Columna de Ascanio Cavallo: Felicitaciones
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Columna de Ascanio Cavallo: Felicitaciones
Merecen una de esas calurosas felicitaciones de fin de año, o acaso del fin de un ciclo, o del fin de una era, todos aquellos que, con tenacidad y durante años, lograron que el Instituto Nacional descendiera al lugar 304 entre los colegios que participan en la Prueba de Admisión a la Educación Superior, PAES. El Instituto Nacional resistió, peleó, a solas, sin ayuda de nadie, agónicamente, pero al final fue doblegado. Costó años, aunque no más de lo que cuesta derribar a cualquier monstruo centenario, cualquiera condenada bestia que haya nacido junto con la República. Felicitaciones a los vencedores.
Las felicitaciones tienen que ser personales (como esta columna, que también es personal), porque sólo los seres humanos pueden hundir a las instituciones, incluso lograr que dejen de serlo. En tiempos anteriores al 2015, cuando el Instituto Nacional bajaba del lugar 10 se producía una alarma general en todo el sistema educacional: algo andaba peligrosamente mal si titilaba “el primer foco de luz de la nación”; era más probable que lo malo fuese la Prueba. Felicitaciones a los que lograron que deje de importar.
Felicitaciones especiales merece el exministro Nicolás Eyzaguirre, que pasó por Educación con un andrajoso saco de teorías y logró convertir a muchas de ellas en políticas nacionales en la reforma de 2016, que, sin duda, pasará a la historia y debería ser objeto de placas conmemorativas. Por ejemplo, con la inolvidable promesa de “quitarles los patines” a los niños que iban muy rápido. Les quitó los patines a cientos de familias que escogían el Instituto Nacional como garantía para que sus hijos llegaran por primera vez a la universidad. Las dejó sin patines ni zapatos justo cuando el colegio se proletarizaba, cuando estaba cerca de perder la seña histórica del interclasismo y sólo resistía con la armadura de su densidad académica y el sacrificio de sus profesores.
Felicitaciones por cumplir también con la consigna de “emparejar la cancha”, aunque se saltaran el detalle de que un colegio al que se ingresa sólo en 7º y 8º básico no está para emparejar nada, porque la partida ya se ha jugado. Lo que Mario Waissbluth llama “el capital cultural de las familias” está exhausto a esas alturas: en 7º u 8º básico la única posibilidad para un colegio de excelencia es la selección. Felicitaciones por liquidarla. Después de todo, la misma palabra “excelencia” ya es odiosa, ¿no? ¿No llevan razón los profetas igualitaristas que dicen que en vez de tener unos pocos grandes colegios es mejor no tener ninguno?
Felicitaciones a las alcaldesas y al alcalde, a las concejalas y los concejales de la comuna de Santiago que contemplaron, con la prudencia de no hacer nada, cómo el autogobierno de la mayoría de los estudiantes -viejo sello del Instituto Nacional- era secuestrado por la minoría de los overoles blancos, artistas del situacionismo en las variantes de asaltos al Metro y bombas molotov. Bastaron unos pocos años de desatención para que unos también pocos alumnos filoanarquistas -otra tradición institutana- se hicieran de facultades jamás alcanzadas por sus antecesores.
Felicitaciones a las autoridades del Colegio de Profesores de los años de la pandemia, que no querían volver a clases, con lo que contribuyeron a que estos estudiantes, más vulnerables en sus casas que en su colegio, se siguieran quedando atrás para alcanzar por fin esa codiciada posición 304. Nunca antes los profesores fueron dirigidos para ser menos valerosos que sus estudiantes.
El Instituto Nacional (como algunos otros pocos colegios públicos, los odiosamente llamados “emblemáticos”) preparaba a sus alumnos no tanto para obtener buenos puntajes en las pruebas de ingreso, sino, sobre todo, para sobrevivir el primer año de universidad, el año decisivo para obtener becas y premios de rendimiento que les asegurasen su permanencia. Con los resultados actuales, difícilmente entrarán a las mejores carreras de las mejores universidades, y más difícilmente superarán ese primer año cuesta arriba. Felicitaciones a los que diseñaron estos minuciosos fracasos.
No se puede dejar de lado en las felicitaciones al gobierno actual, aun de manera menos directa, porque ha sido fiel a su promesa -”gobernar es condonar”-, ha puesto todas las fichas en las deudas de su generación y ha dejado a la educación básica y media a su suerte, además de entregar recursos que hasta un economista tuerto pondera insuficientes para la educación pública. Habrá sido difícil lograr que el presupuesto extraordinario de educación se haya ido en masa a los universitarios ya largamente egresados, muchos de ellos sin éxito, frustrados, enojados y sin dinero. Gracias a eso se ha logrado un meritorio récord: un solo colegio público y un solo subvencionado entre los cien primeros. Todos los demás son particulares pagados. Felicitaciones: será la primera vez que un país paga más por sus desilusiones que por sus esperanzas.
Albricias, congratulaciones, parabienes y gracias para esas personas sagaces que se dieron cuenta de que humillar al Instituto Nacional era el paso indispensable para domesticar a la educación pública, quitarle esperanzas, reducirla a ese mínimo donde es igualitaria sólo en su incapacidad para chistar por las miserias de sus presupuestos.
Felicitaciones, pero con mucho cuidado: a veces las bestias viejas también despiertan.
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