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Europa se prepara para otro invierno mirando de reojo los tanques de gas y el termómetro. Las calefacciones empiezan a encenderse y las alarmas, otra vez, también. Según un informe de McKinsey & Company, la demanda global de gas aumentará un 26% hacia 2050. El dato choca con el escenario necesario para limitar el calentamiento global a 1,5 °C, que exigiría reducir el consumo en más del 75%.
El combustible puente. En teoría, Europa había aprendido la lección tras la crisis energética de 2022. Pero tres inviernos después, el tablero sigue mostrando grietas. Las principales regasificadoras de los Países Bajos —Gate y Eemshaven— operan al 90% o 100% de su capacidad, y su saturación “es el preludio de precios más altos”. Son la puerta de entrada del gas natural licuado (GNL) para Alemania y buena parte de la industria europea.
Mientras tanto, España presume de tener la mayor capacidad de regasificación de la UE, con seis terminales activas, pero poco puede aliviar al resto del continente: las interconexiones con Francia apenas permiten exportar entre 7.000 y 8.500 millones de metros cúbicos al año. El cuello de botella está claro: la dependencia ya no es de Rusia, sino de unas pocas infraestructuras portuarias que funcionan al límite. El resultado se siente en la factura: la tarifa regulada del gas en España subió hasta un 20% en octubre, pero el gas internacional se abarató ligeramente, los peajes regulados y el aumento de la demanda invernal dispararon los costes.
Europa ante el invierno. La Unión Europea llega al invierno con reservas de gas al 83%, el nivel más bajo desde el inicio de la crisis energética y diez puntos por debajo de la media histórica. La Comisión Europea había fijado un objetivo del 90%, que no se ha cumplido.
Los meteorólogos, además, advierten de un invierno más frío que los tres anteriores, lo que podría disparar el consumo. Pese a ello, Bruselas no habla de pánico sino de cautela. ENTSOG —el organismo que agrupa a los operadores del sistema gasista— calcula que incluso en un escenario de alta demanda, ningún país tendría que cortar el suministro. No obstante, advierte de un riesgo real: “Una ola de frío en otoño podría aumentar la presión sobre los precios”, especialmente porque Europa compite con Asia por el GNL disponible.
Un futuro que no se desvía del gas. El panorama que dibuja la consultora McKinsey es claro:
La transición energética, advierte la consultora, ha perdido velocidad. La prioridad ya no es la descarbonización, sino la seguridad y la asequibilidad. O, como resume el informe: “El gas no baja, solo se desplaza”. A medida que la electrificación de la industria y el transporte avanza, la demanda de gas se mantiene como respaldo del sistema, lo que agrava la paradoja: cada megavatio renovable instalado sigue necesitando gas detrás. Incluso en su escenario intermedio, McKinsey calcula un aumento de temperatura global de 2,3 °C, muy por encima del objetivo del Acuerdo de París.
La salida: la flexibilidad que falta. La consultora apunta a una solución estructural: la flexibilidad. Europa necesitará un 75% más de mecanismos de flexibilidad antes de 2030 para integrar renovables sin depender del gas. Este estudio calcula que las empresas europeas podrían capturar hasta 8.000 millones de euros anuales si invierten en soluciones de demand-side response (DSR): sistemas capaces de ajustar el consumo eléctrico industrial en función de la producción renovable. En otras palabras, mover la demanda en lugar de encender gas cuando falta sol o viento.
Varios ejemplos del informe muestran cómo funciona esta nueva flexibilidad: una papelera francesa logró multiplicar su capacidad de reacción al electrificar sus calderas y usar almacenamiento térmico. En los Países Bajos, un invernadero combina energía solar, baterías y calderas eléctricas para aprovechar mejor su producción y ganar unos 300.000 euros al año. Y en Reino Unido, una cadena de supermercados puede reducir su consumo en momentos de alta demanda sin interrumpir su actividad. En conjunto, estas soluciones —baterías, control digital y sistemas inteligentes— permiten que la red eléctrica se adapte al instante, sin depender del gas.
Entre dos modelos. Europa tiene la generación del futuro, pero sigue operando con las reglas del pasado. La red eléctrica aún depende del gas para mantenerse en pie, y los planes de transición corren más despacio que el termómetro.
McKinsey advierte que el gas crecerá un 26 % hasta 2050, justo cuando debería caer un 75%. Es el retrato de una contradicción: mientras la ciencia pide frenar, el sistema pisa el acelerador. El invierno que llega volverá a medirnos, no solo en grados ni en reservas, sino en voluntad política. Porque la estabilidad energética y la estabilidad climática, hoy, ya son la misma cosa.
Imagen | Unsplash
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La noticia
Todos coinciden en que hay que dejar el gas. Pero Europa no se da por aludida
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alba Otero
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