Columna de María de los Ángeles Fernández: Atrofia programática

Columna de María de los Ángeles Fernández: Atrofia programática

Cada vez que finaliza una contienda electoral, escuchamos por boca de algún dirigente de partido, cualquiera, intentar una explicación de la derrota con la frase “perdimos porque no supimos defender nuestras ideas”.

La afirmación no luce del todo sincera, porque una mayor energía se vuelca no tanto en ideas, sino en figuras. No llega todavía marzo y abundan los abanderados presidenciales. Ya han salido al ruedo dos Vodanovic: una, por un PS que, íntimamente, acaricia un tercer retorno de Bachelet; otro, un alcalde del Frente Amplio, el más votado de la historia de Chile. En la derecha, Matthei corre con ventaja frente a un Kast descolocado por la irrupción de Kaiser. Lagos Weber insiste en aclarar que no es opción “B” frente a una Carolina Tohá que parece tenerlo todo menos esa tecla emocional sobre la que orbita hoy la política. Hasta el Partido Comunista aspira a tener ficha propia con una dialogante Jeannette Jara. Por si fuera poco, hay que sumar a los ministros Pizarro y Marcel, así como a parlamentarios como Mirosevic y Mulet. Y se asomó el nombre del expresidente Frei, quien, seguramente, sería valorado ahora en un contexto más bien hastiado de pretensiones de adanismo. Mención aparte la merece ME-O, cuya condición es la de candidato perpetuo.

En todo caso, la proliferación de nombres no puede desconocer el lugar que las propuestas, volcadas en un programa, ocupan en toda campaña. Aunque raramente se escuchará que un triunfo se debe al programa, tampoco es posible defender una candidatura prescindiendo de él. La tendencia parece ser la de priorizar otras etapas, como nominaciones, negociaciones y pactos, mientras se esbozan ideas más bien laxas. Lo típico ha sido recurrir a documentos del tipo “listas de lavandería”, útiles para la cuña periodística y enmarcados en ejes que, aunque se supone ordenadores, dialogan mal con la mirada sistémica que exigen muchos déficits y urgencias.

El paso del tiempo muestra, de forma generalizada, la atrofia progresiva de la dimensión programática. Entre otros factores, es consecuencia de la personalización de la política derivada de la modernización de las campañas y que se expresa hoy en espectacularización, exacerbada por la transformación digital.

Contracorriente, se elevan voces para quienes los programas, por razones poderosas, deberían ser acometidos de forma más rigurosa y trascendente. Son las de Natalia Piergentili, en este mismo espacio, postulando -para su sector- la necesidad de “una visión de país compartida”. O la de la académica Mireya Dávila, para quien un proyecto programático debiera incluir una “cierta lectura de la sociedad que llama la atención y que pueda adherir a más gente”; y pone, como ejemplo, la idea de recuperar la democracia de los 90.

Por María de los Ángeles Fernández, doctora en Ciencia Política

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LaTercera.com

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