El cuerpo de Vianney Hernández Mejía es un mapa. Sobre su piel se superponen tatuajes y cicatrices que registran los lugares, los nombres y las tragedias que la han atravesado. Su historia, la de una mujer nacida en 1972 en un pueblo del norte de El Salvador, que formó una familia en Guatemala, huyó a México para protegerse y hoy resiste en Estados Unidos, tiene puntos que duelen apenas se pronuncian: violencia doméstica, guerra civil, abuso infantil, migración forzada. Pero ninguno marcó tanto su vida como el 8 de marzo de 2017, el día que su hija Ashley Angely, de 16 años, murió asfixiada y quemada en un aula cerrada con llave en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, en las afueras de la Ciudad de Guatemala.




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