Columna de Lucía López: Simone Veil y el aborto

Columna de Lucía López: Simone Veil y el aborto

Hace unos días, el embajador de Francia, Cyrille Rogeau, publicó en este medio una columna recordando los 50 años de la Ley Simone Veil que despenalizó el aborto en su país, enfatizando en la importancia que tuvo la adopción de esa norma. Posteriormente, Emilia García de Idea País criticó el tono celebratorio del texto pues la misma Simone Veil, recordó ella, consideraba el aborto como un recurso último. García agregó que si el aborto es un recurso extremo “la única postura ética que corresponde adoptar es reducirlo al mínimo”.

Reflexionando sobre el cuestionamiento de García me pregunté qué es lo que se puede celebrar de la adopción de la ley que legalizó la interrupción del embarazo en Francia hace ya cinco décadas.

Simone Veil fue ministra de Sanidad de un gobierno conservador, de derecha, encabezado por un católico: Valéry Giscard d’Estaing. Pese a ello, ambos comprendieron que su función no era imponer sus creencias personales sino hacerse cargo de la realidad en una sociedad compleja y plural. Famosa es la frase del entonces mandatario “como católico estoy contra el aborto, como Presidente de los franceses considero necesaria su despenalización”.

En su célebre discurso ante el Congreso defendiendo la legislación que despenalizaba la interrupción del embarazo, Veil apeló al sentido de responsabilidad que le cabe a los políticos y señaló que ante la realidad de la ocurrencia masiva de abortos clandestinos que acompaña la trayectoria de las mujeres era necesario evitar que estas se siguieran sometiendo en soledad a una situación injusta y a procedimientos riesgosos y angustiantes; especialmente las más pobres, dijo ella, pues las ricas encuentran formas de poner fin a un embarazo en algún país vecino o clínica segura. “Llegamos a un punto en este campo donde los poderes públicos no pueden seguir eludiendo sus responsabilidades”, sentenció. Fue así como promovió una legislación que calificó como “realista, humana y justa”.

Desde entonces, lo que fue una enconada discusión pública avanzó en consenso social hasta consagrarse constitucionalmente el 2024. Si hace varias décadas, la conversación pudo dividir a la sociedad francesa, hoy el escenario es distinto: sobre un 85% de la población apoyó la constitucionalización del acceso al aborto y un porcentaje incluso superior aprobó la reforma en el Congreso realizado en Versalles: 780 votos a favor y 72 en contra. Ninguno de los principales partidos representados en el parlamento cuestionó el derecho a interrumpir voluntariamente un embarazo. Entre quienes votaron a favor de la enmienda estuvieron importantes nombres de los sectores más conservadores de la derecha francesa y entre los escasos nombres que no la apoyaron, hubo voces que estando a favor de la legislación, consideraban innecesaria su constitucionalización.

En 1975, Veil señalaba que “la historia nos muestra que los grandes debates que han dividido durante un tiempo a los franceses, con los años, terminan siendo una etapa necesaria para la formación de un nuevo consenso social que se inscribe en la tradición de tolerancia y moderación de nuestro país”. Y esa es, precisamente, la trayectoria que ha tomado la reflexión en Francia; el consenso en torno a la importancia de garantizar a las mujeres el acceso a un aborto seguro, anónimo y gratuito -como lo describe el embajador en su columna- solo se extendió por el amplio espectro de la sociedad gala.

Ante el temor de que su legislación fuera un incentivo al aborto, Veil pidió tener confianza en las nuevas generaciones, aunque propuso una norma que permitiera ir revisando la legislación cada tantos años con nuevos datos. Los datos le dieron la razón: no sólo en Francia, a nivel global, la despenalización del aborto no aumentó la tasa de procedimientos en el largo plazo y en algunos países incluso disminuyó al darle a las mujeres la opción de tomar una decisión tranquila, si es posible, acompañadas y sin sentirse juzgadas. Es lo que pasa en el mundo desarrollado, donde “las tasas de aborto han disminuido significativamente desde 1990″ con legislaciones que además de garantizar el acceso al aborto seguro, han garantizado “el acceso a la atención de la salud sexual y reproductiva”. (*)

Simone Veil tenía razón cuando decía que los abortos sucedían y que el llamado era a hacerse de cargo de la realidad de miles de mujeres que al año necesitan acceder al procedimiento para no seguir exponiéndolas a la humillación, el trauma y la mutilación. Hoy, “los datos demuestran que restringir el acceso al aborto no reduce el número de abortos” (**). Al contrario, abordar una decisión de política pública con realismo, sin vendarse los ojos, como pedía la ministra francesa, puede ayudar a encaminarnos a lo que es probablemente un objetivo común para quienes hemos tomado parte en este diálogo: evitar los embarazos no deseados, evitar las muertes por problemas de salud reproductiva, evitar los traumas, las mutilaciones o muertes por abortos clandestinos.

Veil y el gobierno de Valéry Giscard d’Estaing abrieron un camino distinto y marcaron un hito para el mundo conservador en la discusión de políticas públicas al hacerse cargo de una realidad que requiere ser atendida, buscando soluciones “humanas y equilibradas”. Ella entendió así el rol al que eran llamados como políticos de su tiempo y servidores públicos en sociedades laicas, plurales y democráticas, donde las distintas visiones deben aprender a convivir respetuosamente en armonía y donde la legislación otorga un marco para esa convivencia. Esa ética de la función pública demostrada en esta y otras encrucijadas históricas fue lo que a Simone Veil la ubica entre las grandes mujeres y hombres con un lugar en el Panteón de París. Y ese es un ejemplo que sin duda merece ser celebrado.

(*) Sedgh, Gilda et al. (2016), Abortion incidence between 1990 and 2014: global, regional, and subregional levels and trends. The Lancet.

(**) OPS (2022)

Fuente

LaTercera.com

LaTercera.com

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