Columna de Daniel Matamala: La derecha valiente
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Columna de Daniel Matamala: La derecha valiente
La derecha enfrenta un dilema existencial.
En el debate sobre la reforma previsional, el presidente de la UDI, Guillermo Ramírez, se abrió a un acuerdo en que 0,5 puntos de cotización se destinen a igualar las pensiones de hombres y mujeres.
Entonces se desató la artillería. El sempiterno candidato presidencial José Antonio Kast acusó a Chile Vamos de “ceder y entregarle a la izquierda los ahorros de nuestras pensiones”.
La derrotada candidata Marcela Cubillos volvió al ruedo para atacar a Ramírez. El diputado Cristián Labbé lo acusó de “ceder a la reforma comunista”.
Desde Argentina, José Luis Daza, excandidato a ministro de Hacienda de Kast, ahora reconvertido en viceministro de Economía de Milei, tuiteó: “Vergüenza políticos chilenos “de derecha” rindiéndose a la ideología progre”. “Chile está jodido con esta “derecha””. (¿Se imaginan el escándalo si un ministro del gobierno chileno se refiriera en esos términos a autoridades argentinas?).
La capotera tuvo efecto inmediato. Ramírez se retractó y la UDI publicó un compungido mea culpa.
Se repetía así el esquema de las relaciones entre derecha tradicional y derecha radical. Cuando la primera pretende llegar a acuerdos, la segunda la acusa de ser la “derechita cobarde”: de rendirse ante el socialismo, los woke, o cual sea la palabra de moda. Asustados, los acusados reculan.
Así ocurrió en el segundo proceso constitucional. Los republicanos elaboraron un proyecto extremo, con todo tipo de guiños a grupos radicales. La “derechita cobarde” no se atrevió a contradecirlos. La ciudadanía rechazó el texto y la derecha perdió su oportunidad histórica para cerrar, en un clima favorable a sus ideas, el debate constitucional.
Aquí se repite algo similar. El gobierno de Piñera propuso una reforma 3-3: un 3% de cotización adicional iría a las cuentas de AFP, y el 3%, a solidaridad. En un error de proporciones, la izquierda lo rechazó: exigían un mayor porcentaje para solidaridad. No hubo acuerdo.
Ahora la derecha está en posición favorable para una reforma en que la mayoría de la cotización vaya a las cuentas de AFP. Pero un pacto en que 15,5% de los fondos vayan a las AFP, y un 0,5% compense las menores pensiones de mujeres sería, según escuchamos esta semana, “comunista” y “progre”.
Eso es ridículo. Aun con una reforma como esa, Chile seguiría en el extremo de los sistemas más privatizados del mundo. La mayoría de los países desarrollados tienen esquemas de reparto, o mixtos, en que la solidaridad suele ser la parte más relevante.
Pero lo interesante es que esta vez hubo una reacción. Parte de la “derechita cobarde” decidió, con valentía, contraatacar.
Exministros como Ignacio Briones, Harald Beyer y Juan Carlos Jobet llamaron a lograr “soluciones razonables”. “La política del todo o nada, usualmente lleva a nada”, dijo Briones.
También las representantes de Chile Vamos en la mesa técnica de pensiones levantaron la voz. Las economistas Soledad Hormazábal, Cecilia Cifuentes y María José Zaldívar advirtieron que “es factible lograr un buen acuerdo, con fundamentos técnicos serios”, y que “la preferencia absoluta de un grupo por una distribución 6-0 de la cotización conduce en la práctica a un 0-0, que es el peor de los mundos”.
Se sumaron a ese coro personas del corazón de la derecha más tradicional, como Claudio Alvarado, Lucía Santa Cruz, la jefa de bancada de RN Ximena Ossandón y el senador UDI Iván Moreira, quien acusó que “la ultraderecha está confundiendo a la ciudadanía porque no quiere reforma”.
La Sofofa se unió a quienes piden un acuerdo, y el presidente de RN, Rodrigo Galilea, advirtió que “vamos a mantener nuestra vocación de partido serio, moderado, que busca tender puentes y hacer buenas políticas públicas”.
He ahí el meollo del asunto. Mientras para los chilenos lo relevante es una reforma que permita mejorar las pensiones, los republicanos juegan otro juego: dinamitar los consensos, paralizar el sistema político, aumentar el descrédito de la democracia y, a río revuelto, cosechar esa rabia ciudadana.
A su vez, ellos temen que cualquier flexibilidad sea aprovechada por una derecha aun más ultra, representada por el nuevo Partido Nacional Libertario, que se declara “reaccionario”, “más duro” y “más radical” que Kast.
Pero los chilenos están lejos de esa espiral de radicalización al infinito. La estrategia del “que se jodan” perdió el plebiscito constitucional, y los candidatos de la confrontación fueron derrotados en las elecciones municipales y regionales, logrando récords de incompetencia electoral, como perder en Las Condes siendo candidata única de Chile Vamos y republicanos (Cubillos), o ser barrido en Viña del Mar pese a que la derecha ganó mayoría en concejales (Poduje). Lo mismo pasó en la Gobernación de Santiago (Orrego). Mientras, la derecha dialogante obtenía claros triunfos en Las Condes, Independencia, La Florida o Providencia.
Chile Vamos ganó seis gobernadores y republicanos, ninguno. En alcaldes, la “derechita cobarde” eligió 122 alcaldes, y la “derecha de convicciones”, ocho. Entonces, ¿qué sector interpreta mejor a los chilenos?
El presidente de los republicanos, Arturo Squella, dice que en Chile Vamos “sus convicciones son débiles” o “francamente son de izquierda”. “Estamos ante una derecha que tiene miedo, que es cobarde”, fustiga Kast.
Una carta de los diputados Diego Schalper (RN), Juan Antonio Coloma (UDI) y Francisco Undurraga (Evópoli) les contesta: “Lo valiente”, dicen, “es tener la audacia para ir al encuentro de los distintos y construir soluciones coherentes a los principios, rigurosas técnicamente y capaces de concitar voluntades mayoritarias”.
Democracia, diálogo, acuerdos: es lo que los chilenos premiaron en las últimas elecciones. El otro camino es rendirse al chantaje y resignarse a ser vagón de cola de algún caudillo extremista; así terminó la derecha democrática en otros países.
Un camino permite mejorar las pensiones, aliviar la vida de millones de jubilados, hacer justicia con las mujeres que dedicaron su vida al cuidado de su familia y, de paso, demostrar que la democracia sí puede dar soluciones a urgencias sociales.
El otro camino usa a los jubilados como carne de cañón, atiza la rabia contra la democracia y pavimenta el paso a una respuesta autocrática.
¿Será valiente la derecha para elegir el camino correcto?
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