Poco que contar
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Poco que contar

Ellos iban a cambiarlo todo. Nueva Constitución, tumba del neoliberalismo, refundación de Carabineros, no más AFP. En fin, eran tantas y tan radicales todas y cada una de sus promesas, envueltas en una fatua pretensión de superioridad moral, que recordarlas ahora, a tan pocos años de que las enarbolaran con la convicción de nuevos profetas, produce esa forma de pudor que se conoce como vergüenza ajena, aunque sea por quienes nunca creímos en ellas.
Corresponde al Presidente Boric dar la última cuenta al país y solo se puede decir que tiene poco que contar. Muy poco. Y en buena hora que así sea. No cumplió con nada de todo aquello que prometió, pero no lo hizo, como se dice con cierto buenismo, porque se moderó o porque la experiencia de gobernar le hizo comprender muchas cosas. Nada de eso.
Sencillamente no lo hizo, porque no pudo; porque cuando el sector que lidera tuvo todo el poder para reescribir nuestro orden social, el país por fin comprendió que estábamos frente a los delirios de un grupo ideologizado hasta el extremo y contaminado con el chavismo y los desvaríos atávicos de la izquierda latinoamericana. El sentido común, ese que parecía haber sido consumido por las llamas que quemaron las estaciones del Metro, reapareció y le dijo que no en forma contundente.
En la primera mitad del cuadrienio se quedaron sin proyecto, obligados a mal administrar -¡por Dios que lo hicieron mal!- ese país del que reniegan. Pero, tal vez incluso peor, en la segunda mitad se derrumbó también la pretendida superioridad moral, esa supuesta “distinta escala de valores” que presumían poseer y a los que apelaban para menospreciar a todos los demás, incluso al resto de la izquierda. La codicia, la corrupción, el abuso de poder, los escándalos de orden sexual, mostraron que eran como todos no más, tan humanos y falibles como cualquiera. Hasta el feminismo, ese emblema de la reivindicación de un nuevo orden, era de cartón.
Una sola cosa se le puede reconocer al Frente Amplio y a su gobernante, terminan como empezaron: reduciendo todo al testimonio, al gesto abstracto, a la grandilocuencia carente de efectos concretos. Un proyecto de ley de aborto que se percibe como la máxima expresión de la impostura, un intento burdo por mover la aguja de las adversas encuestas electorales. Y qué decir del retiro de los agregados militares en Israel, apenas otro gesto testimonial que no cambia nada, pero debilita a nuestras Fuerzas Armadas que tendrán que cargar, seguramente por muchos años, con las consecuencias de esa forma de gobernar: estridente, pero irrelevante.
Es normal que la última cuenta presidencial se extienda a una mirada global del período que concluye, es la última oportunidad en que el gobernante puede, en la solemnidad institucional, comparar el país que recibió con el que entregará en pocos meses más, en que puede contrastar su proyecto con lo realizado. Sospecho que será un discurso largo, en que el Presidente hablará mucho, signo inequívoco de lo obvio: tiene muy poco que decir.
Por Gonzalo Cordero, abogado
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