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Sin primarias no hay drama

Sin primarias no hay drama

La participación en una primaria presidencial se ha transformado en un factor que algunos consideran decisivo, especialmente cuando es necesario legitimar una candidatura, que puede estar enfrentando debilidades. Sin duda, en una primaria se gana visibilidad y, si vence, se puede revitalizar una campaña. Las primarias pueden servir como una plataforma para despegar, si logran motivar una parte del electorado y la coalición que las respalda es capaz de fortalecerse.

Pero también es cierto que no todo se juega en la táctica electoral. Quienes optan por no participar en una primaria están tomando una decisión estratégica distinta, pero igualmente válida: preservar la claridad de sus convicciones, evitar diluir su proyecto en acuerdos poco representativos o simplemente porque consideran que ninguno de los otros candidatos expresa con fidelidad sus ideas.

No es desdén por la democracia, sino una manera distinta -y, muchas veces, más coherente- de defender una visión política.

Cuando existe segunda vuelta, el argumento práctico de realizar primarias pierde fuerza. La segunda vuelta centra las preferencias del electorado entre dos grandes visiones de país y permite que emerja una mayoría clara. Es ahí donde realmente se construyen las grandes coaliciones y se articulan acuerdos programáticos que trascienden los márgenes de cada candidatura.

En ese sentido, la primera vuelta cumple una función análoga a la de una primaria, cuando existen proyectos políticos y de país distintos: permite medir fuerzas, evaluar el peso real de cada proyecto y determinar quién tiene la capacidad de representar de mejor forma a un determinado sector. Si ese es el caso, ¿por qué obligarse a competir en un proceso previo, interno, con un alto costo que pagan todos los chilenos, desgastante y lleno de tensiones que pueden dejar heridas difíciles de sanar?

Las primarias pueden ser útiles cuando no existe segunda vuelta. Pero, en un sistema con balotaje, los ciudadanos ya tienen la posibilidad de elegir libremente entre varias opciones en la primera vuelta y luego decidir, entre los dos más votados, quién debe gobernar. Esto reduce considerablemente la urgencia y la necesidad estratégica de las primarias como método de selección.

Además, obligar a un candidato a participar en una primaria puede significar, en la práctica, forzarlo a negociar o convivir con ideas o estilos que no comparte, bajo la lógica de la manoseada “unidad por la unidad”. A veces, optar por ir directo a primera vuelta no es un acto de soberbia, sino de honestidad ideológica: una forma de respetar tanto al electorado como al propio proyecto político.

Por todo esto, en países con doble vuelta, las primarias no son una condición para la legitimidad de una candidatura. Son una opción válida, pero no una obligación ni una señal inequívoca de mayor compromiso democrático. La verdadera evaluación ocurre en las urnas. Y allí, todos -hayan pasado o no por una primaria- deben convencer al país de que son la mejor opción para liderarlo.

Participar o no en una primaria es una decisión política, no moral. Puede ser una vía para crecer, pero también un riesgo de quedar atrapado en un marco ajeno. Lo importante es que el elector sepa distinguir entre quienes rehúyen las primarias por miedo al juicio ciudadano y quienes lo hacen por firmeza ideológica. En política, no siempre gana el que grita más, sino el que sabe por qué está en la carrera.

Por Carmen Soza, directora ejecutiva Ideas Republicanas

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LaTercera.com

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