Schwember, MacIntyre y la Cía. Telefónica
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Schwember, MacIntyre y la Cía. Telefónica

Han muerto, con pocos días de diferencia, los filósofos Felipe Schwember (chileno nacido en 1976) y Alasdair MacIntyre (escocés nacido en 1929). Se trata, en su nivel más inmediato, de dos casos muy distintos: uno se va joven y demasiado pronto, entrando recién en su etapa de madurez y plenitud intelectual, mientras que el otro lo hace ya mayor, con una misión laureada y cumplida, en una etapa de declive de sus fuerzas y capacidades. De ahí que frente a la partida de Schwember predomina el sentimiento de tristeza, mientras que la conmemoración de MacIntyre se carga mucho más hacia la celebración de su obra, que pudo desarrollar por casi 50 años más que su par chileno.
Sin embargo, por sobre esta diferencia, MacIntyre y Schwember estaban unidos por una pasión intelectual parecida y, a la vez, por convicciones y conclusiones en abigarrada tensión. Ambos nacieron en países intensamente transformados por procesos de modernización acelerada: uno en la cuna del capitalismo moderno, en esa estrecha franja de tierra entre Glasgow y Edimburgo, donde comercio, industria, ciencia y filosofía se entremezclan hasta abrirle un forado a lo que se creía posible. El otro, en los dominios de un Chile tradicional y monotemático (“erizo”, según Véliz; “eriazo”, según Lihn), pero que desde los años 70, de la mano del capitalismo autoritario, adquiere un ritmo vertiginoso de cambio y crecimiento, aunque sin mucha ilustración.
Las paradojas y contradicciones de estas experiencias llevaron a los dos filósofos a concentrar sus esfuerzos en reflexionar y ponderar la modernidad. El hijo de Glasgow lamentando lo perdido y mirando principalmente hacia atrás, hacia el mundo de las comunidades densas reproducidas a través de virtudes inculcadas a fuego en sus miembros. De la Atenas del norte a la Atenas ideal. El chileno, en cambio, con ansias de futuro, de más y mejor capitalismo. De la provincia remota y atrasada, al caleidoscopio de experiencias, perspectivas y creaciones de un mundo de individuos capaces de explorar y expandir su creatividad e inquietudes.
Ambos autores, por cierto, desconfiaron intensamente del Estado moderno, pero por razones distintas. MacIntyre lo vio predominantemente como una maquinaria burocrática con pretensiones de neutralidad neutralizante que nos promete, aunque rara vez cumple, servicios, seguridades y derechos, a cambio de lo cual a veces nos demanda entregar la vida por él. En una famosa intervención calificó esto como “morir por la Compañía Telefónica”, y fustigó el proyecto del Estado liberal por disolver y empobrecer los vínculos sociales y las relaciones humanas. El liberalismo, en su mirada, nos prometía que cada cual podía vivir según el proyecto de vida que le pareciera bien, pero en realidad erradicaba las condiciones de posibilidad para perseguir proyectos de vida buena.
Schwember, en cambio, temía que todo Estado, si llegaba a entrometerse en ciertos aspectos de la vida y sobrepasaba ciertas dimensiones, terminaría exigiendo la servidumbre a sus ciudadanos. Y creía que el bien común no debía imponerse por sobre los proyectos individuales, sino consistir en las condiciones de posibilidad para que todos pudieran perseguir lo mejor posible esos proyectos. Detrás de la Compañía Telefónica, sospechaba, se escondía el deseo de poder ilimitado de una burocracia gris, ineficiente y autoritaria.
Tanto el escocés como el chileno, eso sí, hacían concesiones prácticas. MacIntyre, en sus últimos años, llegó a considerar que un Estado nacional moderno quizás sí podía reflejar y promover algunas de las virtudes de la polis. Schwember, por su lado, buscó el diálogo en torno a la subsidiariedad con los “comunitaristas”, apelando a un liberalismo “suficientista”, intentando idear un orden social donde nadie cayera debajo de cierto nivel que preservara la voluntariedad de los contratos. ¿Cómo entregarle poder pedagógico al Estado manteniéndolo al servicio del florecimiento humano? ¿Cómo generar condiciones suficientes para el florecimiento humano sin inculcar virtudes específicas? Este diálogo tendrá que seguir, al menos en este mundo, sin estos dos importantes comensales. Sus obras tendrán que hablar por ellos.
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