¿Arte degenerado?

¿Arte degenerado?

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Hace unos años, Nan Goldin me salvó. No la conozco, no creo que la conozca jamás, pero la fotógrafa más importante de la segunda mitad del siglo XX me sacó de un ánimo muy triste. Recuerdo perfectamente el momento y el lugar: estaba en una exposición dedicada a ella en el Museo Tamayo de Ciudad de México, y, tras ver varias fotografías, me metí en la sala donde se proyectaban sus famosas películas, en las que edita las imágenes con música, siguiendo un orden personal, que va cambiando dependiendo de la época. Se sucedieron rostros pálidos en baños, brazos y piernas delgados y jóvenes en posiciones diversas, sonrisas felices pintadas de carmín, cigarrillos, tutús rojos, ojeras, y todo aquello que constituye el universo de la autora. Sonaba la voz grave y triste de Marianne Faithfull y, de repente, como si se tratara de una pompa de jabón, mi tristeza se elevó, ligera, separada de mí, y desapareció. No hay otra manera de explicar, para mí, la trascendencia del arte. Que el lenguaje de algo que alguien ha creado te modifique, de la manera que sea, es una de las experiencias más importantes que te puede pasar como ser humano, creo.

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ElPais.com

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