Columna de Guillermo Tobar: ¿La riqueza de las naciones?
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Columna de Guillermo Tobar: ¿La riqueza de las naciones?
“La riqueza de las naciones” es una obra fundamental en la historia del pensamiento económico. Adam Smith, en 1776, sentó las bases de los principios de la economía clásica, analizando concienzudamente los factores que contribuyen al bienestar material de los países. No obstante, vale la pena preguntarse con seriedad: ¿cuál es la verdadera riqueza de las naciones? Aunque el Producto Interno Bruto (PIB) y el ingreso per cápita son indicadores claves para medir el desarrollo y la mejora en las condiciones de vida de los ciudadanos, estos no abarcan la totalidad de lo que significa el auténtico bienestar de una sociedad. La verdadera riqueza de una nación reside, en gran medida, en su educación.
Para los antiguos griegos, la riqueza educativa no se limitaba al conocimiento práctico o técnico, sino que estaba estrechamente vinculada a la formación integral del ser humano. La “paideia” griega consistía en formar ciudadanos virtuosos, capaces de participar en la vida pública con sabiduría y justicia. Los latinos, por su parte, valoraban la “humanitas”, una educación que buscaba cultivar el intelecto y las virtudes morales, preparando al individuo no solo para el éxito personal, sino también para contribuir al bien común.
En la Edad Media, la educación se entendía como un camino hacia la perfección moral y espiritual. Más que un simple proceso de acumulación de conocimientos era una tarea de sacar lo mejor de cada persona, de pulir su carácter y de guiarla hacia la virtud. No se trataba tanto de llenar la mente de información, sino de formar el corazón y la voluntad para extraer del estudiante lo mejor de sí y alcanzar un ideal de vida virtuosa.
Hoy en día, sin necesidad de entrar en teorías complejas o definiciones académicas, podemos observar en los actos cotidianos lo que significa estar verdaderamente educado. La educación es saludar con cortesía a los demás, es conversar sin levantar la voz, es respetar a quienes nos rodean, tanto en casa como en los espacios públicos. Es también preocuparse por dejar limpio el lugar que hemos utilizado, pedir disculpas cuando nos equivocamos y aceptar las de los demás cuando nos las ofrecen. La educación no es solo un conjunto de conocimientos, sino una forma de vivir que respeta y enriquece la convivencia. Así, la paz y la armonía es educación, la violencia y fanatismo lo contrario.
En este sentido, la educación es mucho más que un simple vehículo para mejorar indicadores económicos. Es el fundamento sobre el que se construye una sociedad justa, pacífica y solidaria. Una nación verdaderamente rica es aquella que invierte en la formación de sus ciudadanos no solo como trabajadores, sino como seres humanos completos, capaces de aportar con su intelecto y su comportamiento al bienestar colectivo. La riqueza de las naciones, en última instancia, es la riqueza de sus mentes y corazones educados. Por ello, en palabras de C.S. Lewis: “la tarea del educador moderno no es talar selvas, sino regar desiertos”.
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