero con silencio, respeto y verdad. Esa ha sido su guía y su refugio: hacer las cosas con amor.
Al principio, admitir en voz alta “tenemos una funeraria” era extraño. Incluso algunas personas reaccionaban con incomodidad o morbo cuando lo contaban. Pero pronto notaron algo: tras la sorpresa inicial venía una curiosidad inmediata. Hablar de la muerte abre un portal y muchos terminaban acercándose para decirles: “¿Sabes? Mi padre murió el año pasado y nunca pude despedirme como quería…”, o “He pensado en cómo quiero mi funeral, pero no se lo he dicho a mi familia”. “La gente está ávida por hablar de la muerte; solo hace falta construir un espacio seguro”, explica Manuela.
Gracias a Petra, sus fundadoras han confirmado cuánta necesidad existe de humanizar la muerte, de sacarla del tabú. No venden solo un servicio: ofrecen un espacio para hablar abiertamente del adiós y poder planificarlo, si así se quiere, por adelantado. En esa misma línea, lanzaron el servicio Así quiero mi funeral, una propuesta pionera que invita a las personas a diseñar su propia despedida o la de sus seres queridos próximos a partir. Pensado como un ejercicio de memoria, legado y autonomía, permite planificar —en vida— los detalles de una ceremonia que refleje quiénes somos y cómo queremos ser recordados.
A veces les preguntan si no es deprimente trabajar rodeadas de pérdidas. Pero ellas no trabajan para quienes mueren, sino para quienes quedan. Su energía está puesta en los vivos: en aliviar, aunque sea un poco, su pena; en tender puentes de sentido en medio del dolor. “Cuando logras transformar una experiencia que es naturalmente compleja y dolorosa en una que se recordará con cariño, ocurre algo verdaderamente profundo”, dice Sofía.
Acompañar duelos les ha enseñado que el dolor y la pérdida no existen en oposición al amor, sino como una afirmación de él. Duele porque se ama. Ya no temen conversar de la muerte; le perdieron el miedo a nombrarla. El dolor mismo es un gesto de amor: es el precio de haber querido a alguien con toda el alma. Comprender eso las ha vuelto más humildes y más valientes. Saben que, en el fondo, hablar de la muerte es hablar del amor en su forma más frágil y pura.
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