Columna de Max Colodro: Partículas elementales
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Columna de Max Colodro: Partículas elementales

Sin estruendo, el gobierno está dejando caer la reforma al sistema político; en particular, el imperativo de un umbral mínimo para la representación parlamentaria de los partidos. La razón es obvia: hay sectores del oficialismo que miran dicho umbral con preocupación, pues no tienen la certeza de poder superarlo en la elección de noviembre.
La historia de la fragmentación que hoy exhibe el Congreso tiene como hito el fin del sistema binominal en 2015, y su reemplazo por un proporcional “moderado”. El primer impacto de ese cambio fue brutal; pasamos de siete partidos con representación parlamentaria a 22, en apenas una década. En su oportunidad, no pocos especialistas advirtieron sus efectos: una sobrerrepresentación de las minorías y un grave daño a la gobernabilidad, es decir, un sistema sin incentivos para la conformación de grandes bloques. Pues bien, eso fue lo que buscó el gobierno de la Nueva Mayoría: premiar a las minorías y castigar a los sectores disponibles para construir acuerdos.
Con todo, la lógica de este cambio de sistema tuvo también otras derivadas. Entre ellas, fomentar el debilitamiento de las fuerzas de centro y fortalecer a los partidos que se ubican en los extremos del espectro político. Eso es lo que ha ocurrido en los últimos años: para aspirar a ser gobierno, hoy la DC y el Socialismo Democrático no pueden prescindir de la izquierda radical; del otro lado, Chile Vamos también depende para llegar al poder de la nueva derecha identitaria. Así, los partidos que apuestan a la convergencia, los sectores que valoran la moderación y los acuerdos transversales, tienen cada día menos espacio y autonomía. Los presidentes de la República están también condenados a no tener mayorías parlamentarias que respalden sus programas; o a tenerlas y perderlas muy rápido.
Es cierto, la polarización es un fenómeno global, pero, precisamente por ello, lo que tenía sentido era buscar un sistema electoral que la atenuara, no que la fortaleciera. Hoy estamos en el peor de los mundos: con partidos que proliferan para disputarse franjas de representación cada vez más pequeñas; con la gobernabilidad en manos de minorías que descubrieron además que las aventuras electorales son un buen negocio, dado que el fisco paga por voto obtenido. Y esa realidad ya no se circunscribe solo a la elección parlamentaria, también a la presidencial.
Hasta el viernes, había más de setenta precandidatos independientes dispuestos a juntar las firmas para competir por la Presidencial. ¿A quién representan? ¿Organizaciones sociales, fuerzas políticas emergentes? ¿Podemos tener la certeza de que el crimen organizado no empieza a incursionar también en el “negocio” electoral? No, no podemos. Y esa mera posibilidad, junto a los desastrosos efectos del fin del binominal, hacen que un cambio del sistema político sea urgente. Porque, sin él, el actual ciclo de deterioro institucional sigue siendo irreversible.
Por Max Colodro, filósofo y analista político
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