SEÑOR DIRECTOR:
El viejo adagio latino corruptio optimi, pessima —la corrupción de lo mejor es lo peor— se aplica con fuerza a la crisis de la Corte Suprema. No porque sus integrantes encarnen lo mejor desde el punto de vista moral, sino porque es el órgano llamado a decidir, sin apelación, qué es derecho en Chile. En ejercicio de esa función, resuelve en última instancia conflictos que afectan directamente la vida de miles de personas. Por ello, cuando lo supremo se corrompe, el daño es especialmente grave.
La salida a esta crisis debe provenir del propio Poder Judicial. Una intervención externa afectaría seriamente la independencia judicial y la separación de poderes, más aún cuando los órganos políticos carecen hoy del prestigio y la autoridad moral necesarios para erigirse como correctores. Las remociones impulsadas con rapidez desde el Congreso pueden generar una sensación inicial de depuración, pero no pueden transformarse en regla: el remedio no puede ser peor que la enfermedad.
Más allá de ajustes institucionales, como el sistema de nombramiento, la superación real de la crisis exige elevar sustantivamente las exigencias éticas y profesionales. Es necesario explicitar y protocolizar lo que se espera de un ministro de la Corte Suprema, aquellas conductas que por sabidas se callan y por calladas se olvidan. Solo así puede imponerse un estándar acorde a la función que se ejerce.
En este contexto, la elección de Gloria Ana Chevesich, ministra de trayectoria reconocida por su rigor, abre una expectativa legítima de cambio. Puede ser el inicio de una reparación que provenga desde dentro de la propia Corte, la única vía capaz de generar una transformación auténtica y duradera.
Sebastián Kaufmann
Abogado y académico U.Central
completa toda los campos para contáctarnos