Columna de Ascanio Cavallo: La pesadilla previsional
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Columna de Ascanio Cavallo: La pesadilla previsional
La discusión sobre la reforma previsional se ha convertido en la pesadilla recurrente del gobierno y, ahora último, también de la oposición, y ambos se preguntan cada mañana si tendrán en el Congreso los votos necesarios para aprobar aquello que concuerden. Lo poco que concuerden, para ser precisos. Ambos sectores, eso sí, están ya muy lejos de sus puntos de vista iniciales. Ni el gobierno pretende que introducirá un cambio “estructural” en el sistema previsional, ni la oposición cree que podrá sostener a las AFP intocadas e igual como han sido en más de 40 años de funcionamiento.
A un sector nada desdeñable de partidarios del gobierno, una reforma mínima le parece un embuste, una farsa que no termina con el sistema. A un sector nada desdeñable de partidarios de la oposición, cualquier reforma que toque algún aspecto sistémico le parece una concesión y un acto de entreguismo. Acusados: la izquierdita cobarde y la derechita cobarde, respectivamente.
Gobierno y oposición saben ahora -después de las municipales- cuánto representan los grupos más reacios a los acuerdos sobre mínimos. Saben que no son mayoritarios, incluso que pueden estar en retroceso, pero esos mismos grupos dirán, sin necesidad de probarlo, que han sido justamente las vacilaciones y las medias tintas las que les infirieron tales resultados. Después de esas elecciones, es más claro que, por ponerle símbolos, ni Daniel Jadue ni José Antonio Kast pueden aspirar mínimamente a encabezar un nuevo gobierno. ¿Es eso culpa del debate previsional?
En su estado actual, el debate merece algunas clarificaciones. La promesa de que por el solo acuerdo las pensiones subirán es insostenible, y parece increíble que nadie recuerde que esa fue exactamente la promesa hecha hace 40 años, cuando se creó el sistema de las AFP. También es increíble que nadie recuerde cómo era el sistema de reparto anterior a 1980, con sus pensiones de máxima desigualdad y su rumbo de catástrofe fiscal.
Estas memorias deberían servir no para apoyar una posición u otra, sino para confirmar que 1) el régimen previsional es una de las cosas más complejas del mundo; 2) ninguna promesa en esta materia se sostiene indemne, todas mutan en el tiempo, y 3) toda promesa viene a ser confirmada o refutada recién unos 40 años más tarde.
El gobierno está convencido de que atacando a las AFP consigue más popularidad para su proyecto, como muestra el esmero con que la ministra Jeanette Jara les dedica algunos insultos cada semana. Esto es dudoso; parece más probable que las AFP sufran de la misma desconfianza que todas las instituciones. Pero algunos de sus voceros -parlamentarios, sobre todo- suelen poner tanto énfasis en los montos que se acumulan en el sistema, que terminan por alimentar la sospecha de que una parte de la izquierda quiere controlar una enorme fuente de recursos, más que mejorar el sistema previsional. Ante sus propios partidarios -del PC, del Frente Amplio y ahora hasta del PS- la ministra Jara debe argumentar que este es sólo un primer paso y que se habrá conseguido poner una ganzúa en la cerradura del sistema
La oposición funda buena parte de su rémora ante la reforma en estos mismos dichos y en la memoria de una industria que en los 90 formó parte de sus fuerzas fácticas, aunque hace ya tiempo que una mayoría de las AFP forma parte de conglomerados internacionales. Con todo, su mayor fuerza de resistencia viene de un momento paradójico: la moción parlamentaria, inconstitucional entonces, de retirar sucesivos 10% de los ahorros frente a la emergencia del Covid-19, que confirmó que el dinero estaba allí, no había sido escamoteado ni saqueado por las AFP. Salvo alguna rara excepción, todos los parlamentarios que hoy participan de la coalición de gobierno votaron en favor de esos retiros, momento en el cual también se supo que entendían muy poco sobre efectos inflacionarios. Muchos de ellos votaron sólo convencidos de que dañaban al gobierno de Piñera. La oposición utiliza el mismo caso para mostrarles a sus “duros” que el sistema es frágil y que será mejor dejar al gobierno con la ilusión de un cambio.
Gobierno y oposición están atrapados en consignas, como en el preludio de una campaña electoral. Cada cual se ocupa, además, de escamotear información que no conviene a sus propósitos. La discusión se lleva enteramente a espaldas de la ciudadanía o abierta de una manera tal que es casi imposible interpretarla.
Sería útil despejar algunas cosas antes de o junto con suscribir un acuerdo: 1) no habrá alza en las pensiones, excepto si se aprueba un mecanismo como el “préstamo” obligado de los cotizantes al Estado, que es un modo de chutear el problema para el futuro, para nuevos gobernantes y nuevos ministros; 2) en un sistema de capitalización individual no es posible introducir solidaridad de manera significativa (como ha hecho ver Carlos Ominami); 3) el regulador debe empujar a la industria a mejorar su competitividad; 4) la compensación para las mujeres (el bono dulce de la reforma) dudosamente será eficaz a través de un mecanismo problemático (el Seguro de Invalidez y Sobrevivencia); 5) cualquier reforma futura tendrá que incorporar el problema, ahora eludido, de la edad de jubilación, y 6) ojo con las cifras que circulan: no todas son correctas, no todas son desinteresadas, no todas son útiles.
Hay quienes piensan que es mejor un acuerdo modesto que un pleito eterno. Otros estiman que es mejor que el gobierno actual logre una reforma y despeje el problema para los siguientes. Y también están los que creen que un acuerdo, por pequeño que sea, podría dar la señal para el cese de hostilidades en el país. Cuestiones de fe, no de política, y menos de previsión.
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