Columna de Cristóbal Osorio: Tres hábitos del progresismo para mandar todo al congelador
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Columna de Cristóbal Osorio: Tres hábitos del progresismo para mandar todo al congelador
Como es natural, después de las elecciones los políticos se sacan cuentas alegres, de cara al público, con el objetivo de mantener la moral alta para las próximas batallas electorales. Por otro lado, de cara a la interna, las cuentas reales no deben ser coherentes con el discurso oficial de jolgorio, debiendo primar los más descarnados análisis si el propósito es entender dónde quedaron después del vendaval y cuáles son los desafíos para mejorar la performance.
A mi juicio, esto último no está pasando en el progresismo, pues veo que empiezan a cristalizarse tres hábitos mentales que no permiten enhebrar un diagnóstico certero del momento histórico político de la izquierda.
El primer hábito mental es el del anclaje en ideologismos y simbolismos que alguna vez sirvieron para conquistar posiciones, las que -con persistencia y paciencia- volverían por sus fueros. Actitud que llevó a negar el fracaso del proyecto refundacional de la primera propuesta constitucional, aludiendo que era una propuesta de futuro que se perdió por el poder de las fake news.
El problema de redundar en los símbolos es que, si estos no son concretados o gestionados, se transforman en báculos que utiliza la oposición ante la opinión pública para mostrar el vacío que existe. El Caso Monsalve es el claro ejemplo de vivir pontificando, pero a la hora de tomar cartas en el asunto, todos miran al techo.
Otro hábito mental complejo es el que ha adoptado Giorgio Jackson, quien dijo que la derrota del progresismo en la reciente municipal no era tal y que mostraba una próxima elección presidencial abierta.
Más allá del evidente truco retórico de tomar con pinzas aquellos números que muestran fortaleza y omitir elementos de análisis relevantes, como el impacto que su sector creía que tendría el Caso Audios en contra de la derecha, este uso de una calculadora (adulterada) para creer y hacer creer que se puede ganar la próxima presidencial, menoscaba la reflexión indispensable que hay que hacer respecto de para qué ganar y qué ofrecer.
De este modo, me parece sintomático este intercambio en The Clinic: “¿Y en Ñuñoa qué pudo haber faltado en la gestión? Teniendo en consideración que había ganado el Apruebo”, le preguntan a Jackson. Y responde; “La verdad no sé y me imagino que en las próximas semanas la gente que trabajó ahí va a tener una respuesta”.
El tercer hábito mental es el de Tomás Vodanovic, quien luego de su apabullante victoria en Maipú ha dicho que las claves políticas están en la gestión y la capacidad de esta de cambiar la vida a la gente. Algo que -a mi juicio- muestra cierta madurez o superación de los voluntarismos ideológicos. Pero que -de todos modos- se queda en una especie de “cosismo” muy propio de los alcaldes, que lleva a sobrevalorar el día a día (y al matinal).
Algo preocupante, si se considera que el alcalde sugiere que el gobierno actual, de su generación, fue un pasaje de aprendizaje que se convirtió en experiencia y acervo para el futuro, como si el país estuviera para los experimentos de sus elites.
Tres hábitos mentales que llevan finalmente a Gabriel Boric a mantener su gabinete y “trabajar en los compromisos”, dando por hecho que existe una hoja de ruta clara y que gozan de la paciencia y la condescendencia de los electores con sus procesos de aprendizaje, los que esperan que el tiempo -sí, el tiempo- los ponga en valor.
Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional, U. de Chile.
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