Sin esperanza, es la nada
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Sin esperanza, es la nada

El lenguaje en la política (como en el amor) crea realidades. Y, lamentablemente, el lenguaje político actual está lleno de desesperanza: redes sociales llenas de odio, la exacerbación del miedo, la sensación de que no hay nada que hacer, más que “aperrar” con el crimen, los toldos azules, el crecimiento mediocre, la corrupción ubicua y la “permisología” permanente.
Y olvidamos la virtud teologal de la esperanza: “la esperanza es el sueño del hombre despierto” (Aristóteles). El saber que este país está lleno de posibilidades, pleno de recursos naturales, clima mediterráneo, contratemporada, apertura al mundo; que somos primeros en cobre, segundos en salmones, líderes mundiales en fruta, por nombrar unas pocas industrias. Se logró, y no son industrias “extractivas”, sino llenas de tecnología, como atestigua el profesor Patricio Meller. Donde hoy hay salmones, antes no había nada; donde hay cerezas, antes a lo mejor había solo trigo. Y también es posible de un plumazo suspender la “permisología” mientras estudiamos mejores regulaciones.
Por otra parte, con solo un poco de buen criterio se puede mejorar la educación; la seguridad es posible de ser controlada con policías empoderadas y con sistemas de inteligencia modernos; sí se puede crecer más allá del 1 o 2% tendencial y sí tenemos capacidad para construir los hogares que faltan. Pero lograrlo no será posible sin tener esperanza: sin creer que un futuro mejor es posible. No será fácil, porque para hacer tortillas hay que quebrar huevos (y tener muchos huevos también), pero como dijo el gran García Lorca: “el más terrible de los sentimientos, es el sentimiento de tener la esperanza pérdida”.
Hoy muchos políticos -hay excepciones- solo lanzan proclamas populistas y simplonas, que explotan el miedo, la desesperanza y la desesperación, el odio al adversario -cercano y lejano por igual-, el empate en la ruindad. Falta una voz de esperanza que señale un rumbo con grandeza y con valentía, pero que no sea a costa del adversario. Sin odio ni odiosidad, sin pequeñez ni avaricia. Las grandes desgracias del mundo tuvieron como base ideológica la creación de “un enemigo” a quien culpar y destruir: la burguesía, los judíos, el liberalismo y el protestantismo.
Y los grandes éxitos, en cambio, han sido los señalados por Adam Smith: producción colaborativa, libertad de emprendimiento, mercados abiertos, propiedad privada, seguridad y reglas predecibles. Su obra clave “La Riqueza de las Naciones” es un himno a la esperanza, en un mundo dominado por reyes y emperadores autocráticos, donde la democracia y la libertad de pensamiento era solo un recuerdo histórico de la antigua Grecia, mercantilismo económico y regulaciones absurdas (entre París y el Rin había más de 100 aduanas, y reglas estrictas para que los plebeyos no pudieran vestirse como los nobles). Chile debe volver a tener esperanza. Sus políticos salir del barro y mostrarnos una ruta que nos devuelva la esperanza. Y cito ahora a Khalil Gibran: “en el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche viene una aurora sonriente”. Vamos preparándonos.
Por César Barros, economista
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