Churchill y la guerra: el imperialista que nos salvó de los nazis

Churchill y la guerra: el imperialista que nos salvó de los nazis

De noche, Londres es un infierno de fuego, destrucción y muerte. Las bombas caen incesantemente y la población civil se esconde bajo tierra en las instalaciones del Tube -el metro de la capital inglesa-, o en refugios antiaéreos tratando de dormir en medio del ruido y el estrépito.

Entre el 10 de julio y el 31 de octubre de 1940, la blitz -“relámpago” en alemán- fue parte de la operación León Marino -Unternehmen seelöwe-, el plan del Tercer Reich liderado por Adolf Hitler para doblegar a los británicos en su propio territorio, arrojando 30 mil bombas sobre el corazón del imperio y otras ciudades, el prólogo de una invasión. Como saldo, más de un millón de viviendas fueron destruidas, sembrando la muerte de 43 mil personas en todo el país.

Adolf Hitler. Foto: Getty Images.

Con 65 años, Winston Churchill observa cada noche desde la azotea de sus oficinas como primer ministro, la destrucción de la ciudad. En las antípodas de Nerón, que gozaba de la debacle de Roma consumida por el fuego, el líder inglés reflexionaba en medio del caos cómo revertir una caída prácticamente segura.

La fría realidad era desoladora, el resto de Europa estaba doblegada frente a los nazis. Polonia había sido arrasada en tres semanas de guerra relámpago -la brutal blitzkrieg como pitazo inicial de la II Guerra Mundial en septiembre de 1939-; Francia ocupada con escasa resistencia de su ejército mecanizado y lo mismo los Países Bajos, entre otras naciones. Gran Bretaña era el último escollo para que la dictadura nacionalsocialista se impusiera en el Viejo Continente.

Churchill sentía que estaba solo. A pesar de haber conseguido ayuda en material bélico con Estados Unidos -nada gratis, todo arrendado-, sus intentos por involucrar militarmente a la nación norteamericana en el conflicto habían sido infructuosos dada su política aislacionista, en tanto la Unión Soviética recién había comprendido -y sufrido en carne propia-, que los acuerdos de no agresión con los nazis quedaban en nada con el ejército alemán -la wehrmacht- avanzando implacable rumbo a Moscú.

“La experiencia de permanecer en el techo noche tras noche bajo fuego sin otra protección que un casco de metal, se convirtió en habitual”, escribió el premier británico. “Sentía, con un espasmo de dolor mental, la sensación de tensión y sufrimiento que sufrían en todas partes de la capital más grande del mundo”.

Estas reflexiones de Winston Churchill, redactadas en sus memorias sobre la caída de Francia y la Batalla de Inglaterra tituladas The Second World War: their finest hour (1948), se escuchan de su propia boca en el flamante documental Churchill at war de Netflix, mediante el uso de inteligencia artificial.

En la introducción de la serie de cuatro capítulos bordeando una hora cada uno, se establece que Winston Churchill publicó más de 6 millones de palabras, superando la producción combinada de William Shakespeare y Charles Dickens, y otros cinco millones en discursos públicos. Con la aprobación del Churchill Estate, “esta serie mejora la voz con tecnología para presentar muchas de esas palabras por primera vez”.

“Intentaré contar la historia de cómo cayó sobre la humanidad -dice Churchill con IA- la peor tragedia de su tumultuosa historia”.

Luces y sombras

Dirigida por el realizador británico Malcolm Venville, con currículo en series similares sobre Abraham Lincon, Theodore Roosevelt y Ulysses S. Grant, y producida, entre otros, por Ron Howard (Apollo 13, El Código Da Vinci), Churchill y la guerra recurre a la colorización de imágenes de archivo, junto con dramatizar y recrear secuencias con Christian McKay en el rol del primer ministro, actor que encarnó a Orson Welles en el film Me and Orson Welles (2008).

Suma también la opinión de políticos de renombre mundial como el ex presidente de EE.UU. George W. Bush, que no parece particularmente instruido en la trayectoria de Churchill, pero conocedor de situaciones de crisis geopolítica extrema, y el ex primer ministro británico Boris Johnson, además del ex director de la CIA David Petraeus, y el historiador ganador del premio Pulitzer Jon Meacham, entre varias figuras.

Esta línea de expertos más bien laudatoria con Winston Churchill, se contrapone a especialistas femeninas como la escritora y periodista Afua Hirsch, autora de Brit(ish): on race, identity and belonging (2018) y Sarada Peri, redactora de discursos de Barack Obama, responsables de identificar las luces y sombras de su gestión.

Por ejemplo, Churchill no prestó asistencia alguna a Bengala, parte del imperio británico, cuando la región sufrió una hambruna devastadora, a pesar de que Canadá ofreció su apoyo. El primer ministro intercedió para que el país norteamericano miembro de la Commonwealth -la mancomunidad británica de naciones- desistiera del apoyo. ¿Los motivos? Para el líder era prioritario dirigir cualquier clase de víveres a los soldados.

“Churchill no causó la hambruna -explica Afua Hirsch- pero pudo evitarla con la decisión de redistribuir comida sobrante (...) La prioridad de Churchill debió ser preservar la soberanía e integridad de Gran Bretaña y su imperio”. “No hacerlo -asegura- costó unas tres millones de vidas en Bengala”.

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El documental también plantea que la relación entre el premier inglés y el presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt, si bien fue cercana y cordial en sus primeros tiempos, desde un inicio estuvo marcada por la resistencia y crítica del mandatario norteamericano a la fórmula imperial de Gran Bretaña que, a pesar de instancias como la Commonwealth, era un eufemismo para disfrazar el colonialismo, un mecanismo de explotación con débiles ropajes de autonomía.

En ese sentido, la investigación no solo aborda la trayectoria de Winston Churchill, sino también relata cómo la nación protagonista del mayor dominio comercial y militar de la historia entre los siglos XVIII y XIX, cedía su posición ante el advenimiento de superpotencias como EE.UU. y la Unión Soviética.

Jugar a la guerra

El primer capítulo arroja luces sobre sus orígenes en lo más alto de la escala social británica, la relación distante con su padre, y una temprana fascinación por la guerra como oficial de caballería en distintos conflictos de la corona, en el remate del siglo XIX.

En el campo de batalla, el joven Churchill ostentaba cierto afán exhibicionista montando un caballo blanco, además de concurrir al frente con un cargamento etílico más propio de una cantina. Como militar de carácter temerario, asegura el documental, fue responsable de varias muertes de enemigos en escenarios como la segunda guerra bóer en Sudáfrica.

A la par, se hizo ampliamente conocido -y aún más acaudalado- gracias a sus despachos periodísticos para diversos medios, sobre los conflictos armados en los que participaba. Sus crónicas bélicas lo convirtieron en un personaje pop en Inglaterra.

De vuelta a la vida civil desarrolló una intensa carrera política, donde un día podía militar en los conservadores y luego declararse liberal. En 1911 fue nombrado primer lord del almirantazgo, cargo de vital relevancia en el imperio británico liderando en aquel entonces la flota más poderosa del planeta, hasta ser depuesto en 1915 tras el desastre de Gallipoli, donde pagó el costo político de una operación mal coordinada que intentó controlar el paso de los Dardanelos, en pos de controlar Turquía. La muerte de un cuarto de millón de soldados aliados durante el intento de ofensiva, se convirtió en una sombra el resto de su vida, agitada frente a operaciones posteriores como el desembarco en Normandía.

En los siguientes episodios se aborda cronológicamente, a pesar de algunos raccontos, cómo Churchill se convirtió en un político estrella en los años 20 para caer en un relativo descrédito en la siguiente década. Si bien mantenía un escaño en el parlamento, sus opiniones eran descartadas bajo acusaciones de belicista, cada vez que mencionaba en el parlamento la amenaza del advenimiento del Tercer Reich, con Hitler a la cabeza. Mientras en la isla el dictador nazi despertaba simpatías en cierta élite por haber impuesto el orden y restituido el orgullo de los alemanes tras la derrota de la Primera Guerra Mundial, Churchill era el único que insistía pública y privadamente que el cabo y artista fallido devenido en demagogo, representaba una amenaza para la democracia y la libertad.

Iniciado el conflicto y luego de la caída del primer ministro Neville Chamberlain, que ingenuamente se había reunido con Hitler en varias ocasiones, buscando acuerdos que el dictador alemán desconocía de inmediato, Winston Churchill asumió como primer ministro en mayo de 1940, completamente convencido de que el liderazgo total era el camino para derrotar a la Alemania nazi.

El documental explica cómo las dotes comunicacionales del líder británico provenientes de su oficio periodístico (curiosamente, el dictador italiano Benito Musssolini también era periodista), fueron claves para convencer a la población inglesa de resistir el poder arrasador de la maquinaria bélica de Hitler, y luego transmitir al mundo entero la imagen de una solitaria y épica lucha de la isla, frente al colosal ataque de las fuerzas militares del nacionalsocialismo.

El mensaje estaba dirigido con guiños a la opinión pública y la clase política estadounidense, para que la superpotencia se uniera a los aliados, instalando la idea de que Inglaterra peleaba en notoria inferioridad. Sin embargo, a pesar del debilitamiento geopolítico y económico posterior a la Primera Guerra Mundial, el país aún poseía numerosas colonias repartidas en todo el orbe que no solo proporcionaban materias primas, sino vastos contingentes de pueblos obligados a pelear en nombre de la corona.

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Churchill no sólo elaboraba numerosos discursos, sino que se desplegó generosamente en zonas urbanas bombardeadas y en diversos escenarios bélicos, seguido siempre de cámaras y reporteros. Como si se tratara de una campaña de marketing, convirtió el saludo de la victoria en su rúbrica ante los medios y las multitudes.

Bullying

El famoso y monumental consumo etílico diario de Winston Churchill, que se iniciaba en el desayuno y continuaba durante todo el día -proclive al whisky y el champán, más un infaltable puro a toda hora-, también integraban su imagen. Según el documental, aquel hábito se prestó para gruesas bromas de Franklin Delano Roosvelt. En medio de duras reuniones y negociaciones tripartitas junto al dictador soviético Joseph Stalin, el mandatario estadounidense alineaba transitoriamente con líder de la URSS desestimando las propuestas del inglés, sugiriendo que estaba borracho. Hitler utilizaba el mismo término para referirse al premier.

Ese y otros alcances ofensivos en contra de Churchill eran emitidos por ambos jefes de estado, como una manera prosaica y explícita de establecer que después de dos siglos de imperialismo, Inglaterra ya no estaba en condiciones de imponer sus puntos de vista frente a las superpotencias. Churchill se quejaba estoico de haber dedicado años a pensar constantemente cómo mantener a gusto a Roosvelt.

REUTERS/Dylan Martinez

Conseguida la victoria aliada, Winston Churchill fue vitoreado por multitudes y a la vez castigado por el pueblo en las elecciones de 1945, hasta perder el poder. Tampoco le ayudó mucho, revela el documental de Netflix, que en una temprana manifestación de fake news, Churchill aseguró que de ganar los laboristas, una policía política similar a la Gestapo operaría en las sombras.

Experimentó un nuevo periodo de prédica en el desierto alertando los riesgos del avance del bloque soviético. El 5 de marzo de 1946 en una conferencia en Missouri, acuñó el concepto de “la cortina de hierro” para describir la división ideológica que se apoderaba del mundo. Una vez más sus pronósticos acertaron.

Fuente

LaTercera.com

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