Columna de Daniel Matamala: Un gigantesco engaño

Columna de Daniel Matamala: Un gigantesco engaño

“Cuando se le dice a la gente que se va a jubilar con una pensión equivalente al 70 por ciento más o menos de su sueldo en actividad y no se le cumple (…) cuando el sueño de una vejez digna se convierte en pesadilla, la previsión social se convierte en un gigantesco engaño”.

El autor de esa frase es el padre de las AFP, José Piñera, en su libro “El cascabel al gato: la batalla por la reforma previsional”. Lo lanzó en 1991, presentado por el presidente de la Asociación de AFP, y por el escritor David Gallagher, quien lo felicitó por su “gran obra”, “cuyos frutos solo se confirmarán después de años, aunque sea difícil creerlo”.

En ese texto, Piñera se felicita a sí mismo por haber sido capaz de “ponerle el cascabel al gato”, al acabar el ineficiente y engorroso régimen de cajas previsionales. Es a ese sistema antiguo al que se refiere como “un gigantesco engaño”.

El padre de las AFP advertía que “el nuevo sistema debía cuidarse mucho de sembrar, en la forma en que lo hizo el antiguo sistema, falsas expectativas. Nada de promesas imprudentes, nada de ilusiones en el aire”.

Pero luego afirmaba que “si todo iba razonablemente bien, nuestros cálculos indicaban que ahorrando mensualmente un 10% de la remuneración, las pensiones podrían alcanzar a montos equivalentes al 70% de ella”.

Ese mismo 70% que era un “gigantesco engaño” del sistema antiguo.

En 2015, la Comisión Bravo constató que todo no había salido razonablemente bien, sino terriblemente mal: la mitad de los pensionados entre 2025 y 2035 tendrían ahorros apenas para una tasa de reemplazo igual o inferior al 15% en sus cuentas de AFP.

Entonces, Piñera se defendió con la teoría del Mercedes Benz. “El sistema de pensiones es un Mercedes Benz, es un auto extraordinario, bien hecho, sofisticado”. ¿Por qué entrega pensiones paupérrimas, entonces? “Los Mercedes Benz necesitan bencina para manejar, para funcionar. Obviamente que si una persona no ha ahorrado tiene una pensión baja”.

Claro, el cálculo del 70% se hacía sobre un país de ficción, en que no hay lagunas, desempleo, informalidad laboral, ni mujeres dedicadas a trabajo no remunerado. El Mercedes tendría ese rendimiento en una autopista alemana, no en el camino repleto de hoyos y lomos de toro que es nuestro mercado laboral.

Un detalle: fue el mismo Piñera quien diseñó ese mercado laboral, en su reforma paralela a la invención de las AFP.

Otro detalle: fue también Piñera quien decidió racionar el combustible en el estanque de su Mercedes, al bajar la cotización a apenas un 10% del sueldo, contra el 20% o 25% que solía imponerse en las antiguas cajas. ¿Por qué? Porque eso permitía empujar a los trabajadores al sistema de AFP, con la promesa de un aumento inmediato de sus sueldos.

Así lo hizo el 6 de noviembre de 1980, al anunciar por cadena nacional la reforma. Ejemplificando la situación de los empleados particulares, anunció que “si el trabajador opta por el nuevo sistema tendrá, sólo como consecuencia de su traslado, un alza real en su remuneración neta de 12 por ciento”.

Pan para hoy, con aumento de sueldo. Y prosperidad para mañana, con buenas jubilaciones. ¿De quién fue el “gigantesco engaño”?

Es que las pensiones de las AFP eran un problema, literalmente, para el próximo siglo. La urgencia era otra: privatizar la economía.

Para ello, dice Piñera, las AFP debían ser “empresas con dueño”, descartando “autorizar a cooperativas” o “a entes jurídicos nuevos, constituidos por los propios cotizantes”.

La reforma “significó una disminución gigantesca del poder político del Estado sobre la economía (...) y el espectacular desarrollo del mercado de capitales en Chile”.

Y ese nuevo mercado de capitales, cuenta Piñera, “creó un enorme poder comprador que contribuyó a la privatización de las empresas mal llamadas “estratégicas” (la energía, los teléfonos, la comunicación de larga distancia, etc.). En una deliberada secuencia virtuosa, primero se crearon los fondos de pensiones y después ellos fueron importantes compradores de las acciones de estas empresas cuando se licitaron”.

“La libreta individual ha pulverizado el gatillo de la lucha de clases como arma política”, concluía Piñera.

Así, la reforma cambió para siempre el eje del poder en Chile, desde el Estado a los grupos empresariales. Y creó un mercado de capitales que permitió la explosión del crédito, incluido el hipotecario a largo plazo.

El daño colateral de esta “deliberada secuencia virtuosa” serían las jubilaciones de millones de trabajadores chilenos.

Hoy, 44 años después, las AFP condicionan el debate político mediante millonarias campañas de propaganda. Si usted quiere leer esta columna en la web, u otra noticia relativa al tema, es probable que deba pasar antes por un aviso contra las propuestas de reforma.

Correctamente, las AFP destacan que la mayoría de los chilenos prefiere destinar la cotización adicional a cuentas individuales. Lo que no dicen es que el actual sistema, en que ellas son la única alternativa, recibe amplio rechazo ciudadano.

Según Criteria, el 88% estaría de acuerdo con poder elegir entre una AFP privada o un ente estatal. Apenas el 13% prefiere el sistema actual de AFP. El 26% quiere un organismo estatal, y el 61%, poder elegir entre ambos.

“Yo quiero elegir” es el lema de las AFP. Pero defienden un sistema que nos obliga a entregarles a ellas, y a nadie más que a ellas, nuestros ahorros. Y encima de ello, comisiones obligatorias de hasta 1,45% de nuestros sueldos. Ni un peso de esa comisión va a pensiones. Es plata para la AFP: para sus gastos de administración, fuerza de ventas, retiro de utilidades de sus dueños… y para propaganda, “centros de estudios”, lobby, financiamiento de campañas, y encuestas a la medida.

“Las AFP en Chile son pocas y son caras”, denunció hace ya ocho años el exministro de Hacienda Andrés Velasco. Por eso propuso dividir el sistema en dos tipos de entidades, una para el trabajo administrativo y otra para invertir los fondos. Otras alternativas para bajar costos y mejorar la eficiencia son las licitaciones de cartera, y el recaudador único, como en el seguro de cesantía.

Nada de eso se ha podido implementar. A las AFP, convertidas en un orondo gato de chalet, nadie se atreve a ponerles el cascabel al cuello. Y usan ese poder y ese dinero, que viene de descuentos obligatorios en nuestros sueldos, para bloquear en nombre de la libertad cualquier reforma que afecte sus intereses.

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LaTercera.com

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