'Blancanieves' es uno de los mejores remakes de Disney. Sabe modernizar el mito y dar personalidad a su protagonista, aunque acaba convirtiéndose en un triste festival de CGI

'Blancanieves' es uno de los mejores remakes de Disney. Sabe modernizar el mito y dar personalidad a su protagonista, aunque acaba convirtiéndose en un triste festival de CGI

Antes de empezar a hablar de 'Blancanieves', quiero dejar clara una cosa: los remakes en acción real, sin importar el producto final, me parecen la muestra definitiva de la muerte del cine y la decadencia de la imaginación. Tratar de sustituir películas como 'Aladdin', 'El rey león' o 'La bella y la bestia' por sus homólogos con actores que no aportan nada nuevo ni a la historia ni a cómo está contada es pura perfidia capitalista llevada a su extremo más absurdo.

Esta moda (que no solo es de Disney: ahí tenemos 'Cómo entrenar a tu dragón') es un sinsentido que solo se explica desde la perspectiva de los inversores, cuya necesidad de beneficios constante ha llenado la taquilla de franquicias, remakes, secuelas y re-imaginaciones de películas originales de hace años, cuando el público aún se atrevía a salir de su zona de confort. Ahora todo es confort audiovisual, un soniquete que se repite a sí mismo de manera constante, una morfina constante para dormir nuestros sentidos. Hasta el punto en el que algo como 'Blancanieves', que al menos se atreve a actualizar la historia original, se siente, incluso... refrescante.

Lo mismo, pero no igual

'Blancanieves y los siete enanitos' es un clásico imperecedero de Disney que hay que colocar sabiamente en su contexto histórico: la película es de 1937 y, 88 años después, la sociedad es muy distinta de lo que era entonces. Esa princesa pasiva que se dedicaba a huir, cantar, limpiar y dejarse besar por un príncipe encantador se nos hace bola hoy en día, y con razón. Incluso la mayoría de la gente reaccionaria torcería el morro al ver un retrato tan básico de los roles clásicos hoy en día. Y con esta máxima en mente, Marc Webb, tras ocho años fuera del cine, se ha dado cuenta de que tenía una labor prácticamente imposible entre manos: actualizar a Blancanieves.

Y es en esta puesta al día donde la película acierta de pleno. Blancanieves se convierte en una princesa no solo bondadosa, sino también luchadora, orgullosa y valiente, que se hace valer por sí misma sin depender de nadie. El personaje adquiere empaque y personalidad propia, ayudada por una historia ligeramente más compleja, repleta de nuevas canciones (tan agradables como fáciles de olvidar) y con una Rachel Zegler que no encapsula el espíritu del personaje, sino que hace algo aún más difícil: modelar su propia versión del mito, dos siglos después de que los Hermanos Grimm lo crearan.

No os voy a engañar: al entrar en la sala, esperaba encontrarme con una película deficiente al estilo de las versiones no animadas de 'Pinocho', 'Mufasa' o 'La dama y el vagabundo'. En su lugar, he encontrado una agradable revisitación de la cinta original que dista mucho de ser notable, pero sí se deja ver durante la mayor parte del metraje, siempre buscando una manera de sorprender al espectador, ya sea con la conversión del príncipe en un bandido al estilo Robin Hood, con la fantástica reina malvada de Gal Gadot (que se lo pasa pipa interpretándola) o con un espejo mágico que se muestra más temible y vengativo que nunca. Pero no todas estas novedades son apacibles. Por supuesto que no.

Snow

¡Ay! Jo

Aquí es donde entran los enanitos. Todos, sin importar el lugar político en el que te encuentres respecto a 'Blancanieves' (porque sí, viene con tanta polémica que hay que situarse en algún sitio antes de verla), sabemos que Disney tenía un grave problema a la hora de representar a los personajes. No solo por la "corrección política", sino, más importante aún, porque corrían el riesgo de hacer el ridículo. Y es lo que ha pasado: 'Ay Ho', en particular, es un clip que, descontextualizado, podría hundir la película en redes sociales: los enanitos están fatalmente diseñados, la canción se alarga hasta el infinito, trata de presentar a los personajes a la fuerza y, además, le da poderes mágicos en las manos que después no vuelven a utilizarse en la película.

La canción es un desastre solo al nivel de la decisión de mostrar así a los personajes: ante la imposibilidad de recrear en CGI las expresiones únicas del dibujo en dos dimensiones, la película adopta una posición media. Quiere que parezcan reales, pero que al mismo tiempo su "magia" les haga tener expresiones cercanas al cartoon. El resultado es terrorífico, y en la propia Disney se han dado cuenta, rebajando su tiempo en pantalla al mínimo posible y centrándose más en las desventuras de su protagonista tratando de recobrar el reino y enamorándose por el camino. No mostrar mucho a los enanitos es una decisión correcta en un mar de decisiones fallidas, que, de no haber tenido un guion tan sólido, habría llevado la cinta a pique.

Pero afrontémoslo. Tristemente, nada de lo que diga en esta crítica importa realmente: el debate va a ser el mismo, con la palabra "woke" como punta de lanza. En esta sociedad donde todo se mide por extremos, el debate ha bajado al mínimo posible y somos incapaces de ver más allá de nuestro propio ombligo. Ni siquiera importa que la película trate de innovar, actualizar o dar personalidad a lo que siempre fue un mero icono, ni que las canciones sean más o menos llamativas, pegadizas o armónicas, o el fantástico trabajo de su director (que, sobre todo en sus primeros compases, se marca unos cuantos planos de lo más creativo). Todo se va a reducir al color de la piel de Rachel Zegler, al de los aldeanos del reino o a que, en lugar de barrer, le de la escoba a los enanitos y limpie junto a ellos. Otra polémica ficticia y aburrida más que va a empañar cualquier opinión real sobre la cinta.

Y no es que haya precisamente pocas cosas sobre las que poner el foco en esta 'Blancanieves', desde su excesivo CGI (que acaba por ser frustrante y hasta agobiante) hasta unos fabulosos decorados que, por una vez, son tangibles y reales. Mucho me temo, eso sí, que después de tanta polémica y de tener el metraje guardado a cal y canto durante años, esta será la última vez que en Disney se atrevan a salirse de lo marcado por ellos mismos: es más fácil (y lucrativo) calcar con papel cebolla y no ofrecer nada nuevo al espectador, que, al fin y al cabo, solo va al cine para saciar su sed de nostalgia.

Ofrecer novedades a un público que solo quiere masticar una hamburguesa regurgitada, por muy buenas intenciones que tenga y mucha Greta Gerwig y Erin Cressida Wilson que estén metidas en el guion, puede tener consecuencias catastróficas en taquilla y en la imagen pública. Al menos, queda el consuelo de que esta 'Blancanieves' es muy consciente de lo que es y de lo que podría ser sin el férreo control de Disney, encontrando un punto medio entre los asépticos remakes a los que nos tienen acostumbrados. Toma riesgos, aunque no sean fáciles de ver entre nuestros prejuicios, pero no termina de llevarlos al extremo, quedando una mezcla agradable, actualizada y, al mismo tiempo, más insípida de lo que debería. Una manzana sin veneno, pero también carente de sabor.

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