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“Piños de menores”: los niños capturados por las barras bravas

“Piños de menores”: los niños capturados por las barras bravas

Camila (42) recuerda con especial claridad cuando hace unos seis meses un hombre joven llegó a su casa ubicada en una comuna de la zona sur de la Región Metropolitana. El motivo: su hijo Matías, de sólo 13 años de edad. “Tía, ¿por qué no le saca el carné a su hijo para que lo llevemos al estadio?”, le dijo el hombre de unos 30 años, conocido en el sector por ser uno de los líderes de un “piño” (grupo de barristas) de la Garra Blanca, la barra brava de Colo-Colo.

“Yo le dije ya. Me demoré como un mes en sacárselo, porque no le quería dar permiso, pero igual se me arrancaba para ir al estadio. Después de que le saqué el carné empezó a juntarse más con ellos”, recuerda hoy Camila. De familia colocolina y con su casa ubicada cerca de una multicancha en la que periódicamente se juegan partidos de fútbol entre piños de toda la Región Metropolitana, la mujer lo veía como un paso inevitable.

Después de eso, confiesa la madre, Matías también era “pasado a buscar” por adultos para salir a pintar murales y postes de la luz con los colores y símbolos de Colo-Colo, uno de los varios rituales de los piños para marcar su territorio y lograr notoriedad en la barra. Pero el paso siguiente, dice, estaba fuera de sus planes.

Piños como

“Se me perdió. Pasaron tres, cuatro días y no volvía a la casa. Yo no sabía nada de él”, relata. Por eso, a mediados de febrero de este año interpuso una denuncia por presunta desgracia en la PDI. Al séptimo día, su hija menor le mostró un video que había sido publicado en un grupo de Facebook. “Nos dimos cuenta de que andaban fuera de Santiago. Iban para La Serena, donde jugaba el Colo-Colo. Andaba vendiendo bebidas con un grupo de puros mocosos chicos”, confiesa.

De ahí en adelante, Camila reconoce algo que la avergüenza. “Yo ya no puedo controlarlo. Se me arranca. Aquí el tema es que hay muchos niños así, la mayoría son menores de edad y las mamás ya no saben qué hacer”, complementa. A sus 13 años, Matías, desescolarizado desde 2023, ya ha sido detenido tres veces, entre disturbios, robos y un intento de portonazo.

Su hijo, reconoce hoy la mamá a partir de imágenes, fue parte del grupo de hinchas -en su mayoría menores de edad- que el pasado 11 de abril entraron encapuchados y por la fuerza a la cancha del estadio Monumental, luego de que Mylan Liempi (12) y Martina Pérez (18) murieran aplastados en las afueras del recinto. Un hecho en el que se investiga la responsabilidad de funcionarios de Carabineros en el control de una presunta “avalancha” de hinchas para ingresar sin entrada al partido.

Se trata de un fenómeno que, si bien no es nuevo, hoy se ha vuelto cada vez más violento. Niños y niñas, al alero de los grupos de adultos, se organizan y agrupan en “piños de menores” con nombres que imitan a los más grandes: “Los Suiciditas”, “The Peke Monios”, “La 37 de Menores”, “Peñi Juniors” o “La Jaime Jr.”, a la que pertenecía el fallecido Mylan Liempi, son algunos de ellos.

Mylan Liempi pertenecía al piño de niños

“Lo que nos encontramos todo el tiempo es que en el proceso de cuidar a un hijo, o de que pertenezca a una familia, la familia se retira y se lo entrega. Es capturado por otros sistemas, que son adultos, que son pares, que son las barras bravas”, comenta Alejandro Astorga, subdirector técnico de la Corporación Opción, institución que ha visto cómo la pertenencia a una barra brava es cada vez un factor más importante a la hora de realizar intervenciones a menores con conflictos con la justicia.

“Los Pekesmanes”

Para Juan Francisco Arriagada (39), prevencionista de riesgos, la integración de menores de edad a esta verdadera “fábrica de barristas” en que se han convertido los piños de niños y niñas es una realidad que él mismo vivió hace 25 años.

Por allá por el año 1998, recuerda, unos amigos del colegio lo invitaron al estadio Monumental. Pasó poco tiempo para que trataran de imitar a los grupos de adultos, especialmente a “Thesmanes”: uno de los piños más importantes del sector poniente de la capital, con hinchas de Pudahuel, Maipú y Estación Central.

“Pero nosotros éramos como los hermanos chicos de ellos. Teníamos entre 12 y 15 años. Por eso fundamos nuestro propio piño y le pusimos ‘Pekesmanes’. O sea, los pequeños de los ‘Thesmanes’”, dice Arriagada, quien a los 14 años ya viajaba -con permiso de sus padres- al extranjero para ver a su equipo.

Los lienzos o paños de algunos de los grupos de la Garra Blancas pueden verse incluso en estadios extranjeros.

Su objetivo, como todos los otros grupos organizados de las barras bravas, confiesa Arriagada, es simple: “Que al piño le vaya bien, es que el lienzo tiene que estar colgado en todos los estadios donde juegue Colo-Colo. Y que se vea desde todo el estadio. Eso es un piño connotado, un piño ‘ficha’. Así te empiezan a respetar los otros piños”.

Así fueron pasando los años y, en 2009, los niños que integraban “Los Pekesmanes” ya eran adultos. Con ánimos de independencia y diferencias básicas como quién mandaba al definir a qué hora y cómo irse al estadio, terminaron por pelearse con sus “hermanos mayores”. “Es el poder de sentirse superior a los demás. De decir: vamos a hacerlo así”, agrega.

En el intertanto, confiesa, parte de las actividades de su piño incluían por esos años peleas a balazos y cuchillos con hinchas de la Universidad de Chile, secuestros de los “chunchos” y robo de lienzos de sus enemigos. Todo alimentado por el neopreno que muchas veces era aspirado en las mismas galerías del estadio y que hoy ha sido reemplazado por el popular tusi.

Cada uno de los grupos de las barras bravas lucha porque su nombre sea visible y obtenga reconocimiento de sus pares.

En 2012 empezó una de las épocas más oscuras de la Garra Blanca con el asesinato del “Mero Mero” -miembro de los “Spektros”, de Peñalolén- en las afuera del estadio El Teniente de Rancagua, a manos de Alejandro Ñanco, conocido como “El Ardilla” y brazo derecho en ese tiempo de Francisco Muñoz, alias “Pancho Malo”, líder máximo de “La Coordinación” que dominaba la Garra.

Fue en ese escenario que “Los Pekesmanes”, con Arriagada a su cabeza, se integraron al grupo opositor denominado “Los Ilegales”, que ese mismo año terminó por derrocar a “La Coordinación”, luego de que Muñoz cayera detenido. Un ejemplo de cómo los piños de menores pueden terminar dominando la barra brava con el paso de los años.

La captura de los niños

Camila, la mamá de Matías, uno de los menores de edad que ingresaron por la fuerza a la cancha del estadio Monumental el pasado 11 de abril, reconoce estas dinámicas en el comportamiento que ha tenido su hijo desde que se integró a uno de los piños de niños de la Garra Blanca. “Se juntan de distintas comunas y barrios, hay otros que son de La Victoria, en Pedro Aguirre Cerda; de la San Gregorio, en San Ramón, y de La Pincoya, en Huechuraba”, admite.

“Ellos se comunican por grupos de Facebook, empiezan a darse el dateo, organizan las avalanchas. Por ejemplo, un día a mi hijo lo llamaron y me sacó el cuchillo. Le dijeron oye, tráete un cuchillo, yo voy saliendo que hay unas ‘madres’ en tal lado. Mi hijo agarró papa, sacó el cuchillo carnicero”, complementa.

Diversos piños realizan actividades para engordar lo que llaman

Cuando su hijo comenzó a desaparecer, Camila dice haber increpado al líder del grupo de hinchas que lo “capturó”. “Le dije: mira, mi hijo la edad que tiene. Le dije: lo tienen terrible de cuentiao al cabro chico”, señala. La respuesta del adulto, cuenta la mamá, fue una que se repite en muchos otros casos: “Entonces me dice tía, no se preocupe, si al cabro chico nosotros lo cuidamos. Aparte es más vivo que nosotros”.

Desde su desaparición de siete días, Matías está sujeto -por derivación de un tribunal- a un Programa de Intervención Especializada (PIE) que busca abordar situaciones de niños y niñas con vulneraciones de derechos, consumo problemático de drogas y con conflictos con la justicia. Una de las instituciones que ejecuta estos programas es Corporación Opción, particularmente en las comunas de Lo Espejo, Peñalolén, Pudahuel, La Cisterna y El Bosque, en la Región Metropolitana.

Alejandro Astorga, subdirector técnico de la institución, dice que cada vez es más común hallar a menores sujetos de intervención que pertenecen a barras bravas. “Nos encontramos con familias o figuras adultas que han permitido, que desconocen, que minimizan o incluso normalizan los riesgos de la participación en un grupo, cualquiera sea, pero especialmente cuando es la barra brava”, explica.

Momento en que los barristas rompen uno de los vidrios e ingresan al campo. Foto: Jonnathan Oyarzun/Photosport

“Son sistemas familiares con fuerte presencia de jefaturas femeninas que están a cargo del cuidado, que tienen que trabajar, que hacen mil cosas, y con hijos que están en etapa preadolescente, algunos con deserción escolar. Entonces, obviamente, es un espacio barrial y territorial súper permeable para que cualquier otro ingrese”, complementa el psicólogo.

En el caso de Camila, quien admite que ella y su marido están buena parte del día fuera de la casa por trabajo, el control de Matías se hace cada vez más cuesta arriba. “Aquí yo estoy hablando como mamá, yo no soy la única. He visto varias mamás que están pasando por lo mismo. Así como hay mamás también que son ‘tapaderas’, que dicen que no, que mi hijo no era nada. Yo no. Yo a mi hijo no le tapo nada, ni uno, porque el día de mañana le pasa algo, yo no me voy a quedar con la conciencia tranquila”, detalla.

Intervenir a los adultos

Cuando Camila ve las imágenes y fotografías de la invasión a la cancha ocurrida el pasado 11 de abril en el estadio Monumental, rápidamente reconoce a su hijo de 13 años, vestido de shorts y con una polera cubriendo su rostro como un pasamontañas. Pero también identifica a M.I.C.L. (15 años), uno de los hinchas nombrados en la querella que Colo-Colo presentó por los hechos, en la que también se apunta a otros cuatro menores de edad.

“El M. es terrible, es amigo de mi hijo”, dice por el muchacho, quien vive en la población Carol Urzúa, de Puente Alto. M. está identificado, además, por ser uno de los que con una piedra de gran tamaño destruyó una de las mamparas de acrílico del estadio, por donde luego se colaron decenas de asistentes al encuentro.

De las decenas de hinchas que invadieron la cancha del Monumental el 11 de abril, buena parte eran menores de edad.

Camila dice que basta ver las imágenes para concluir que fueron los piños de menores, amparados por los adultos, quienes lograron interrumpir el partido de Copa Libertadores. “Los cabros chicos, cuando son choros, también toman un liderazgo ahí en el piño”, concluye.

“Aquí los que llevan la batuta en los piños son los más grandes. Esos cabros a los niños los meten con droga para adentro, porque a ellos no los revisan. Los cabros chicos entran las bengalas, entran marihuana, entran cuchillos, de todo para adentro”, complementa.

Marcelo Sánchez, gerente general de la Fundación San Carlos de Maipo, que realiza programas de intervención preventiva a menores en peligro por conductas de riesgo o de vulneración de derechos, explica que esta dinámica “transaccional” es parte de lo que se debe abordar en este tipo de casos.

Parte de las actividades a las que son

“El niño, cuando se mete en una barra brava, no piensa que está tributando al narcotraficante. Él piensa que está en un equipo. Pero resulta que la barra le empieza a pedir encargos informales. Lleva este paquetito para allá o entra cosas al estadio, fuegos artificiales, droga”, explica.

Sólo que la barra brava, denuncia Camila, también es utilizada para resolver violentos conflictos familiares. Días después de la tragedia en las afueras del Monumental, Matías, su hijo de 13 años, se enfrascó en una pelea a combos con su hermano de 17. “Llegó muy atrevido, muy choro. Tiene que haber llegado drogado, yo creo. Le decía a mi hijo mayor: te voy a matar, puras amenazas de matar, matar, matar”, relata.

Lo peor llegó minutos después, cuando convocó a sus amigos de la Garra Blanca de La Pintana. “Llegaron a mi casa a pegarle a mi hijo de 17 años. Decían que somos choros, que somos de la Garra Blanca, que somos de El Castillo, que sacamos pistola. ¿Se imagina me entra esa turba pa’ adentro”, se lamenta resignada la mujer.

Para los expertos, la reproducción de la violencia en las barras bravas mediante la participación de los piños de menores de edad debe ser abordada mucho más allá del estadio, sus controles de acceso y los anillos de seguridad.

“Si durante la primera infancia no tuviste un vínculo profundo con tus hijos, ese vínculo es muy débil como herramienta protectora frente a la seducción identitaria que le dan las barras bravas a un preadolescente o adolescente”, explica Marcelo Sánchez.

*Los nombres de algunos de los involucrados han sido modificados para resguardar su identidad.

Fuente

LaTercera.com

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