Columna de Daniel Matamala: El año de Capitán Yáber

Columna de Daniel Matamala: El año de Capitán Yáber

2019 fue el año del estallido. 2020, de la pandemia. 2021 estuvo marcado por el entusiasmo constituyente; 2022, por su decepción, y 2023, por la coda del segundo fracaso.

Cerrada esa etapa, con sus desmesuras y fiascos, ¿qué vendría para 2024?

La respuesta llegó desde fuera del sistema político.

En 2024 el pulso de la política no se marcó en La Moneda, ni en el Congreso, sino en el anexo cárcel Capitán Yáber.

Hace una década, este penal se hizo famoso como sede de la breve prisión preventiva de los dueños de Penta, Carlos Délano y Carlos Lavín, y de su asalariado exsubsecretario Pablo Wagner. También pasó por ahí el primer senador condenado a cárcel efectiva por corrupción, Jaime Orpis, y protagonistas de escándalos económicos como el expresidente de La Polar, Pablo Alcalde, o Rafael Garay.

Pero 2024 fue su momento de gloria. Este año recibió al exalcalde y excandidato presidencial comunista, Daniel Jadue. Al hermano e hijo de expresidentes DC, Francisco Frei. Al todopoderoso penalista Luis Hermosilla. Al exsubsecretario PS Manuel Monsalve. Al exalcalde RN Raúl Torrealba. Al exjuez Juan Poblete. Además de los exsocios Daniel y Ariel Sauer y Rodrigo Topelberg, protagonistas del escándalo Factop. Y a Francisco Coeymans, exgerente general de Primus Capital.

Un who is who del poder chileno que ya se lo quisiera el Club de Polo, el Club de la Unión o alguna empingorotada sesión de directorio de Sanhattan. (Son espacios, por lo demás, intercambiables. A Torrealba, ahora con arresto domiciliario nocturno, se le ve en el Club de Polo, celebrando su cumpleaños junto al presidente del club y director de la Corporación Cultural de la misma comuna desfalcada).

Es un microcosmos de nuestra élite. No importan los cuchillazos por la espalda ni los abismos ideológicos, en Capitán Yáber se convive en armonía. Al final, todos hablan el lenguaje del poder. Y son hombres, por supuesto. Como pasó por tanto tiempo con esos clubes y directorios, la cárcel VIP es un Club de Toby.

Porque, ¿si las mujeres no son parte de la élite, para qué tener un penal de élite para ellas? De modo que la abogada Leonarda Villalobos y la exalcaldesa Kathy Barriga se van a la cárcel común nomás, con el resto de los mortales.

Entre juegos de cartas y sesiones de “cine en su casa” (bueno, “en su celda”), se arman amistades estrechas, como la de Jadue y los hermanos Sauer, y se consolidan liderazgos sociales, como el de Luis Hermosilla, el más parlanchín de los reos.

Las crónicas sobre la cotidianidad de la cárcel son infinitamente más sabrosas que aquellas sobre los pasillos del Congreso o La Moneda.

¿A quién le importa qué orejero escucha el Presidente, o qué políticos controlan las comisiones del Senado, cuando podemos leer sobre el club de carioca de Monsalve y Topelberg, o la recepción (“Bienvenido a Yáber, don Satanás”) a Hermosilla?

Estas historias, con sus atractivos y miserias, enmascaran un profundo vacío político.

En Chile caducó la idea de que cambios relevantes eran posibles por medio del proceso político. Esa esperanza marcó a la izquierda, a través de la Convención y la elección del presidente Boric, pero la derecha no fue inmune a ella: el Consejo Constitucional republicano de 2023 experimentó un espejismo similar.

Esa ilusión se diluyó de una manera tan abrupta, que dejó a la política sin herramientas: nuestros políticos son incapaces de hacer su trabajo.

2024 no dejó nada en el “arte de gobernar”. Un gobierno prematuramente deprimido contribuyó a ello; ya es imposible saber en qué cree aún el oficialismo que prometía cambiar a Chile. No es solo que se hayan dado cuenta de lo difícil del camino (eso sería madurez). Es más bien que ya no parecen convencidos de la meta (y eso se llama renuncia).

La oposición muestra similar parálisis, tironeada entre institucionales y radicales, que, pese a la evidencia de su fracaso, siguen pegados en la estrategia del “todo o nada”.

Ante la irrelevancia de la política, Capitan Yáber copa ese escenario vacío. Los ciudadanos se resignan: ya no podremos cambiar las cosas, pero al menos tendremos la revancha de ver a algunos poderosos pagar por los platos rotos.

En el Balance 2024 de Descifra, dos casos criminales (Hermosilla y Monsalve) suman el 73% de las menciones como el mayor escándalo político del año. Les siguen dos derivadas de Hermosilla (Cubillos y las acusaciones a supremos), y otras dos causas criminales: Convenios y Barriga.

Estos sucesos dominaron el año político. En las elecciones municipales, los personajes más buscados por las cámaras no eran los candidatos, sino Chadwick y Monsalve.

Todas las especulaciones se centraban en cómo el calendario de audiencias, formalizaciones y arrestos le convenía o no al oficialismo y a la oposición. Un puñado de fiscales, abogados y jueces de garantía tenían más poder sobre el curso de la campaña que todos los candidatos y estrategas electorales.

Si ganaba la oposición, se entendía que el caso Monsalve había golpeado duro a La Moneda. Si respiraba el oficialismo, era gracias al daño causado por Hermosilla a la derecha. Poco y nada se habló de proyectos o de gestión municipal, ni siquiera de los grandes temas nacionales que habían dominado los años previos.

El oficio político mutó al de comentarista de procesos judiciales. Hacerse parte en las causas, tener acceso a sus expedientes, asistir a audiencias, tomar bando por acusadores o acusados en los juicios, fue la manera de ser relevante en 2024.

Es sintomático que un abogado sin carrera política, Luis Cordero, haya terminado el año como vocero de facto de La Moneda, marcando la agenda con sus comentarios sobre estrategias judiciales.

Pueden verse aristas positivas en este fenómeno. Hasta hace una década, los delitos de la élite política y económica solían terminar con la justicia maniatada, como en Penta-SQM, o inhabilitada, como en las colusiones de las farmacias, los pollos o el papel. Hasta ahora, ni el escándalo de Monsalve ni el de Hermosilla han podido ser acallados.

En cambio, los ritos de la justicia se despliegan en toda su majestad. Tribunal de alzada, recurso de amparo, medida cautelar más gravosa, audiencia de garantías… el argot legal ahora es lengua franca para cualquiera que quiera seguir las noticias políticas.

El debate judicial se vuelve partidista. Cuando cae uno de los amigos, es que el diablo del lawfare ha metido la cola. Cuando cae uno del frente, es la justicia, ciega e imparcial, la que actúa. Dependiendo de a quien les toque perseguir, los fiscales son héroes o villanos.

Por eso, el personaje más poderoso en este 2024 fue el fiscal Xavier Armendáriz. Acusado de defender los intereses neoliberales por perseguir a Jadue, y al mismo tiempo de promover el octubrismo por encausar a carabineros, Armendáriz terminó el año como árbitro absoluto de los tiempos de la política, que aletea en torno a los arrestos, interrogatorios y formalizaciones que dispone el fiscal de hierro.

Poco y nada, sin embargo, hacen los locuaces políticos en la que sí es su pega: gobernar y legislar. Toda la cascada de revelaciones del caso Hermosilla no movió un ápice del sistema de designaciones judiciales. En cambio, el Congreso aprovechó la ocasión para ejercer una vendetta política contra un supremo incómodo, el juez Muñoz. Y seguimos tan campantes.

Tampoco la seguidilla de casos de corrupción en los municipios (Torrealba, Barriga, Jadue, y muchísimos otros menos glamorosos a lo largo del país) ha motivado cambios que prevengan el robo de las arcas comunales.

El caso Convenios es otro ejemplo. Cuando estalló, centrado en el Frente Amplio, la oposición se regocijó. Pero pronto quedó claro que quienes habían metido las manos eran de distintos colores políticos. El entusiasmo fiscalizador se apagó, y las anunciadas reformas se guardaron en el cajón.

Un año y medio después, el balance cuenta a dos diputados en el banquillo de los acusados: el exrepublicano Mauricio Ojeda, quien será formalizado la próxima semana, y la exfrenteamplista Catalina Pérez, a la espera de su desafuero.

Para los que gustan llevar estas cuentas: empate a uno. Para los que les interesa combatir la corrupción: dos menos.

Ojeda y Pérez no están (¿aún?) en Capitán Yáber. Se perderán el abrazo de Año Nuevo entre los dos protagonistas del año: Manuel Monsalve y Luis Hermosilla despedirán este 2024 bajo el mismo techo. Acusados y encarcelados, pero marcando, con sus miserias, el pulso del año que se va.

Juntos en Capitán Yáber. La cárcel que se convirtió en el centro de gravitación de la política chilena.

Fuente

LaTercera.com

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