Vivir con paraplejia, soñar en grande y romper barreras: la historia de Gustavo Fernández en Del otro lado
- 1 Días, 21 Horas, 25 Minutos
- Infobae.com
- Internacional
Vivir con paraplejia, soñar en grande y romper barreras: la historia de Gustavo Fernández en Del otro lado

En el ciclo de entrevistas de Infobae, el tenista compartió su experiencia de vida y los desafíos que superó para convertirse en un deportista profesional. Aprendió a aceptar la mirada ajena, a convivir con lo distinto y a poner el foco en desarrollar su mejor versión. En 2023 enfrentó una grave complicación médica que lo puso al límite y lo llevó a replantearse sus prioridades
“Desde que tengo uso de razón, me desarrollo personal y profesionalmente en una silla de ruedas”, dice Gustavo Fernández, el tenista cordobés que llegó a ser número uno del mundo en tenis adaptado, y que, a sus 31 años, sigue desafiando límites físicos, mentales y emocionales. Pero la suya no es solo una historia de superación. Es también un testimonio sobre la ambición, el desgaste, la salud mental y la construcción de identidad.
“Nunca entré en esa de lamentarme porque tuve una discapacidad o porque tuve que vivir la vida de la forma que la viví”, cuenta sin rodeos. Gusti, como lo llama su entorno, se abre para hablar de su infancia, de lo que es crecer con una lesión medular, de su carácter competitivo, de sus crisis recientes y del precio emocional que paga por exigirse como deportista de élite.
“Yo me llevé puesto un montón de cosas, hasta la probabilidad”, reconoce. A lo largo de la entrevista, reflexiona sobre la mirada ajena y las barreras estructurales y culturales que aún enfrenta la discapacidad. Pero también sobre los pilares que lo sostienen: el entorno afectivo, el deporte, y una filosofía simple y potente: “buscar ser”.
Gusti es una leyenda viviente del tenis adaptado. Ha ganado como singlista los Grand Slam del Abierto de Australia (2017 y 2019), Roland Garros (2019 y 2016) y Wimbledon (2019), además de haberse colgado la medalla de oro en los últimos cuatro Juegos Parapanamericanos en Santiago de Chile (2023), Lima (2019), Toronto (2015) y Guadalajara (2011). Dentro de sus vitrinas también sobresalen un Abierto Francés (2019) y dos All England (2015 y 2022) en dobles, sumado a tres medallas doradas en esa misma modalidad en los Juegos Parapanamericanos. Además, ganó la medalla de bronce en los Juegos Paralímpicos de París 2024.

Luis: — ¿Hace cuántos años te movilizas en silla de ruedas?
Gustavo: —Y toda mi vida. En realidad, yo estoy en silla de ruedas desde el año y medio. Tuve un infarto medular el 29 de mayo de 1995. Yo tenía un año y cuatro meses. Desde que tengo uso de razón, mi desarrollo personal y después profesional fue en una silla de ruedas.
Luis: —¿Qué es un infarto medular?
Gustavo: — No soy un especialista y tampoco le di mucha vuelta al respecto, pero sé que es como una vena que se corta y corta la información del cerebro a determinadas partes del cuerpo, lo cual, me imposibilitó el uso de mis piernas. Es una lesión medular, paraplejia y es irreversible, por lo menos hasta el día de hoy. Siempre fui muy activo, incluso después de tener el infarto. Paso cuando estaba jugando con mi papá, como cualquier nene de esa edad, fue todo muy repentino. De repente, no podía mover las piernas. Mi papá tenía un par de años menos que yo ahora. Me imagino que le pase eso a un hijo y una locura. Me mata solo pensarlo. Esa incertidumbre de no saber qué está pasando. Fue un período de semanas, meses, en el cual hubo que ver qué había pasado porque no es algo tan normal, hasta que finalmente se me diagnosticó. Después de un viaje a Estados Unidos, me vieron especialistas y se dio esto: “Vas a tener que transitar tu vida en silla de ruedas”.
Luis: —¿Cuántas veces te preguntaste por qué a mí? Si es que te lo preguntaste alguna vez...
Gustavo: — Me he preguntado, pero no desde el punto de vista del martirio. No me dije: “¿Por qué a mí?” con lamento. Lo cual me resulta curioso porque teniendo tantas realidades en el mundo... Hay un porcentaje muy bajo de gente tiene una discapacidad y de gente parapléjica. Te preguntas: “¿Por qué yo entré en ese porcentaje?” y decís: “¡Qué loco el destino!”. Pero no desde un lugar de lamento por lo que me pasó. Por suerte, nunca entré en esa de lamentarme de por qué tuve una discapacidad o por qué tuve que vivir la vida de la forma que la viví. Siempre el foco estuvo puesto en hacer, desarrollarme, crecer, en ser, básicamente. En buscar lo más simple que tiene la vida, que es querer ser.
Luis: —¿Y qué querés ser para vos?
Gustavo: —”Querer ser” fue mutando a lo largo de mi vida. Cuando sos un nene querés ser feliz, tener tus amigos, vivir experiencias e ir al colegio. Uno, a medida que va creciendo, quiere enamorarse. Pero no me cambió nada en ese sentido la discapacidad. Siempre quise ser deportista profesional y no tenía ambiciones medianas. Cuando soñaba con jugar al básquet, soñaba con jugar en la WNBA, que es la Wheelchair National Basketball Association. Después el deseo mutó al tenis y era ser número uno del mundo, conquistar todo. Mi esencia está en querer ser eso. De ahí se abrieron un montón de aristas hermosas.
Luis: — Dijiste algo muy interesante: “Nunca quise ser otra cosa distinta”. ¿O la ambición de ser estuvo condicionada por el infarto que no te dejó caminar?
Gustavo: — No, en ningún momento. Nunca me puse a pensar “por qué a mí” desde el lado del lamento. Obviamente, la silla plantea situaciones nuevas. Yo soy distinto en un montón de aspectos físicamente, y al transitar en silla de ruedas, inevitablemente surgen cuestionamientos porque es algo que excede a la normalidad. Un nene, a medida que va creciendo, que va teniendo situaciones, sus compañeros inevitablemente le preguntan. Es constante la mirada en la calle. Incluso de grande, te das cuenta que la gente te observa. Por ejemplo, mis piernas son mucho más chicas que la media y eso atrae miradas. Acostumbrarse a convivir con la mirada tiene un proceso. Acostumbrarse a vivir con la no cotidianeidad que tiene el resto. Yo le pregunté una vez a mi vieja: “¿Por qué me miran tanto?”. Y como mi vieja siempre me dijo: “Déjalos que miren. Después, una vez que empiezan a mirar, se van a dar cuenta de que atrás está Gusti. Vas a tener un montón de cosas buenas y vas a ser vos”.
Luis: — ¿Te sigue molestando hoy la mirada ajena?
Gustavo: —Si bien nunca deja de impactar, uno puede amurallarse o tener muy claras las convicciones, pero después llega un momento en que te gusta pasar desapercibido. A mí siempre me gustó ser protagonista. Siempre me sentí bien estando en el foco a lo largo de mi vida. De hecho, tengo una personalidad fuerte, y en paralelismo con mi hermano, él es lo opuesto. Mi hermano intenta pasar más desapercibido, mientras yo siempre intenté llamar la atención. Pero a medida también que vas creciendo, querés un poco de tranquilidad, y se fue desvaneciendo esa necesidad de protagonismo. Pero bueno, la silla plantea y genera situaciones que no son cotidianas. Entonces, uno se acostumbra a vivir con eso.
Luis: —¿Sigue habiendo barreras y dificultades para una persona que está en la silla?
Gustavo: — Sí. Eso creo que va a ser una cotidianeidad siempre. Desde barreras físicas, si hay una rampa o accesibilidades puntuales en determinados lugares, hasta otras cuestiones. Ni siquiera lo tomo como una crítica a la sociedad. Durante mucho tiempo, la discapacidad o “lo distinto” estuvo muy escondido. Estuvo corrido de foco, de lado. A veces por miedo a lastimar, miedo a proteger o por sobreprotección. A medida que uno empieza a expandir su ser, se encuentra con situaciones nuevas, y ahí la discapacidad obviamente se encuentra con un montón de situaciones nuevas. Es normal que una persona que no tiene contacto directo con la discapacidad no entienda cómo relacionarse, pero hay que aprender a convivir.

Luis: — ¿Por qué el año 2023 fue tan difícil para vos? ¿Qué te pasó?
Gustavo: — El 2023 fue un año bravo. Tuve un problema médico grande en la garganta, que fue una infección que me llevó a una operación. Esa operación, a los diez días, se complicó. Tuve una hemorragia muy grande y viví una situación límite de salud, en la que estuve cerca de no poder contarla. En mi afán de siempre estar a disposición de mi ambición o mis deseos profesionales, tomé decisiones que no fueron acertadas para lo que mi cuerpo necesitaba. Dos meses después de haber tenido una hemorragia en la que perdí tres litros de sangre y casi me infarto, jugué semifinales de Roland Garros. Tuve tres o cuatro semanas hasta que se me terminó de cerrar todo, recuperé medianamente la sangre, tomé hierro y hice cosas para recuperar la hemoglobina porque sino no me dejaban viajar. Hice todo a contratiempo para ir a jugar. Jugué tres meses de corrido la gira europea como si no hubiese pasado nada, exponiendo mi cuerpo y mi mente al límite. Mi cuerpo respondió, pero cuando lo machacás y llega al límite te lo hace sentir. A fin de ese año, terminé con un colapso mental absoluto, donde mi salud mental me dijo: hasta acá llegué. Si vos no te das cuenta por todas las señales que te di a lo largo del año de que necesitábamos descansar, te lo hago saber de otra forma.
Luis: —Te hizo descansar de prepo.
Gustavo: — Sí. Ahí entra otra etapa de mi vida más compleja. Todos los que han transitado problemas de salud mental saben que ese fantasma que no está tan a la vista, es bravo de encarar, de enfrentar y que encima no se va. Está constantemente ahí, a veces con más o menos protagonismo, pero está constantemente ahí.
Luis: — ¿Fue depresión lo que sentiste?
Gustavo: — No. Pasé por esta situación donde viví situaciones muy explícitas y tengo recuerdos muy claros en los que vomitaba sangre constantemente. Estaba en la guardia y vino mi tío, que es médico en un hospital privado, y me agarró, me metió en urgencias y yo le decía: “Siento que me voy”. Yo recuerdo muy vívido la parte de que sentía que me moría y me agarró una hipocondría. Yo siempre fui medio hipocondríaco, pero el trastorno de ansiedad por la salud fue acrecentándose. A lo largo de ese año yo sentía que todo era malo, que todo me estaba pasando. Tenía una pubalgia y creía que era cáncer de colon. Tenía un problema, creía que era ELA, tenía un dolor y creía que era demencia. Todo ese crecimiento fue una bola de nieve. Ahí te das cuenta que era mi cuerpo diciéndome basta. Yo termino la temporada y a los tres días tuve un ataque de pánico mayúsculo y termino en la clínica. Ahí es donde empieza el replanteo por ese trastorno de ansiedad generalizado que me torturó durante dos meses de una forma que no había sentido nunca. Realmente es autotortura lo que te genera. Es terrible.
Luis: — Tu ambición, aquel pibe insolente, te hizo forzar la máquina al límite. ¿Cómo equilibras hoy esa ambición con el cuidado de tu cuerpo y tu mente?
Gustavo: — Ese fue uno de los aprendizajes más grandes que tuve que hacer por la fuerza estos últimos dos años. Yo no puedo dejar de tener en cuenta que son 16 o 17 años de carrera al límite, siempre llevándome todo puesto por delante. Obviamente, cuando vos empezás a romper barreras, te vas cargando de moretones, de lesiones, de cosas tanto físicas como mentales. Son muchísimos años de mucha exigencia, en el “querer ser ese” me llevé puesto un montón de cosas. Hasta la probabilidad, te podría decir, porque era muy improbable que yo haya llegado donde llegué. La realidad es, sin caer en el autobombo, que yo estoy muy orgulloso de lo que logré y de lo que se logró. Pero todo eso tiene su costo. Y tengo que gestionar esta felicidad que me da hacer lo que hago, que me hace genuinamente feliz, con todo ese peso. Es esa mochila, todo ese bagaje que tengo encima, en pos de tratar de estirar mi carrera, porque a mí realmente me hace feliz. Si no me hiciera bien, ya está. Ya estuvo bien. De hecho, mi tío, que es mi médico de cabecera, me dice: “¿Hasta cuándo vas a jugar al tenis? Ya está. Es hora de que lo largues. Tu cuerpo no quiere más”. Pero bueno, yo mientras pueda y mientras haga eso de querer ser y buscar ser, del desarrollo, yo siento que me sigue aportando mucho a mi vida personal, independientemente de lo que me da profesionalmente. Mi herramienta de enseñanza más grande en mi vida ha sido el deporte, y más específicamente, el tenis.
Luis: —¿Qué te ayudó a salir de ese trastorno de ansiedad generalizada y llegar a estar como te vemos hoy?
Gustavo: — El entorno que tengo. En ese ataque de pánico, de hecho, mi mujer -Flor- le avisa a mi familia. Nosotros vivimos solos acá en Buenos Aires. Así que me agarraron y me llevaron para Río Tercero. Ahí empiezo a replantearme mi futuro para saber cómo sigo, porque la vida de tenista es una topadora,que no te da tiempo de nada. Yo tenía que estar preparándome para Australia, porque el veinti pico de diciembre me tenía que ir a Australia. Y esto fue el 7 de diciembre. Entonces, tomé la decisión de bajarme de todo e inmediatamente, estar con mis papás y mi mujer y que me cobijen como un nene, como el Gusti de un año y medio. Me quedé ahí, acolchadito, hasta que hubo fuerza para salir. Un montón de cosas pasaron en el medio. Me hice estudios médicos de todo tipo, y me resistí al psicólogo hasta último momento, me resistí a la psiquiatra. Y me ayudaron. Fue un proceso largo que todavía sigue porque es algo que va y viene, uno convive con esto.

Luis: —¿Qué te gustaría hacer cuando seas grande?
Gustavo: — Ya estoy grande (risas). No sé. Yo tengo mucho entusiasmo, sin ponerle una carga emocional innecesaria, a la incertidumbre, pero me gustaría formar una familia y disfrutar de eso. El destino dirá. Pero la idea va por ahí. Soy muy proactivo. Me cuesta estar quiero, pero estoy abierto a lo que depare el futuro, en lo que sea: trabajar en una gestión deportiva, como entrenador o como lo que sea, trabajar en streaming, en tele. Creo que el tiempo y el destino, dirán. También tengo una persona que viene haciendo mucho esfuerzo para que yo logre ser, que es mi mujer. Mi esencia se llevó puesto un montón de cosas, se llevó puesta también a mi mujer, que me tiene que acompañar en todo esto. Entonces, eventualmente, cuando yo termine con esta etapa de mi vida, habrá que tener una charla y consensuar, pero cediendo mucho más de mi parte.
Luis: — Hablale a un Gusti de poquitos años que dice: “No puedo porque me pasó lo que te pasó a vos”.
Gustavo: — Es difícil dar un mensaje que aplique para todos, porque todos tenemos entornos y realidades distintas. Pero yo siento que, tanto para una persona con discapacidad como para el entorno, que tengan expectativas porque si no le ponés expectativa, no vas a apoyar ese desarrollo personal y si no tenés ese desarrollo personal, ¿cómo vas a descubrir qué querés ser o qué querés hacer en tu vida? La discapacidad normalmente atenta contra tener expectativas. Una persona con discapacidad tranquilamente puede tener una vida normal, tenga la discapacidad que tenga. Después hay otras enfermedades y cosas que son una cagada y es lo que toca. Pero sí creo que desarrollarse como persona no está exento nadie. Entonces, a esa persona le digo que busque ser, que se va a encontrar si busca realmente ser, sin tener tanta contemplación de las cosas que le pasaron, sin duda va a poder encontrarse a sí mismo.
En Del otro lado buscamos testimonios que puedan marcar la diferencia: historias que inspiren y generen conciencia sobre temas poco visibilizados, como la salud mental, las adicciones, la discapacidad y las neurodivergencias. Si querés compartir tu experiencia personal, escribinos a delotrolado@infobae.com
0 Comentarios